La eterna duda de Europa
La lectura del resultado del referéndum en Irlanda debe ser comedida tanto por sus cifras como porque las políticas a desarrollar por la UE y el propio futuro de la misma están pendientes y mediatizados por las legislativas griegas y francesas
LA aprobación en referéndum por Irlanda del Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza que ya suscribieron el pasado 2 de marzo los demás estados-miembro de la Unión Europea, con la salvedad de la República Checa y Gran Bretaña, se pretende una rendija a la esperanza en la maltrecha situación de la Unión a raíz de la crisis económica y financiera de la zona euro y las consecuencias de la misma en las potencialidades políticas de la UE. Sin embargo, la lectura de los resultados en Irlanda debe ser comedida. Y por varias razones. En primer lugar, el mismo referéndum. Aunque tanto el taoiseach irlandés, Enda Kenny, como el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Duaro Barroso, y el del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, hayan tratado de exacerbar el éxito del triunfo del sí al Tratado, las cifras no engañan: solo la mitad de los ciudadanos irlandeses con derecho a participar en la consulta ejercieron el mismo y escasamente uno de cada tres de ellos (995.000 de 3,1 millones) han apoyado que Irlanda se someta al límite del déficit impuesto por Bruselas y, por tanto, a la férrea supervisión de su economía. Es decir, el arrastre de la idea de Europa no solo sigue siendo escaso sino que incluso ha descendido respecto a consultas precedentes. Y si a esa eterna duda sobre la Unión se añade que esta sigue pendiente del resultado de las elecciones griegas del próximo día 17, que en realidad es otro referéndum respecto al papel de la UE y las políticas desarrolladas bajo el eje franco-alemán, que incluso este último depende del respaldo que François Hollande logre en las legislativas francesas de los días 10 y 17 al cambio de directrices que en principio pretende, el triunfo del sí en Irlanda solo puede considerarse un ínfimo paso que únicamente permite un respiro ante lo que se avecina. Porque el hecho de que el paro haya alcanzado ya al 11% de la población activa de la eurozona, el nivel más alto desde su creación en 1999, y el 10,3% en el total de la UE, aumentando en 15 de sus 27 estados, ya hace temer que sin un cambio de rumbo la gravedad de la situación económica en una cuarta parte de sus miembros -Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, Bélgica...- extienda una crisis social que sí supondría el principio del fin de la actual idea de la Unión Europea.