LA crisis económica sirve para comprender algunas cosas. Por ejemplo, que nadie sale de la forma como entró: los ultraliberales en economía salen convencidos de la necesidad de tener que regular los mercados, los apolíticos deciden que ha llegado el momento de volver a reclamar el proteccionismo, los creyentes en la magia del mercado y en el juego de la mano invisible descubren que lo peor que tiene ésta es que es tan invisible como se muestra y no cumple el papel que la teoría económica dice que cumple. Otro hecho es que los sistemas en los que nos hemos criado se agotan, las turbulencias en la economía han venido probablemente para quedarse y los supuestos sobre los que se habían construido las respuestas a estos hechos parecen no tener anclajes suficientes, sin olvidar que la codicia y la irresponsabilidad son también cualidades humanas, tan humanas que ni la inteligencia emocional ni los manuales de autoayuda son capaces de ponerlas freno. La paradoja es que por mucho que demos vueltas a las tesis del cambio de era o al carácter anormal del mismo, los mecanismos y las herramientas que tenemos para arreglar los entuertos siguen siendo las que eran hace cien, cincuenta o treinta años. Lo que ha variado, y de manera significativa, son los entornos y los contextos sobre los que debemos pensar.
Reconocer el carácter distintivo del mundo obliga a presentarse con una mirada distinta donde Occidente es uno más de los territorios donde se juega la partida y, probablemente, no el más importante. Otros actores tienen tanto o más que decir. Por ejemplo, el sudeste asiático emerge como el actor soberano de la nueva urbe que es el mundo, las sociedades árabes definen las estrategias económicas condicionando el papel que debe tener Occidente, los países latinoamericanos hablan cada vez más y con voz propia, Rusia define un nuevo marco de relación donde los recursos ideológicos y militares de la guerra fría se transforman en recursos energéticos -gas y petróleo- ante países como los occidentales, dependientes hasta la extenuación de estos recursos, e incluso la olvidada de la comunidad mundial globalizada, como es África, se presenta con nuevos rostros. Las llaves de las respuestas están en la capacidad para crear innovación partiendo de los instrumentos que contiene esta caja de herramientas. Esto significa que ni el mercado es abolido, ni el Estado ignorado, ni la acción humana desaparece, ni se puede hacer nada al margen de un buen sistema institucional que mantiene el procedimiento de buenas prácticas. Los contenidos de esta caja de herramientas se anclan a territorios concretos. El éxito está en la capacidad de jugar y de mezclar las herramientas con los contextos en los que se plasman las decisiones ante supuestos que la historia no repite.
Por todo eso, la respuesta socialista a la crisis es doblemente dolorosa. Lo es, porque el socialismo -no sólo el vasco o el español, sino también el europeo- depende para su funcionamiento y su legitimación de la expansión del Estado social, de las políticas de atención y fomento de la redistribución de la riqueza y de las políticas de la vida, gracias a las cuales se mantiene abierta la promesa de que aunque la coyuntura no sea la adecuada siempre se puede contar con ellos para fomentar la justicia social. Por cierto, ¿qué ha pasado con el legado keynesiano? ¿Sólo el liberalismo económico es la respuesta? No es extraño el rostro cariacontecido del presidente Zapatero trasladando al Parlamento español, con sus medidas de reajuste del gasto público, una nueva versión del socialismo. El problema está en que la perspectiva que propone no le diferencia de otras doctrinas menos insertas en la corriente de la socialdemocracia europea ¿Qué queda de las medidas y de la llamada a la responsabilidad del pensamiento y la praxis socialista cuando hasta el momento la táctica del avestruz ha presidido la relación con la ciudadanía y con la responsabilidad de gobernar como si la única respuesta hubiese sido apostar a la esperanza de que la mejora del ciclo económico ayudaría a la economía española a salir de sus problemas? Cuando ésta no acude a su llamada, el socialismo español encara la crisis para la que no estaba preparado y para la que no había elaborado pedagogía alguna. Años de crecimiento desenfrenado habían dado como resultado la euforia del resultado y la ética del todo vale, no el recurso a los valores del esfuerzo o a la ética de la responsabilidad. Recordemos que todavía hace tres o cuatro años el mismo presidente que cariacontecido presentaba las medidas de ajuste ante el Parlamento, hablaba y elevaba su voz para decir que España era ya la octava economía del mundo y que este proceso tenía bastante de irreversible.
El problema es que estamos no sólo ante la quiebra de un discurso y de una forma de hacer política, sino ante la construcción de un mundo desesperanzado donde la seguridad y la alegría de las respuestas a los dilemas del universo globalizado, con las que años antes el socialismo español se había adornado, dejan el paso abierto a la desesperanza, la desilusión y la emergencia de un modelo económico ciertamente novedoso, aunque no nuevo, donde el capital financiero domestica al poder político e impone sus condiciones. La opinión generalizada es que el socialismo español no tiene, al menos a corto plazo, respuesta a no ser reclamar a los de siempre, clases medias, y sectores afines, el esfuerzo de apretarse el cinturón. ¿Dónde queda, por ejemplo, aquel tiempo en el que constructores y gestores inmobiliarios eran la nueva sabia del reinventado capitalismo español o donde el capital financiero exhibía su músculo a través de una atrevida política de préstamos hipotecarios o donde los valores de la austeridad o el esfuerzo eran desplazados por inútiles y agoreros?
Da la impresión de que las condiciones y las consecuencias de la crisis económica son tan novedosas que no terminan de entenderse y de ahí que no haya respuestas políticas ni sociales a la misma. El socialismo, tan dependiente de la gestión del Estado del bienestar, está entre la espada y la pared porque llegó tarde y comprendió mal las causas y las consecuencias de la crisis. La pereza intelectual que le invade en los últimos años y la mediocridad de sus cuadros políticos le han encerrado en dilemas para los que no tiene respuestas propias. Las que está ofertando están en otros clubes, en otras oficinas, sean el FMI, el Banco Central Europeo, el Ecofin o entidades de rango similar. No sé si estamos ante el post o ante el presocialismo -aunque ciertamente ningún partido político ha sabido decir cosas distintas a las de los grandes grupos corporativos-, pero lo que parece fuera de duda es que le queda una larga travesía del desierto; reinventarse, quizá desde supuestos nuevos sobre los que da la impresión de que nunca pensó. La globalización, el capital financiero, la aceleración de la historia y la puesta en cuestión de los supuestos del Estado del bienestar tiene estas cosas; obligan incluso a quienes no entienden lo que está pasando. Pero ni los procesos sociales, ni la política ni la economía siguen caminos ciegos. Requieren, necesitan, una ética, una moral, ideas y creencias que manifiesten respeto, responsabilidad y coherencia en lo que se dice, pero sobre todo en lo que se hace. Éste es un tiempo donde hay que elegir también entre liderazgos inteligentes o entre líderes apáticos, cortoplacistas, sin un conocimiento profundo de los hechos y las cosas sobre las que deben actuar, que huyen del estoicismo y de los valores del esfuerzo y la austeridad que reclama una sociedad a la intemperie ¿De dónde van a salir éstos? ¿Dónde están? Ésta, me temo, es otra de las respuestas que la crisis está esperando o es que quizá estemos conformándonos con vivir la agonía de Europa, incapaz de sobreponerse a la mediocridad de sus elites políticas y a los procesos ciegos que dictan los latifundistas liberales.
* Catedrático de Sociología de la UPV