ESTE es el saludo con el que los judíos de la diáspora se despedían entre sí desde que el emperador Adriano les expulsara de su ciudad, allá por el año 135 d. C. por sus continuas revueltas contra el poder romano. Así lo aprendí en la divertida obra homónima de André Kaminski, cuya lectura ayuda a comprender un poco la historia psiquiátrica de un pueblo esquizofrénico, maníaco depresivo, mentiroso compulsivo, fabulador, paranoico, bipolar, ladrón, belicoso, con complejo de inferioridad, que ha generado un sentimiento sadomasoquista... que en poco o en nada se diferenciaría del resto que pululan por las facultades de antropología, de no ser porque van diciendo por ahí, que son el pueblo elegido con lo que desoyen aquel "¡No te signifiques!" que decían algunas madres a sus hijos antes de partir cuando todavía el pueblo, siguiendo los sabios consejos de Maquiavelo y Napoleón, tenía acceso al manejo de las armas por medio del servicio militar obligatorio, no como ahora que las dejamos todas en manos de profesionales.

Escucho con nitidez en mi cabeza la banda sonora de La lista de Schindler que pese a lo que diga Álvaro Lozano en su reflexión El Holocausto y la cultura de masas es una obra maestra. Claro que las imágenes que tengo delante no son en blanco y negro cuando escucho tan conmovedora melodía. ¡Son en color y vía satélite!

Tampoco están filmadas en un campo de concentración como el de Auschwitz, o acaso sí. ¡Pertenecen a un campo de refugiados como los de Sabra y Chatila! Nada en ellas recuerdan a la Alemania de los años treinta y cuarenta. ¡Son del Israel de hoy! Los niños que lloran junto a sus madres muertas a la puerta de sus casas destruidas todavía humeantes por las bombas lanzadas desde los aviones, están aterrados como lo debió estar Ana Frank, los ancianos desesperados corren de un lado para otro como nos muestra Hollywood de aquel horror de hace décadas, pero no dan la sensación de ser muy judíos con la tez oscura y pañuelos al cuello. ¡Son palestinos!

Igualmente, compruebo el motivo por el que esa gente que clama desesperada ante tanto sufrimiento no huye del lugar: grandes muros con alambres de espino y vallas electrificadas con torretas de vigilancia se lo impiden. Pero no se trata del Gueto de Varsovia. ¡Es la Franja de Gaza!

Como en las escenas de las películas, no parece que se hayan ahorrado nada en el reparto: infinidad de soldados uniformados con perros adiestrados y ametralladoras en mano hostigan a una indefensa población civil. Sólo un raro signo les distingue, más no es de color negro sobre círculo blanco y fondo rojo. No es la temida esvástica nazi. ¡Es la estrella de David! Y los soldados no son nazis, son judíos. Pero eso acaso no importe. Es la naturaleza humana la que está retratada en la pantalla.

Tan natural como el desprecio que Occidente siempre hace del dolor ajeno, igual que en su día ocurriera con el Holocausto que deliberadamente se dejó llevar a cabo por las potencias aliadas, cuyo antisemitismo poco tenía que envidiar a otros de la actualidad, genocidio en el que participaron sin ningún reparo las poblaciones de las repúblicas Bálticas, Ucrania, Hungría, Croacia, Rumania, Polonia, Francia...

Sólo tenemos que esperar a que termine todo esto y luego nos "rasgaremos las vestiduras", nos daremos de cabeza contra el Muro de las Lamentaciones, nos preguntaremos si "¿hay Dios después de Gaza?" y todos diremos que no lo sabíamos, fundaremos infinidad de Museos de la memoria plantaremos algún que otro jardincito con árboles de los Justos y haremos muchas películas y documentales para que las generaciones futuras no olviden lo sucedido.

Entonces quizá sea posible que todos, judíos, cristianos, y musulmanes, podamos exclamar tan bello saludo de despedida: el año que viene en Jerusalén.