¿Crisis, crispación, violencia?
Aunque el incremento de las dificultades personales puede constituir un caldo de cultivo de reacciones violentas, no es sino el detonante de las carencias de relación que parece fomentar el despersonalizado modo de vida de las sociedades desarrolladas
LA constatación por el Instituto Vasco de Medicina Legal (IVML) de un notable incremento de casos de violencia en el ámbito domestico y en sus dos principales y dramáticas variantes, tanto aquella que se denomina violencia machista como la que sin serlo se desata con carácter intrafamiliar, parece exigir que se profundice en el replanteamiento de las pautas educativas pero también y al mismo tiempo de aquellas otras que regulan las relaciones sociales y cuya paulatina relajación ha contribuido a disminuir el concepto ético de respeto al prójimo interiorizado a través del desarrollo humano. Aun siendo cierto que la situación de crisis económica y su traducción a problemas sociales y personales tienen incidencia -y no menor- en los datos estadísticos; razonar únicamente desde esos parámetros el incremento de las actitudes violentas supone simplificar el origen de esta lacra e individualizar un problema que, por contra y a diario, se comprueba extendido. Aunque, efectivamente, el incremento de las dificultades para alcanzar los grados mínimos de realización personal en cada vez más amplias capas de la sociedad puede contribuir a generar un grado de crispación en el que germinan reacciones violentas, dicha situación no es sino el detonante que convierte en drama las carencias afectivas o de relación que se dan en todas las sociedades pero que parecen fomentarse en el despersonalizado modo de vida de las más desarrolladas. Despersonalización que, además, conlleva la indiferencia del individuo ante situaciones que no le afectan personalmente, lo que impide muchas veces atajarlas. El aumento (+110%) especialmente de los casos de violencia de carácter psicológico, que se puede entender menos súbita que la violencia física, y el hecho de que esta no discrimine entre ciclos expansivos o recesivos ni tampoco entre niveles económicos de víctimas y victimarios parece confirmar la teoría de que las actitudes violentas inherentes al hombre -como especie y como individuo masculino de esa especie- están más concernidas por el desarrollo de la capacidad cultural, el razonamiento ético y la relación grupal, aspectos que no se acumulan con el conocimiento pero que han formado parte indispensable de los principios que han movido a la evolución humana.