APAGADOS ya los ecos de la multitudinaria y polémica Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) celebrada en Madrid con el plato fuerte de la visita y posteriores mensajes lanzados por el Papa Benedicto XXI ante más de un millón de jóvenes, un aspecto colateral pero importante ha quedado entre diluido y tapado por la propia magnitud del acontecimiento, por la proverbial discreción de la Iglesia y por el escaso interés mostrado por los medios. Una filtración sobre el contenido de la reunión mantenida en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud entre el ministro de Presidencia del Gobierno español, Ramón Jáuregui, y el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, indicaba que el Ejecutivo de Zapatero había pedido al Vaticano la implicación de la Iglesia vasca en el proceso hacia la paz y el final de ETA. En realidad, tal y como informa hoy DEIA, la iniciativa partió de la propia Iglesia de Roma. Fue Bertone quien en el almuerzo celebrado en Madrid con Jáuregui mostró su interés por conocer de primera mano -por boca de un ministro declaradamente cristiano, vasco y con ascendente sobre el presidente Zapatero- información sobre la situación actual de ETA y el estado en que se encontraría un posible final de la violencia en Euskadi. Una cuestión que indica de forma clara el interés del Vaticano por el escenario de pacificación en nuestro país. El propio Bertone declaró tras su encuentro que el Vaticano "tomaba nota" de todo lo que le había transmitido el representante del Gobierno español al respecto de ETA. Otra cosa es que ello signifique que la Iglesia vaya a adoptar un papel decisivo o protagonista en el actual proceso. Cuestión que, evidentemente, no le corresponde, aunque sí puede aportar mucho en aspectos cruciales de los que depende, en buena medida, que las esperanzas abiertas terminen por cuajar. El Vaticano, la Iglesia en general, se ha implicado de una manera u otra en múltiples procesos de pacificación o de fin de la violencia, también en Euskadi. Desde el papel mediador que adoptó el entonces obispo de Zamora -y que luego lo fue de Donostia- Juan María Uriarte en las conversaciones entre representantes del Gobierno de José María Aznar y de ETA durante la tregua posterior al Acuerdo de Lizarra hasta el apoyo explícito al proceso de paz iniciado en 2006, la Iglesia ha aportado alguno de sus buenos oficios en este tipo de procesos. El apoyo, acompañamiento y el calor hacia el reconocimiento a las víctimas, un futuro camino hacia la reconciliación, los derechos de los presos y sus familiares y, en fin, las cuestiones humanas -fundamentales en cualquier conflicto- son aspectos en los que la Iglesia tiene un importante papel que jugar. Otra cosa es que el Vaticano vaya a implicarse de forma directa cuando sus últimas decisiones en las diócesis vascas -elección de obispos con determinado perfil incluida- no han ido precisamente por esa vía.