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Muchas gracias, que pase el siguiente

ENel tema del entrenador se observa entre los socios un deseo de relevo. Y por ser una cuestión a la que se le concede gran relevancia en campaña electoral, el porcentaje señalado de los partidarios del cambio aconsejaría que el día siguiente a las votaciones hubiese alguien nuevo posando para una sesión de fotos en San Mamés. Si uno de cada dos socios ya está posicionado a favor de otro técnico, pese al agradecimiento a que se habría hecho acreedor por los servicios prestados, el porcentaje de incondicionales de Joaquín Caparrós decrece más todavía una vez abierto el abanico de alternativas para ocupar el puesto. Así las cosas, apostar por el utrerano en vísperas de la apertura de las urnas constituye poco menos que un ejercicio de romanticismo, por no decir una temeridad. Este es un asunto que sólo le compete sopesar a la candidatura de García Macua, pero la corriente de opinión detectada invitaría a calificar de incierto el porvenir del andaluz en el Athletic.

Seguir dirigiendo a la plantilla rojiblanca con un sector tan amplio de la afición mirando de reojo, en ningún caso es lo ideal. Es evidente que en contra de Joaquín Caparrós pesa lo suyo el desgaste. Son cuatro años y en el fútbol falta paciencia o educación para asumir que la continuidad es un valor superior, y más en un club como este. Pero aquí hay algo más que el lógico y natural cansancio a que da lugar una convivencia tan dilatada en el tiempo. Resulta imposible eludir en el actual y candente contexto la certeza de que su propuesta futbolística resulta difícil de digerir si, como ha pasado, al equipo se le ve cómodamente instalado en la zona alta de Primera y, a ratos, hasta con ínfulas de gallito.

Aquel plan de choque que importó Caparrós en la campaña 2007-08, cuando todo se daba por bueno con tal de huir de las angustias precedentes, cuajó. El Athletic libró con cierta holgura y a nadie le importó demasiado que entre sus pocas distinciones estuviera el apartado de goles en contra y un espectacular récord de tarjetas rojas y amarillas, de las dos. La medicina del andaluz hizo su efecto, cierto, pero en adelante se empezó a comprobar que no funcionaba igual en un cuerpo sano y ajeno ya al virus del descenso. El extraordinario logro de volver a disputar una final de Copa salvó una segunda temporada donde el juego siguió siendo ramplón. En Liga ya ni siquiera se cerró la portería propia y se acabó fuera de peligro aunque a dos puntos del descenso. Dio lo mismo, la imborrable vuelta de la semifinal con el Sevilla en La Catedral valió por todo. Aquel 3-0 que supuso el billete para la final de Mestalla y sirvió de paso (y por el mismo precio gracias al alarde de los chicos de Guardiola) para viajar al año siguiente por Europa, es clave en el balance de Caparrós en el Athletic. Pocas veces noventa minutos darán tanto de sí en el currículo de un entrenador.

El reclamo de los partidos internacionales vistió el tercer año del andaluz, La campaña 2009-10 se saldó con fiasco en la Copa y un quiero y no puedo en la carrera por llegar a tiempo al reparto de los premios continentales. Quedó bien sentado que la planificación no es el fuerte de un técnico. Crecido por la concesión de generosa renovación, s atrevió a calificar la temporada de "magnífica", cuando ni los resultados ni el juego lo fueron, ni por asomo.

En su cuarto año, Caparrós metió al equipo en Europa a través de la Liga y eso ahí queda, pero a costa de la paciencia del personal que tuvo que apechugar con un estilo abiertamente especulador, de buenos marcadores y deficientes prestaciones futbolísticas. Vamos, poco juego y feo, pero notablemente efectivo al amparo de una competición cada vez más barata. El sexto puesto podría haber redimido a Caparrós de todos sus pecados, pero no fue así. La agria reacción del público de San Mamés afloró inesperadamente el último día, fue la expresión de un hartazgo acumulado y reprimido durante demasiado tiempo.

Desde entonces nada hay seguro en torno a Caparrós, ni sus adalides dan la cara por él. Sobre las cabezas pensantes de la plancha continuista revolotea la sospecha de que en adelante al utrerano no se le pasará ni media. En realidad, es la constatación de que el juego del equipo apenas ha evolucionado en cuatro años lo que se debería valorar. El librillo del andaluz no tiene más páginas para recrear la ilusión de la grada. Dicho de otra forma: el margen de mejora de la plantilla existe y se necesitaría alguien que sepa verlo y que actuase en consecuencia.

Cortar la cabeza de un entrenador es un trámite relativamente asequible, a lo más cuesta un dinero; lo delicado es dar con el sustituto idóneo. Del grupo de García Macua salieron en un momento dado flechas que señalaban a Claude Puel, hasta que el jefe dio a entender que por ahí no iba. Luego han salido más flechas sin dirección definida, a modo de globo sonda o de preliminar de una traca, pero en todo momento con la sombra de Caparrós ahí, bien presente desde la distancia. ¿Acaso como último recurso? No se sabe, no contestan.

Enfrente solo suena con nitidez Marcelo Bielsa. Pese a que debe tener el culo pelado por el humo de cien mil batallas, para el socio casi lo más sobresaliente de su tarjeta de presentación es que le acaba de dar plantón al Inter de Milán. Mira que si lo habría hecho por el Athletic…

Pero aquí, más de lo mismo: silencio. Josu Urrutia calla y muchos aseguran que sencillamente otorga. Al tiempo. También se le adjudica el fichaje de Aritz Aduriz, operación que sólo él puede abordar por razones que a nadie escapan, movimiento que el pueblo aplaudiría, según señala la encuesta. En cualquier caso, lo primero, lo que más cuenta, es la identidad del entrenador. El votante quiere saber y le va a tocar esperar todavía unos días más, aunque se podría afirmar que al que no espera es a Caparrós.