EL término económico anglosajón decoupling, profusamente utilizado para definir los desajustes entre niveles y agentes que han acabado por sumir a gran parte de la economía global al borde de la recesión, es perfectamente aplicable a la situación a la que han abocado a EITB sus actuales rectores. La pretensión de convertir al ente, de manera burda además, en herramienta de una imposible alteración ideológica de la mayoría social trastocó la posición de la audiencia respecto a los medios públicos, lo que produjo un descenso de su rating o calificación y, en consecuencia, causó una caída de la demanda en el mercado publicitario, agravada por la traslación al sector de la crisis económica. Lejos de corregir el desacoplamiento de los principales inputs (cercanía social, afinidad cultural, producción propia...) que, desde su creación en 1982, habían permitido convertir a la radio televisión pública en referencia informativa y de ocio para la sociedad vasca y en ejemplo para otros grupos públicos de comunicación, la actual dirección de EITB aceleró la desarticulación. Internamente, con una irresponsable política de personal y nombramientos; hacia el exterior, al desligarse del sector audiovisual autóctono, con el que había mantenido una relación que daba valor añadido en ambas direcciones y al que, tras impulsar como sector puntero e innovador, coloca ahora en situación insostenible. Todo ello ha hecho de EITB un ente más pendiente de la aportación del Gobierno y por tanto mucho más sensible a los recortes que, ya desde un principio, en 2009, el Ejecutivo ha realizado en su aporte al presupuesto, recortes que en tres años supondrán 23 millones de euros y que agudizan la crisis y llevan (o permiten) a la dirección a plantear una reducción de la plantilla efectiva de Euskal Irrati Telebista con el finiquito de 121 contratos. Ahora, la renuncia a prorrogar el vigente Contrato Programa o a habilitar uno nuevo, incumpliendo el art. 41.1 del Título IV de la Ley General Audiovisual y contrariando la práctica unánime de los servicios de radiotelevisión pública europeos, lleva a la segunda acepción del decoupling anglosajón, utilizada en las nuevas teorías de organización institucional: la creación de espacios entre la política formal y la práctica organizativa que reducen, si no eliminan, el marco de control de la gestión tanto a nivel interno como desde el ámbito parlamentario al carecer el servicio público de definición. Pero, al tiempo, la desaparición del Contrato Programa supone la del marco plurianual de financiación que debía: permitir decisiones estratégicas a plazo distinto del contemplado en el presupuesto, vincular a objetivos de gestión y audiencia, ahora difuminados; y dar un horizonte a la agónica situación del sector audiovisual. Esto es, la última e inexplicable decisión de sus rectores sitúa a EITB ante la amenaza de la tercera acepción, puramente técnica, de decoupling: la desconexión.