Crónica de una ruptura esperada
La quiebra del Gobierno navarro tras la destitución del socialista Jiménez por la presidenta Barcina (UPN) evidencia las consecuencias de los pactos antinatura que, como en la CAV, primaron los intereses de Estado a la voluntad ciudadana
SUELE ser habitual en política que los pactos deriven en extraños compañeros de viaje. Sin embargo, cuando la razón de Estado entra en juego y la política cercana se ve mediatizada por razones mayores, las extrañas compañías se tornan en anacrónicos pactos antinatura lejos de los deseos de la ciudadanía y escenario de acuerdos de gobierno que con el tiempo se hacen insostenibles. Esta sucesión de hechos ya se había producido en la Comunidad Autónoma Vasca y, semanas después de la ruptura del PP con el PSE, de Basagoiti con López, otro gobierno sustentado sobre los mismos pilares, el de Navarra, ha terminado en ruptura. La revelación por los socialistas navarros de que el Gobierno de coalición UPN-PSN al que pertenecían había ocultado que el "agujero" de las arcas era mayor que los 132 millones de euros reconocidos hasta entonces trajo consigo la caída del ejecutivo en la madrugada de ayer. Antes de que Yolanda Barcina comunicara a su vicepresidente, Roberto Jiménez (PSN), la destitución, ya habían transcurrido dos semanas de tensión en la que ambos partidos pretendían limar asperezas en medio de acusaciones mutuas de deslealtad que no era mas que el colofón de un año de humillaciones públicas y desautorizaciones protagonizadas por los regionalistas hacia sus socios socialistas, quienes unieron su destino a UPN cuando en 2007 se vieron obligados a apoyar un nuevo mandato de Miguel Sanz como presidente. Aquel acontecimiento, que ha quedado registrado como el agostazo, supuso todo un golpe de autoridad de la cúpula del PSOE en Madrid, que atajó de raíz la posibilidad de pactar con Nafarroa Bai y las fuerzas de izquierda, en contra de la voluntad de la militancia socialista. Ya entonces hubo razones de Estado que justificaron la drástica decisión y que tenían que ver con la necesidad de frenar el creciente peso electoral de las formaciones abertzales, algo que se convirtió en vital cuando en las elecciones de 2011 se comprobó la fuerza con la que irrumpió Bildu en el Parlamento. Que los destinos de Navarra se hayan marcado fuera del territorio dando la espalda a la voluntad de su ciudadanía -lo que no difiere de lo sucedido en la CAV- ha derivado en un gobierno roto, un horizonte de debilidad institucional y un descrédito de los políticos que han liderado todas estas decisiones.