DICE el evangelista San Mateo que "al acercarse a Jerusalén llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, y Jesús envió a dos discípulos diciéndoles: Id a la aldea de frente a vosotros y en seguida encontraréis una borriquilla atada, y con ella un pollino; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, diréis: El Señor los necesita, y al punto los devolverá? Marcharon, pues, los discípulos, hicieron como Jesús les ordenó y trajeron la borriquilla y el pollino?". Y así continúa la narración con Jesús subido en el pollino, entrando en Jerusalén, aclamado por las gentes con gritos de "¡Hosanna en las alturas!". Dice el evangelista que así se cumplía la profecía: "Decid a la hija de Sión: Mira que tu rey viene a ti, manso y sentado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de animal de yugo".
Viene a cuento este pasaje después de la visita del Papa Benedicto XVI con motivo de la celebración en Madrid de las Jornadas Mundiales de la Juventud, -para más detalle, aunque no haya aparecido en las informaciones, logotipos o slogans- de la juventud católica. La visita había despertado muchas inquietudes porque todos sabíamos que, aunque se pregonara como tal, no se trataba de una visita pastoral. Ni la abordaba como tal el Vaticano ni lo hacían los católicos españoles (al menos los más recalcitrantes y fundamentalistas), ni lo hacía el Gobierno de España, ni lo hacían las derechas ni la izquierda españolas, ni lo hacían el Gobierno de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid. Unos, con miedo por lo que pudiera decir Ratzinger; la derecha española, con la desmedida ansiedad de que flagelara al Gobierno socialista con la mayor saña posible; y la izquierda más izquierda, con la rabia desatada por la grandiosidad de la visita. Todos vivimos la visita con una curiosidad inusitada que, tras la resaca, merece ser analizada.
El Papa no entró en Madrid a lomos de un pollino prestado. Puede que sea que ni Madrid es Jerusalén, ni aquel es este tiempo, pero el papamóvil es un vehículo estéticamente feo y éticamente procaz. Si llegara a comercializarse un modelo de automóvil utilitario como el papamóvil bien pocos se lo comprarían por razones lógicas. En todo caso lo harían por forofismo y por sentimentalismos diversos. Resulta contradictorio que la sociedad critique que los presidentes de los Estados usen coches con forma de coches, aunque grandes y blindados, y deje sin tocar este modelo prèt a porter cuya finalidad no es trasladar a la personalidad correspondiente sino mostrar el contenido con la mayor suntuosidad posible. Es una muestra de ostentación atrevida de la que debiera desembarazarse esta Iglesia que dice servir a los pobres, necesitados y menesterosos. Trasladándonos en el tiempo, es cierto que el mero servirse Jesús de un pollino para ganar altura y mostrarse en lugar preferente a las multitudes tenía su aquel de afán de notoriedad, pero esto de ahora es muy excesivo. Entre pollino y papamóvil hubo aquella sedia gestatoria que usaba la fuerza de los brazos humanos en los pequeños traslados del pontífice. Es decir, que la cosa va a peor a tenor de la evolución de los hechos.
Esto no pasa de ser algo accesorio pero, junto a otras cuestiones del mismo tipo, culmina en configurar el esquema de poder omnímodo y omnipresente que la Iglesia enarbola con demasiado descaro. La Iglesia no debería ser adscrita de manera automática ni a la derecha ni a la izquierda, pero su afán universalista la lleva a mostrar todas las bárbaras tradiciones y costumbres que han tenido que ver con el poder, lo cual siempre es admirado por las derechas y denostado por las izquierdas. Dicho esto, la parafernalia que ha acompañado a estas JMJ (católica, claro) ha sido una provocación en toda regla, máxime en un país en el que la oposición de derechas se obstina en resaltar para su beneficio que la crisis tiene unas dimensiones y previsiones excepcionales. Junto a escenarios de diseño modernista en los que se ha cuidado incluso el color para acrecentar la ostentación, ha habido comportamientos y pláticas que son tan criticables como contradictorias. Por ejemplo, la urbanización modernista de confesionarios de diseño grácil que han servido para almacenar pecados y faltas inconfesables ante la cuadrilla de amigos o los compañeros de trabajo. Se trata de una absurda demostración de influencia, sobre todo después de que se anunciara que habría un tratamiento especial que permitiría perdonar incluso las prácticas abortistas siempre que mediara el arrepentimiento.
Lo más importante ha sido el delirio que han mostrado tantos jóvenes, tan vivarachos y vivarachas que han vivido sensaciones tan profundas por la sola presencia de ese hombre de mirada siempre lejana y brazos tan abiertos que parecieron en todo momento mucho más dispuestos a abarcar que a abrazar. Pues bien, este hombre que despertó en mí estas impresiones tan escasas de valor, provocó gritos de admiración en chicos y chicas, quizás para agradecer que el evento les hubiera facilitado visitar Madrid a precios módicos. Todos estaban radiantes porque habían sido aleccionados para ello.
Mientras los religiosos más comprometidos, y minoritarios en la Iglesia sentían el descorazonamiento por el hambre de los niños somalíes, allí mismo, en Madrid, todos obedecían las órdenes de mostrar sus rostros alegres y alborozados. "Esto se ve en todo el mundo por televisión, así que cuando entre el Papa, todas tenéis que estar calladas y sentadas para que se vea bonito", así dijo una encargada de la imagen a un grupo de monjas jóvenes y entusiasmadas. Y un animador que entretenía a los asistentes pinchando discos de Macarena, Bamboleo y Waka Waka voceaba: "¡Que vea todo el mundo que los católicos no somos aburridos!". ¿Tenía alguna duda?
Así que todo fue alegría y gozo pero ¿qué dijo el Papa? Cosas interesantes, para bien y para mal. Habló de los abusos de una "ciencia sin límites" y del "totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo del poder". Se trataba de una bella reflexión que contrastaba con el ambiente. Y exhortó en el ámbito universitario a no desvirtuar su ideal dejándose llevar por "ideologías cerradas al diálogo racional ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al Hombre como mero consumidor", lo cual contrasta con la proliferación de prendas, enseres y objetos puestos a la venta en establecimientos propiciados por la propia organización. Bueno sería que la derecha haya reflexionado ante estas frases. También Ana Botella de Aznar, quien se atrevió a valorar la visita del Papa en estos términos económicos: "Calculamos entre 150 y 250 los millones de euros en gastos que harán los peregrinos. Y luego está la publicidad. Esa imagen del altar en Cibeles es espectacular y hay 4.000 medios acreditados que van a darla. ¿Cuánto habría costado esa gran campaña de publicidad si la hubiéramos tenido que pagar?".
A la derecha española le hubiera gustado un Papa más agresivo hacia el Gobierno de Zapatero que ha intentado, con el mejor criterio, hacer que los españoles y las españolas sean laicos en un Estado que se define como aconfesional pero vive supeditado en exceso a esta Iglesia tan poco moderna y comprometida que no ha sido capaz de pronunciarse ni sobre su posible aportación especial al final del terrorismo de ETA -es preciso recordar, aunque sin ensañamiento, el título de un libro que fue muy divulgado y poco contestado: ETA nació en un seminario-, ni sobre el futuro del Valle de los Caídos, donde reposa junto al cadáver del criminal la memoria de la dictadura franquista. He leído en una información sobre la visita que "de este modo se despide la relación más tensa y problemática que ha mantenido España con la Santa Sede desde la democracia". Cabría preguntarse por qué ha sido de ese modo. No cabe otra respuesta que requerir actitudes responsables de la derecha española y de la Iglesia. Ni debe ser Rajoy un secuaz de Rouco ni ha de ser Rouco un cómplice colaborador de Rajoy en su pugna por La Moncloa. Siempre ha habido una Iglesia comprometida con los sencillos, que no se ha sentido bien con esta visita porque faltaban en ella la humildad, la generosidad, y sobraban la soberbia y la avaricia que son tan inherentes al poder.
Lo que urge es esclarecer las relaciones Iglesia-Estado, revisar los tratados en que se fundamentan y fomentar el respeto entre ambas partes. La Iglesia tiene derecho a celebrar sus JMJ (católica, claro), pero a los jóvenes y a la gente de buena voluntad, atribulada por la difícil situación que les afecta, les gustan más los pollinos que los papamóviles, les gustan más las confesiones públicas que los secretos de confesionario. Si lo acontecido en Madrid durante las JMJ (católica, claro) pretende equipararse al pasaje del pollino con Jesús al lomo camino de Jerusalén, que venga Dios y lo vea.