Ofrendas al ídolo
EN la campaña para las elecciones municipales y forales del pasado mayo, los candidatos de Bildu manifestaron, una y otra vez, que el voto a su coalición era un voto a favor de la paz. El mensaje era cristalino: era bueno que Bildu cosechase muchos votos, pues de esa forma los más partidarios, de entre ellos, de la violencia verían con más claridad que apostando por vías pacíficas se obtienen más votos, y de ese modo se pueden conseguir mejor los objetivos perseguidos. El argumento funcionó entonces.
Los candidatos de Amaiur vuelven ahora a utilizar el mismo argumento. De manera más o menos explícita, invocan la consolidación de la paz para recabar votos para su formación. Sugieren, una vez más, que los votos a Amaiur apuntalan el cese del terror y ayudan a convertirlo en definitivo. Esto es, utilizan el terrorismo con el propósito de obtener réditos electorales.
Es en ese contexto en el que debe interpretarse la entrevista a ETA publicada estos días atrás. Esa entrevista es el recordatorio de la existencia de la organización terrorista. Dicen que el desarme está en la agenda, sí, pero lo que está en una agenda puede dejar de estarlo, y más cuando a la cita no se le pone fecha. En esta situación, la mera existencia de ETA constituye una amenaza latente que ella misma, con su irrupción pública, nos recuerda de manera oportuna.
Que Amaiur va a obtener un buen resultado el 20-N no lo duda nadie. A los votantes de siempre de la izquierda patriótica se suman ahora unos cuantos de EA, de Aralar y de la izquierda de la izquierda. Una vez ha cesado la práctica terrorista, muchos nacionalistas o patriotas de izquierda que antes tenían reparos en apoyar a una fuerza que tenía el respaldo explícito de las armas, dejan de tenerlos ahora. Esto es, más que premiarla, lo que ocurre es que una parte del electorado ha dejado de castigar a esa corriente política.
Pero además de esos antiguos y nuevos votantes de las fuerzas que confluyen en Amaiur, es posible que otros nacionalistas también les den su apoyo. Son, precisamente, esos a los que va dirigido el argumento de que votando a Amaiur se apuntala la paz. Y sin embargo, no hay tal apuntalamiento; el argumento es falaz.
No hay ninguna razón para pensar que un eventual buen resultado de Amaiur será beneficioso de cara a la desaparición de ETA. Al contrario, lo lógico es pensar que tal resultado actuaría como un incentivo que dificulte la solución definitiva del problema terrorista. Un buen resultado de Amaiur tendría un doble efecto. El primero sería que encarecería el proceso de liquidación del terrorismo, y ello por dos razones: 1) La organización armada, o sus representantes políticos, esgrimirían esos buenos resultados como baza en unas eventuales conversaciones para abordar la satisfacción o solución a dar a eso que eufemísticamente llaman "consecuencias del conflicto"; 2) Esos resultados reforzarían la interpretación que hace la izquierda patriótica de la historia del terror, lo que dificultaría una posible actitud favorable del gobierno español ante las eventuales conversaciones a las que he aludido. A este respecto, recordemos lo que ocurrió tras las elecciones de mayo pasado. Antes y durante la campaña, el tono y los mensajes de la izquierda patriótica eran conciliadores en grado sumo, pero ese tono conciliador se volatilizó una vez Bildu ocupó las instituciones en las que gobierna.
El segundo efecto de un eventual buen resultado de Amaiur sería que alimentaría la tentación que pudiera tener ETA de prolongar la situación actual, quizás con ligeras variantes, para de esa forma poder recurrir a la misma motivación en ulteriores convocatorias electorales. Es una simple cuestión de incentivos.
Así pues, quienes crean que es bueno que el ídolo (ETA) reciba ofrendas (votos a Amaiur), para conseguir apaciguarlo definitivamente, ha de saber que los ídolos no se sacian con facilidad, y que lo más probable es que esas ofrendas lo único que consigan sea estimular su apetito.