Emilio Cassinello Ex cónsul general de España en Nueva York

“A día de hoy el mundo es más inseguro, pero la repetición del 11-S no parece posible”

Acompañó a unos padres a hacerse pruebas de ADN para identificar los restos de su hija y recibió a un gallego que se salvó por los pelos. Vivió la cara y cruz de la tragedia

Entrevista de Arantza Rodríguez

“A día de hoy el mundo es más inseguro en todas las ciudades del mundo, pero la repetición del 11 de septiembre no parece posible”, considera Emilio Cassinello, cónsul de España en Nueva York entre los años 1998 y 2003 y actualmente director general del Centro Internacional de Toledo para la Paz.

¿Qué supusieron para usted los atentados del 11-S desde el punto de vista profesional y personal?

— Vivir el horror y el dolor de la ciudad fue una experiencia traumática, pero el valor de los ciudadanos de a pie fue una lección vital inolvidable. Profesionalmente fue una experiencia singular gestionar la salida y vuelta a España de unos 3.000 españoles atrapados en una situación de estado de guerra. Mantuvimos las puertas del Consulado abiertas 24 horas durante más de una semana, atendiendo personalmente y recibiendo llamadas desesperadas de familiares que desconocían la suerte de los suyos. Desde la visión de la diplomacia puede hacerse la misma reflexión que se hizo Sulzberger de The New York Times: se abría “el libro de texto de un nuevo mundo”, que no todos supieron leer correctamente.

De todo lo sucedido aquella fatídica jornada y las posteriores ¿qué imágenes le siguen viniendo a la mente veinte años después?

— La multitudinaria salida muda a pie de Manhattan, vista desde las ventanas de mis oficinas en un piso 31. La ceremonia de homenaje a las víctimas a tambores destemplados y oír el desconsuelo infinito de una familia mexicana que había perdido el hijo. La imagen terrible, dolorosa, en televisión de una pareja que había saltado al vacío con las manos entrelazadas. La eliminaron poco después y no volvieron a pasarla, destrozaba el ánimo. Las cenizas cubriendo las calles al sur de Canal Street. El humo y el olor que llegó cuando cambió el aire a los dos días. El ánimo valiente y desafiante de la Cuadra de Sevilla y Salvador Távora, que a petición de la Alcaldía neoyorquina mantuvieron la inauguración de su Carmen al día siguiente, en Broadway, con puertas abiertas.

Recibió en su despacho a los padres de un español fallecido en las Torres Gemelas y también a un gallego que sobrevivió. ¿Qué recuerda de aquellos encuentros?

— No podré nunca olvidar la dramática secuencia de acompañar a un padre y una madre a proporcionar pruebas de ADN para identificar los restos de su hija, una chica joven, embarazada, que murió junto a su marido. Ni la versión aún nerviosa y fascinante de la premonición de un pintor de exteriores gallego que estaba en el piso 112 de la Torre Sur y, al ver estrellar el avión en la gemela, decidió bajar y salvar la vida: tuvo un margen de 16 minutos.

Decía hace veinte años que, a raíz de los atentados, los países poderosos iban a prestar más atención a los países pobres porque se había visto que la pobreza extrema genera violencia extrema. ¿Ha sido así?

— Obviamente no ha sido así. Las desigualdades, si acaso, se han hecho más pronunciadas. La revisión de la globalización parece impostergable. Quizás –solo quizás– se ha aprendido la lección después del cataclismo afgano.

¿Qué opina de la toma de Afganistán por parte de los talibanes?

— Una catástrofe global. Una prueba de que para interpretar la realidad es imprescindible conocer y no equivocarse de contexto. Como dice insistentemente el vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz, ex ministro de Exteriores israelí, “vivimos tiempos bíblicos” sin respuestas fáciles.

¿Cree que, dado lo sucedido en Afganistán, la guerra contra el terrorismo iniciada por EE.UU. a raíz del 11-S no ha servido de nada?

— De poco ha servido. Aun así, no hay que abandonar la esperanza de haber aprendido más de una lección práctica sobre la complejidad de la realidad y que el mundo occidental –incluyendo EE.UU., la OTAN, Naciones Unidas y la UE– sepa repensar la geopolítica en términos ajenos al estricto universo cultural y político de las democracias liberales.

¿Cuándo visitó por última vez Nueva York? ¿Cómo encontró la ciudad?

— Estuve en diciembre de 2016 y sigue siendo la “ciudad mundial”, como la nombraba Edward Malefakis, o el “conciliábulo gigante de rascacielos” que decía Enrique Díez Canedo. O, como aseguraba Kleinfield del New York Times, “una ciudad de nuevos comienzos, segundas oportunidades y redención”. Sigue, pese a todo, siendo una urbe excepcional, en la que –fiel a la publicidad de su orquesta sinfónica– uno puede siempre esperar lo inesperado, en el buen sentido de la palabra.