Invasión de Irak Foto: Efe

Irak, la otra víctima colateral de los atentados

Tras la invasión de Afganistán, George W. Bush, con el apoyo de Tony Blair y José María Aznar, dirigió sus miradas al régimen de Sadam Hussein, al que derrocó en 2003

J. García - Bilbao

George Bush y Tony Blair hablaron de la invasión de Irak nueve días después del 11-S, según desveló el entonces embajador británico en Washington, Christopher Meyer, en unas declaraciones que se suman a las de consejeros de presidente norteamericano sobre el temprano interés de éste en atacar Bagdad.

En una cena celebrada durante la primera visita que un mandatario extranjero realizaba a EE.UU. tras el atentado contra las Torres Gemelas,Bush comentó a Blair su intención de derrocar a Sadam , a lo que el primer ministro británico respondió que convenía no distraerse en la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda y centrarse en combatir esta organización en Afganistán. “Estoy de acuerdo contigo, Tony. Debemos ocuparnos de esto primero. Pero cuando nos hayamos ocupado de Afganistán debemos volvernos hacia Irak”, fue la repuesta de Bush al entonces primer ministro británico y fiel aliado.

Meyer asegura que en la conversación, de la que fue testigo, quedaba claro que se hablaba de invadir Irak, ya que Blair no creía que se pudiera quitar a Sadam del poder sin una guerra.

Si en el caso de Bush, lo desvelado por Meyer ya lo afirmaban otros testimonios, en el de Blair es la primera vez que se atestigua que sabía que iba a haber una invasión de Irak mucho antes de marzo de 2003.

En efecto, el 20 de marzo de 2003 una coalición internacional encabezada por Estados Unidos invadió Irak con el objetivo de derrocar a Sadam Hussein y desarmar al país de unas supuestas armas de destrucción masiva.

Tony Blair, George W. Bush y José María Aznar, en la famosa reunión de las Azores de 2003. Foto: Afp
El trío de las Azores

“En este momento las fuerzas estadounidenses y de la coalición se encuentran en las primeras etapas de las operaciones militares paradesarmar a Irak , liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro”. Estas palabras, pronunciadas por George Bush hace 18 años, dieron comienzo a la invasión y guerra de Irak. Una campaña militar liderada por el presidente de Estados Unidos con el apoyo de Tony Blair y José María Aznar, el denominado trío de las Azores por su reunión en esta isla el 16 de marzo de ese año.

En esa fatídica cumbre se dio el visto bueno a la invasión tras lanzar un ultimátum de 24 horas al Gobierno de Bagdad para que llevara a cabo un completo desarme. Ese ultimátum se convirtió en una invasión muy criticada y que no contó con el respaldo de la ONU. Finalmente, el 20 de marzo, Bush anunció que había dado el visto bueno a la invasión de Irak y “liberar al pueblo iraquí de Sadam Hussein”. También justificó la invasión por las supuestas armas de destrucción masiva que poseía el Gobierno iraquí, aunque esas armas nunca se encontraron.

Aunque se habla del trío de las Azores por sus tres sonrientes participantes, en propiedad hubo un cuarto protagonista: José Manuel Durao Barroso, entonces primer ministro portugués, que actuó como feliz anfitrión. Años más tarde, siendo ya presidente de la Comisión Europea, Barroso justificó su participación en la reunión de las Azores afirmando que había sido "engañado", ya que se habrían mostrado documentos probatorios sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak que posteriormente resultaron falsos. Es más, Barroso acusó a Aznar de ser quien más solicitó la celebración de aquella cumbre previa a la guerra de Irak.

Ni Bush, ni Blair ni Aznar mostraron con el tiempo tener demasiados remordimientos por la guerra iniciada y sus devastadoras consecuencias. Solo el ex primer ministro británico esbozó un ligero ‘mea culpa’ cuando en octubre del 2015 admitió el dolor causado por aquella invasión y pidió perdón por los errores cometidos –atribuyéndolos a los servicios de inteligencia- después de haber defendido que la guerra había hecho el mundo más seguro. Nada más lejos de la realidad.

La imagen de los soldados estadounidenses derrumbando una estatua de Sadam Hussein en Bagdad en abril se convirtió en el símbolo de la primera etapa de la invasión. Un ejército extranjero que liberaba a un pueblo de su malvado dictador. No obstante, esa imagen de Estados Unidos como “liberador” fue disminuyendo a medida que avanzaba la operación. Se bombardeó la capital tan intensamente que todavía no se ha reconstruido por completo. Después del fin de la invasión, proclamada el 1 de mayo por el presidente Bush, comenzó la guerra que se prolongaría hasta 2011.

Captura y ejecución de Sadam Hussein

El 13 de diciembre de 2003, las tropas estadounidenses lograron capturar a Sadam Husein en las cercanías de Tikrit, su ciudad natal. Desde la caída del régimen ocho meses antes, el exdictador iraquí se había escondido en un minúsculo zulo secreto en la localidad de Ad Dawr, y su paradero fue todo un misterio durante esos ocho largos meses, por lo que, encontrarlo, se transformó en una obsesión para las fuerzas armadas estadounidenses. Su captura tenía precio: cualquier información sobre su paradero era recompensada con 25 millones de dólares.

Sadam Hussein toma la palabra durante el juicio que tuvo lugar en Bagdad tras ser detenido en diciembre de 2003.. Fotos: Efe

Para Estados Unidos, dar caza a Sadam Hussein era una prioridad, un asunto de Estado porque, tras años de conflicto con Irak, los atentados del 11 de septiembre reforzaron aún más el papel del dictador en el denominado 'Eje del mal', en el que había sido incluido por la Administración Bush.

Finalmente, pudo ser localizado gracias a una delación procedente de la población civil, que permitió al ejército norteamericano poner en marcha la operación 'Amanecer Rojo', cuyo objetivo era la captura Sadam. Una vez sorprendido el mandatario derrocado, aquel hombre que había tenido tanto poder en sus manos no opuso ninguna resistencia a su detención.

Posteriormente fue juzgado, condenado y ejecutado en su propio país en el amanecer del 30 de diciembre de 2006, en la sede de sus servicios secretos en Bagdad. Sadam Husein fue ahorcado con la misma soga que sufrieron sus enemigos tras ser ratificada la sentencia que le condenaba, con la calificación de "crímenes contra la Humanidad", por la muerte y tortura de 148 iraquíes chiíes en 1982. Dicen quienes presenciaron la ejecución de Sadam Hussein que no vieron en él rastro alguno de miedo... que no temía a la muerte. Así terminó, en 2006, la historia del dictador iraquí.

Varios iraquíes hacen frente a los tanques de Estados Unidos. Fotos: Efe

La brutal ejecución, en la que el ejército norteamericano niega haber tomado parte, chocó a los sunitas y a los chiíes, que tanto sufrieron bajo su régimen, y que lo celebraron en las calles por todo lo alto.. También suscitó la reprobación internacional, salvo en Israel e Irán.

En 2015, la tumba del destituido y ejecutado expresidente iraquí fue destruida como consecuencia de los combates entre el Ejército iraquí y el grupo yihadista Estado Islámico (EI) en Tikrit.

Estados Unidos trató de poner orden en el país después de capturar a Sadam Hussein, pero en Irak se desató el odio y el caos.

A raíz de la invasión estadounidense aumentaron las tensiones religiosa y sectarias del país, por lo que hubo enfrentamientos entre chiítas y sunitas. Con la guerra también empezó la crisis humanitaria. Según fuentes de Naciones Unidas cuatro millones de personas necesitan asistencia humanitaria y más de un millón continúan desplazadas dentro del país.