LAS personas, las organizaciones y las sociedades que permanecen convierten cada contratiempo en una oportunidad. Las instituciones europeas tienen, con motivo de la crisis económica, la ocasión de presentarse ante una ciudadanía cada vez más escéptica como instrumentos útiles, solventes y realmente centrados en resolver los problemas de las personas. En ese empeño deben contar con experiencias de éxito en la promoción de la economía real como las que se desarrollan en muchas regiones que han superado hace años a sus Estados en este campo. Europa ganará con ello eficacia y proximidad.

El proyecto de Unión Europea es fruto de una respuesta afortunada a una situación de crisis política, social y económica como la que se vivió en este continente tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Superarla fue el objetivo de la Declaración Schuman, un movimiento en favor del desarrollo y la paz que dio origen a la Unión Europea. Hoy, la profundidad de la crisis económica ha superado las previsiones de coordinación y supervisión que en materia económica el Tratado de Lisboa otorga a las instituciones comunitarias. Medio año después de su entrada en vigor, nadie duda de que las medidas adoptadas hasta la fecha son imprescindibles para enfrentarla. Entre ellas figuran desde el fondo de rescate para los países en apuros integrados en la zona euro, como Grecia, a los mecanismos de supervisión y regulación de los mercados financieros. En definitiva, la puesta en marcha de instrumentos de dimensión y potencia global. También se han impuesto, a los países menos solventes, estrictos objetivos de reducción del déficit. Este mandato es el origen del improvisado y mejorable paquete de medidas que esta semana salvó por la mínima el presidente Zapatero en el Congreso de los Diputados.

Pero la solución a la crisis obliga a ir mucho más allá, porque una situación como ésta no se solventa sólo con medidas de ahorro y control, sino también con planes concretos para mejorar la eficiencia del gasto público y apostar por medidas que refuercen el aparato productivo europeo y lo preparen para competir en el mundo de hoy. En este sentido se han avanzado ya las líneas maestras de la estrategia Europa 2020 que sustituye a la fracasada estrategia de Lisboa. En este proyecto Europa apuesta por un crecimiento inteligente, basado en la innovación, la cualificación y el conocimiento; un crecimiento sostenible, duradero, basado en un aprovechamiento óptimo de los recursos disponibles y un crecimiento inclusivo, con política social. Estos principios se concretan en siete actuaciones que deberían orientar las políticas económicas de los países miembros.

Además se han señalado ya objetivos concretos para los próximos diez años, como conseguir una tasa de empleo del 75% para la población de entre 20 a 64 años, invertir el 3% del PIB en I+D o reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 20% en comparación con los niveles de 1990. También se aboga por reducir el porcentaje de abandono escolar al 10% desde el actual 15% e incrementar el porcentaje de personas de entre 30 y 34 años con estudios superiores completos desde el actual 31% al 40%. LLegar a esas cifras permitirá reducir en un 25% el número de europeos que viven por debajo del umbral de la pobreza, liberando de la misma a 20 millones de personas.

Euskadi es uno de los países europeos que ha tenido una evolución más positiva en los últimos treinta años. Precisamente alineándonos con principios como los que se detallan en esta estrategia europea de hoy y apostando por las personas y su capacidad superamos la profunda crisis de los 80 y la de mediados de los 90 con apuestas arriesgadas e innovadoras. Hoy, en muchos despachos de Bruselas, se alaba la cooperación público-privada que ha presidido la promoción económica en Euskadi desde principios de los 80. La variada tipología de las crisis padecidas obligó a articular todo tipo de medidas, desde el plan de avales 3R hasta la red de parques tecnológicos, pasando por la política de clusters o una apuesta por la educación que coloca nuestros niveles de fracaso escolar por debajo de la media europea. El resultado ha sido una economía productiva más potente, diversificada, moderna e internacionalizada que la española. Por ello es un modelo de éxito, como otras regiones europeas que llevan años superando a sus Estados con medidas de apoyo a la innovación más eficaces y potentes y estructuras tecnológicas más flexibles y pegadas a la realidad.

Este es el legado que recogió el actual Gobierno vasco de sus antecesores, quienes conocían el tejido económico del país, se preocuparon por mejorar su situación y actuaron. Su primera obligación debería ser al menos mantener ese nivel y agradecer de corazón el trabajo anterior porque han recogido una herencia extraordinaria en resultados y unas finanzas públicas sanas que permiten evitar el seguidismo con que Lakua se ha plegado a los planes de ajuste de Zapatero. También crecemos en deuda en proporciones que no guardan relación con el descenso de los ingresos. Sin embargo, ha descendido el gasto en innovación y no sabemos si se mantendrán inversiones estratégicas. En tiempos de crisis no se puede dejar de gastar en esas dos cosas.

En este contexto, muchas empresas vascas resisten y enfrentan el temporal. Esta misma semana, por ejemplo, la máquina-herramienta inaugura su bienal. Tenemos buenas posiciones en energía o en automoción, donde contamos con el primer centro de inteligencia europeo. Esta semana, sus responsables recordaban que, en plena crisis, las 300 empresas que componen el sector van a crecer en 2010 al 11,8% y darán empleo a más de 60.000 personas que trabajan no sólo en Euskadi sino en otros 27 países diferentes. Esta realidad es fruto de una carrera de fondo a la que salimos equipados con nuestra tradición industrial, conocimiento, cualificación profesional y tesón. Euskadi tuvo en 1993 el primer cluster de automoción de Europa. Hoy, en el centro de Amorebieta se albergan proyectos de I+D+I para todo el continente. Las autoridades vascas que auspiciaron este proyecto apoyaban este esfuerzo con casi 50 millones de euros, mientras se les negaban desde España las competencias en materia de innovación.

Por eso hoy Euskadi está identificado como un país moderno, avanzado y próspero y cohesionado y se distingue perfectamente de otras marcas de menor prestigio. Por eso Europa comienza a volverse, lenta y prudentemente, hacia las regiones que disponen de esta experiencia y estos resultados y a creer en ideas como actuar en local y pensar en global. Para empezar, son conscientes de las oportunidades que pierden por no colaborar directamente con este tipo de agentes. En la economía del conocimiento no se puede prescindir de él por mucho que quienes lo generen no sean Estados, sino regiones o autoridades locales. Esa visibilidad es la base de la identidad en el siglo XXI. El trabajo conjunto de vascas y vascos, voten a quien voten, y sus instituciones, lideradas en los últimos 30 años por el PNV, ha hecho posible una realidad que estoy orgullosa de representar en Europa. Nuestro reto principal es, al menos no perder esta posición e intentar mejorarla y salir reforzados.

* Europarlamentaria de EAJ/PNV