EL avance de las conclusiones del debate interno que la autodenominada izquierda abertzale ha venido realizando a lo largo de los últimos meses, a expensas de que se haga pública hoy la redacción íntegra del documento, constituye una reiteración de los ejes que ya se habían expuesto en los últimos tiempos y que giraban en torno a la Declaración de Altsasu. Los cuatro puntos de la resolución aprobada que la propia izquierda abertzale radical considera "más destacables" al avanzar las líneas generales del texto incluyen, cierto es, una apuesta por una "paz estable y duradera", un levísimo esbozo de autocrítica al admitir que dicha apuesta "exige cambios también en nosotros y nosotras mismas", un compromiso por un proceso "en ausencia total de violencia y sin injerencias" y en consonancia con los Principios Mitchell que marcaron el proceso en Irlanda del Norte y un llamamiento a otras fuerzas para un esfuerzo conjunto en pos del cambio hacia una nueva fase política. Sin embargo, en esos cuatro puntos más destacados por los mismos protagonistas del debate es más notoria la carencia que condiciona el primer avance real de dicho proceso y que ya se achacó en noviembre al texto de Altsasu: la petición expresa a ETA del abandono de la violencia como premisa previa indispensable que, por un lado, permita a la izquierda abertzale radical la búsqueda y activación de puntos en común con otros agentes políticos y sociales y, por otro, evite la contaminación de cualquier iniciativa política. La izquierda aber-tzale tiene hace tiempo la certeza de que sin esa exigencia a ETA o, en su caso, sin un desmarque nítido de la violencia, ese esfuerzo conjunto es inviable porque la amenaza de la actividad armada -en tantas ocasiones dirigida también contra aquéllos a quienes ahora se llama a la concertación- impide lo que ya hace dos siglos Edmund Burke definió como la confianza que, ligada a opiniones, afectos e intereses comunes, es imprescindible para alcanzar cualquier tipo de concierto. Nadie puede negar a estas alturas que la autodenominada izquierda abertzale ha llevado a cabo una importante evolución semántica impulsada por sus propias necesidades y contradicciones políticas e ideológicas y su distanciamiento de la sociedad vasca, pero tampoco la izquierda abertzale puede obviar que una mera evolución de discurso no es ya suficiente para eliminar las primeras y reducir el segundo. Menos aún cuando la actividad de ETA, o siquiera de parte de ella, no parece haberse detenido y puede condicionar y quebrar, como se demostró con el atentado de Barajas en diciembre de 2006, cualquier proceso o intento de diálogo. Como el avance del texto dado a conocer ayer admite, la izquierda abertzale está ante el desafío de superar el ciclo actual, pero es ella misma quien debe cruzar esa "puerta abierta".