Votar con los pies y votar a patadas
LOS comicios del próximo domingo se presentan como una cita un tanto lejana al ciudadano. Por lo menos, al ciudadano vasco. Se elige a los diputados y senadores que conformarán las próximas Cortes Generales en Madrid. Y ahí está el factor que distorsiona el enfoque.
Las formaciones políticas del ámbito vasco se afanan en mentalizar a sus electores de la importancia de su voto. No porque con él puedan hacer bascular un gobierno u otro, sino porque todavía son muchas las decisiones tomadas allí que nos afectan individual y colectivamente. Tener una presencia numerosa o decisiva en el Parlamento español puede servir, por lo tanto, de dique de contención de medidas y leyes que pretendan influir en el desarrollo del autogobierno vasco y, en definitiva, en nuestros intereses particulares.
Autogobierno es mucho más que un fetiche o una palabra vacía de contenido. En nuestro caso, en Euskadi, es sinónimo de calidad de vida, de modelo de bienestar. Lo hemos experimentado en los últimos treinta años (hasta quienes han estado ajenos o en contra de esa construcción nacional del día a día lo reconocen). Treinta años de autogobierno nos han permitido construir un país, prácticamente desde la nada.
Un país con prestaciones y servicios públicos modernos, con pujanza económica -debilitada con la crisis, pero mucho más solvente que la española-. Una sociedad imperfecta, pero con futuro. Y la ciudadanía lo reconoce. No hay encuesta, propia o ajena, que no identifique que la mayoría de los vascos valoremos mejor nuestra situación que la de nuestros vecinos. No hay estudio sociológico que no reconozca que, si tuviéramos la oportunidad de elegir dónde vivir, no cambiaríamos Euskadi por ningún otro lugar. Esa autoestima, ese reconocimiento es el que debiera llevar a buena parte del electorado a votar con los pies.
Votar con los pies es un concepto que tiene su origen en los Estados Unidos de América, ligado a la migración interna de los estadounidenses, quienes viajan y escogen vivir en el estado que más bienestar les promete. El traslado se justifica en los mayores beneficios particulares que reciben las personas o familias por habitar en un sitio en relación con otro. Es asumido como una opinión y aprobación del ciudadano sobre la gestión de los gobernantes, y está referido a asuntos comparativos en cuanto a la calidad brindada en servicios públicos, en seguridad, en la garantía de trabajo o en el cobro de impuestos de cada gobierno en su zona de influencia.
El voto con los pies es un voto silencioso, es una decisión tomada en la intimidad y vinculada a las mejores condiciones de vida de las personas. Un voto reflexivo, meditado y contrastado, que busca, en todo caso, la mejor opción personal o colectiva.
Votar con los pies no significa votar a patadas. Eso es otra cosa. Todo el mundo tiene derecho a votar a quien considere. Hasta a aquellos que afirman sin ningún rubor que, de salir elegidos, ocuparán puntualmente sus escaños. Parlamentarios intermitentes en su función representativa de teatro o espectáculo (nada han dicho de cobrar también puntualmente. En eso no serán intermitentes).
Votar a patadas es no reconocer ni la más mínima crítica y desacreditar al que no piense como ellos. Votar a patadas es utilizar la libertad de expresión que da un medio como DEIA para insultar a diestro y siniestro en los comentarios anónimos de internet (Como Gara no admite comentarios en su página web, algunos de sus lectores desahogan sus más bajos instintos en medios de comunicación abiertos como este).
Votar a patadas es creerse superior. Negar la pluralidad de las ideas a través de la difamación y la calumnia. Votar a patadas es sentirse impune para, a través de internet, explicitar su odio irracional.
Queridos usuarios enmascarados que accedéis a la página web. Os dejo una última cita para que cebéis vuestros próximos comentarios: "Los 50 años de ETA no han servido".
No lo digo yo. Lo afirma Maite Aristegi, cabeza de lista de la izquierda abertzale por Gipuzkoa. Votadla a patadas si sois coherentes.