EL ambiente político vasco es muy similar al que existía en España en mayo de 2010, cuando José Luis Rodríguez Zapatero emprendió un atroz programa de recortes. Tras su felonía, el presidente español se atrincheró en La Moncloa y no quiso escuchar el clamor de un adelanto electoral, alargando su agonía durante más de un año, lo que contribuyó a que la debacle socialista fuera aún más cruel en noviembre de 2011. Tal vez Patxi López quiera emular a Zapatero y acabar como sinónimo de catástrofe. Desde que estallara la paz, se rompiera el pacto antinacionalista PSE+PP y la economía se viera atenazada por el terrible endeudamiento de Lakua, cuyas cuentas están en entredicho, todos los partidos, a excepción del PSE, han requerido la llamada a las urnas para no prolongar la actual anomalía. López se ha blindado en Ajuria Enea, confiando en que un poco más de tiempo le proporcione una reputación que su gestión -manirrota y frentista- y su dudosa legitimidad democrática le han negado con todo merecimiento.

No aspiro a que quien se niega oír el estruendo de la calle atienda mis argumentos para una inmediata citación electoral; pero aún así le brindo estas diez razones, y una más, a modo de reflexión e invitación a la responsabilidad:

1. Fin de la excepcionalidad. El acuerdo López-Basagoiti fue producto de un tiempo hoy superado, una respuesta crispada a una situación en que la violencia hacía irrespirable la convivencia. Acabada ETA y todas sus excusas para la negación de los anhelos democráticos, lo conveniente es que la nueva realidad se plasme en las instituciones comunes, como ya lo están en las locales y forales. Así se daría paso a la normalidad y caería el disfraz de un régimen de revancha, radicalmente anti PNV, que ha envenenado la coexistencia ideológica y ha supuesto un muro de separación que solo cederá con la disolución de la legislatura y el final del ensayo de una estrategia de Estado en el laboratorio vasco.

2. Presencia institucional de la izquierda abertzale. El vigente Gobierno está íntimamente vinculado a las maniobras de apartheid electoral, fruto del engendro de la Ley de Partidos. López es la representación de ese pasado excluyente, de modo que su continuidad supone un hecho paradójico y una contradicción radical del nuevo tiempo. La arbitraria ausencia de la izquierda abertzale en Gasteiz, ahora relegalizada bajo las siglas Sortu, nos ofrece una foto trucada de la representación popular, una imagen cercana al surrealismo político.

3. La prioridad económica. Nadie duda de que la prioridad son las soluciones frente a la crisis, lo que exige un Ejecutivo fuerte y consensos amplios para transitar hacia un modelo competitivo y socialmente equilibrado. Nada de esto puede hacerlo un presidente en precario. Por el contrario, la apatía y desprestigio de Patxi López son obstáculos añadidos para la recuperación del empleo, la creación de riqueza y la consolidación de la marca Euskadi frente al lastre de la marca España. En su ineptitud y soledad, este lehendakari nos sale muy caro.

4. Fin de la política de bloques. El frentismo ha sido la referencia de la era López: un pacto españolista frente a la mayoría abertzale, un cortafuego del Estado. La demanda de la sociedad es que mediante el diálogo y las mutuas concesiones, según el peso de cada sentimiento de pertenencia, se establezcan acuerdos transversales que faciliten un razonable entendimiento entre vascos, superando el estrecho margen constitucional y un Estatuto periclitado. La lastimosa continuidad de la legislatura es una declaración de hostilidad y la obcecación impositiva de una minoría política.

5. Evitar una larga precampaña. Por mucho que López se obstine en aparentar, estamos en campaña electoral. El primero, con su hiperpresencia pública y sus eventos inventados, el propio lehendakari. Esta situación, además de constituir un despilfarro de recursos y tiempo, puede resultar insoportable para la ciudadanía. ¡Ocho meses de precampaña es un desatino! Solo los desesperados creen en la prolongación de esta agonía que a lo más dará satisfacción a quienes, sin oficio ni beneficio, aspiran a salvaguardar sus cargos y sueldos hasta el último día.

6. Fortalecimiento de la paz. Consolidar la paz es la otra prioridad. ¿Cómo va impulsar una solución irreversible quien, con sus afanes excluyentes y fuleros, ha sido parte del problema? Derrotado en las municipales y vapuleado en las generales, López es la antítesis del liderazgo. La paz y los asuntos colaterales (presos, víctimas y reconciliación) son demasiado importantes como para dejarlos por más tiempo en manos de quien carece de proyección vasca. Sin duda, el futuro de López está en Madrid y su prórroga en Ajuria Enea no es más que una baza útil para su campaña de partido.

7. Hacia un nuevo modelo institucional. Euskadi pide a gritos cambios internos y en su vinculación con España. Una reforma serena pero profunda de la arquitectura institucional y la formulación de un nuevo status jurídico político exigen acuerdos cuyo punto de partida debe ser el mapa de las preferencias de los ciudadanos, o sea, un resultado electoral fidedigno. Además, la polémica Ley Municipal, el pacto fiscal, la reestructuración financiera, la remodelación de los servicios públicos y otros temas principales esperan mejores administradores que los actuales.

8. La amenaza de la recentralización. En España suenan trompetas de derribo autonómico, que pactarán el PP y el PSOE contra las libertades de los vascos. Responder al delirio uniformador implica la necesidad de contar con un lehendakari que defienda el autogobierno sin vacilaciones y con absoluta fortaleza. Con el pretexto de la crisis, el resentimiento español -en una nueva melancolía noventayochista- emerge con previsiones demoledoras. ¿Qué puede hacer Euskadi contra esta violencia si su gobierno es cómplice del proyecto regresivo? Le queda tomar la palabra y decidir.

9. Clarificación del mapa político. La provisionalidad es el signo de López. Tras las dos últimas elecciones y la legalización de Sortu, la distribución política sigue sin clarificarse. Todo indica que habrá cuatro fuerzas, dos en el lado abertzale y otras dos en el sector español. Siendo esto es así, ¿a qué esperamos para verificarlo? ¿Por qué no dar la voz al pueblo para que diga qué porción de apoyo posee cada sigla y qué capacidad de acuerdo existe entre ellas? Los miedos de López, disfrazados de impostada responsabilidad, impiden que se despejen las dudas.

10. Conocimiento exacto de las cuentas públicas. No hay posibilidad de encauzar el crecimiento económico y la creación de empleo sin disponer de un diagnóstico de las cuentas públicas. Las sospechas de cuasi bancarrota financiera de Lakua aumentan en igual medida que su falta de transparencia y negación de los datos. Necesitamos saber lo que hay y lo que no hay, con un nuevo equipo que realice las pertinentes auditorías. La herencia puede ser brutal. ¿El temor a que se conozca esta verdad es otro motivo por el que López aplaza la convocatoria a las urnas?

Si todo lo expuesto no le parece suficiente al lehendakari para otorgar la palabra a la sociedad y que se elija ya un nuevo Gobierno que equilibre la convivencia y responda a nuestros problemas e incertidumbres, le daré una razón más: dignidad, señor López; hágalo por dignidad.