QUE Europa tiene un serio problema no solo económico sino también, o sobre todo, político, social e incluso conceptual, quedó ayer más patente que nunca. El no inicial de uno de sus estados menos relevantes, Eslovaquia, cuya aportación al PIB de los 27 resulta casi insignificante, estuvo a punto de tumbar el fondo de rescate y, con él, el inestable andamiaje fiscal y financiero con que la UE pretende apuntalar, ya casi a la desesperada, a una Grecia que amenaza ruina y mantener a una distancia prudente del abismo a pesos pesados como Italia, España o Francia.

La crisis europea nada tiene de coyuntural. Es sistémica, tanto en términos financieros como institucionales. La inactividad europea, su evidente y desesperante falta de cintura y reflejos políticos, conducen a toda la geoeconomía del Atlántico Norte al borde de una depresión histórica. Ocurre cuando uno se hace trampas al solitario. La situación actual sería muy diferente si siguiese vigente el rigor con que se aplicaron los criterios de convergencia que alumbraron el euro. Las políticas fiscales y los presupuestos de la zona euro han de inspirarse en aquellos genuinos requisitos de estabilidad, lo que exige un verdadero gobierno económico de la UE. Principalmente porque en los países del Sur, entre los que despunta España, las finanzas públicas sostenibles y orientadas a la productividad han sido sacrificadas en favor de las promesas a corto plazo y de índole electoral. La magnitud del problema español es de proporciones históricas y, sin embargo, el debate sigue instalado en el corto plazo: el 20-N.

De entre las lecturas positivas que debe obtenerse de esta crisis figura la definición de nuevas regulaciones en materia de disciplina fiscal, con sus sanciones, aunque para ello haya que pagar el precio de la supranacionalidad y de la pérdida de soberanía. El objetivo lo merece: evitar ese desenfreno fiscal y esa deuda excesiva. De lo contrario, otra crisis es solo cuestión de tiempo.

El reto es también enorme para Euskadi. Todo el sistema institucional vasco se vertebra en torno al Concierto Económico, la principal razón por la que la CAV (pese al deterioro de los dos últimos años) aún es capaz de capear el temporal mejor que el Estado español. Pero también el Concierto deberá hallar encaje en la nueva estructura fiscal europea armonizada que se avecina. Precisamente por ser algo tan serio, por encerrar en su articulado el alma del autogobierno, el Concierto no puede bajo ningún concepto quedar a merced del último impulso político o de la última ocurrencia, como el informe de duplicidades aireado por el Gobierno López con intereses espurios y la premeditada omisión de las duplicidades en que incurre el Estado español; o su indisimulada obsesión por incrementar los ingresos cuando en toda política fiscal tan importantes como estos resultan la inversión y el gasto. Aunque Lakua parezca ignorarlo, su acción y esfuerzos deben orientarse al reforzamiento del tejido socioeconómico vasco. Sin actividad productiva no hay recursos, y sin estos la política fiscal es solo un brindis al sol. Vale para Euskadi y vale para Europa.