Talibanes en las negociaciones de Doha.

Afganistán, dos décadas de una invasión inútil

Estados Unidos invadió en 2001 el país para echar del poder a los talibanes, pero veinte años después el Gobierno de Trump accedió en Doha a que los islamistas volvieran al Gobierno

Jontxu García - Bilbao

A miles de kilómetros de Nueva York, Afganistán se convirtió en víctima colateral del 11-S cuando George W. Bush lanzó la Operación Libertad Duradera para “liberar” al país de los talibanes, los mismos que han regresado al poder veinte años después, convirtiendo la operación militar estadounidense en uno de los mayores fiascos de la historia contemporánea.

Apenas unos días después del 11-S, el presidente de EE.UU. exigió a los talibanes que gobernaban Afganistán la entrega de Osama Bin Laden, líder del grupo islamista Al Qaeda y responsable de la matanza del 11-S. Los talibanes, islamistas radicales que dirigían Afganistán y protegían a Bin Laden, se negaron a entregarlo. La respuesta de Estados Unidos no se hizo esperar y el 7 de octubre, George W. Bush, anunció los primeros ataques aéreos contra Afganistán. “No queríamos esta misión, pero la cumpliremos", advirtió el entonces presidente de Estados Unidos. Dicho y hecho. La invasión comenzó con ataques aéreos sobre el país afgano y la unión de tropas internacionales de varios países a la guerra hicieron que los talibanes fueran rápidamente desplazados del poder. Sin embargo, y ahí vino el fallo de cálculo, no desaparecieron: se atrincheraron y su influencia volvió a crecer.

Según argumentó George W. Bush ese 7 de octubre de 2001, la misión tenía el fin de "interrumpir el uso de Afganistán como base terrorista de operaciones y atacar la capacidad militar del régimen talibán". Los primeros objetivos fueron los sitios militares que pertenecían al grupo talibán de línea dura que gobernaba el país: Los campos de entrenamiento de Al Qaeda.

Chris Donahue abandona Kabul.Foto: Afp

Los talibanes tomaron el control de la capital de Kabul en 1996. Dos años después, llegaron a gobernar la mayor parte del país, estableciendo una forma radical del Islam e instalando castigos forzados como ejecuciones públicas y prohibiendo a las mujeres el acceso al trabajo o a los estudios. Hicieron cumplir su propia versión de la sharía, o ley islámica, e introdujeron castigos brutales. Los hombres debían dejarse crecer la barba y las mujeres tuvieron que comenzar a usar el burka para cubrir todo su cuerpo. Los talibanes prohibieron, además, la televisión, la música y el cine.

Dos meses después de que Estados Unidos y sus aliados internacionales y afganos lanzaran sus ataques, el régimen talibán colapsó y sus combatientes se dispersaron en Pakistán.

Un nuevo gobierno respaldado por Estados Unidos se hizo cargo en 2004, pero los talibanes todavía tenían mucho apoyo en áreas alrededor de la frontera con Pakistán, y ganaban cientos de millones de dólares al año con el tráfico de drogas, la minería y los impuestos.

A medida que intensificaron los ataques suicidas, las fuerzas internacionales que trabajaban con las tropas afganas lucharon para contrarrestar la amenaza que representaba el grupo revitalizado.

En 2014, al final de lo que fue el año más sangriento en Afganistán desde 2001, las fuerzas internacionales de la OTAN, renuentes a quedarse en Afganistán indefinidamente, terminaron su misión de combate, dejando solo al ejército afgano para luchar contra los talibanes.

Esto impulsó a los talibanes a tomar diversos territorios, detonando bombas contra objetivos gubernamentales y civiles. Como resultado, los talibanes lograron reagruparse y cuando las fuerzas internacionales se retiraron, las fuerzas afganas fueron fácilmente sobrepasadas y acabó con el regreso al poder de los talibanes.

¿Acuerdo de paz o una rendición?

Un regreso que nació en Doha, Qatar, cuando EE.UU. y los talibanes firmaron el 29 de febrero de 2020 un acuerdo que contemplaba la retirada de todas las tropas estadounidenses y de la OTAN de Afganistán. Una marcha que culminó la medianoche del pasado 30 de agosto cuando Chris Donahue, comandante de la 82 División Aerotransportada del Ejército de Estados Unidos , abandonaba el aeropuerto de Kabul y certificaba el triunfo de los talibanes en Afganistán. Aunque bajo la presidencia de Joe Biden, se certificaba así la promesa de poner fin a las "guerras interminables" de Estados Unidos que había hecho Donald Trump cuando llegó a la Casa Blanca en enero de 2017.

Básicamente, el acuerdo alcanzado entre el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, y el líder talibán afgano, Abdul Ghani Baradar, contemplaba que a cambio de la retirada de las tropas de Afganistán, los islamistas no deben permitir que Al Qaeda o ningún otro grupo extremista opere dentro de las áreas que controla.

Se le llamó oficialmente un Acuerdo para traer la paz a Afganistán, aunque de momento su único resultado observable es la caída del gobierno afgano, con la salida del presidente afgano, Ashraf Ghani, del país y el temor a que los talibanes restauren el régimen integrista que impusieron en Afganistán antes de la invasión occidental. No en vano, son muchas las voces que creen que el retorno de los talibanes al poder es consecuencia del Acuerdo de Doha. "Aquello no fue un acuerdo de paz, fue una rendición", sostienen.

El acuerdo establecía también que los talibanes y el gobierno afgano entablarían después las llamadas negociaciones entre afganos, que deberían desembocar en un alto el fuego y un acuerdo definitivo sobre el futuro político del país, algo que quedó en la práctica en papel mojado. Y es que el gobierno afgano cayó antes de que el diálogo con los talibanes produjera el alto al fuego previsto y un acuerdo definitivo. E incluso la violencia se recrudeció en los meses posteriores al acuerdo, debido al interés de los talibanes en controlar el mayor territorio posible y ganar fuerza de cara a esas negociaciones inconclusas.

Liberados 5.000 presos talibanes

Los talibanes incluyeron, además, al final de la negociación, la exigencia de un acuerdo de liberación de prisioneros, que fue finalmente incluida y aceptada por Estados Unidos. Hasta 5.000 prisioneros talibanes y 1.000 funcionarios del gobierno afgano presos de los talibanes fueron liberados, entre ellos, algunos presos de Guantánamo acusados de participar o colaborar en los atentados del 11-S.

El Acuerdo de Doha se basaba en la premisa, repetida por el gobierno de Joe Biden y de su antecesor, Donald Trump, de que serían las fuerzas de seguridad afganas las que tomarían el control de la situación después de la retirada occidental. Pero el territorio afgano fue cayendo en los últimos días en manos de los talibanes sin apenas resistencia de las fuerzas estatales, en cuyo entrenamiento y equipamiento invirtió Estados Unidos millones de dólares en los últimos años.

Los talibanes han garantizado que la formación islamista posee la capacidad suficiente para proteger al país de amenazas terroristas con sus propios medios, por lo que no necesitan comprometerse con nadie para realizar operaciones conjuntas. No en vano, la prioridad de los combatientes radica en el reconocimiento de su régimen por parte de la comunidad internacional, que por el momento no se ha atrevido a dar el paso, ya que la mayoría de los líderes del grupo, incluido su recién nombrado jefe de Gobierno, el mulá Hassan Akhund, siguen en la lista negra de Naciones Unidas.

No obstante, el renacer de Al Qaeda podría incrementar las tensiones entre el régimen talibán y la comunidad internacional, que ha suspendido temporalmente los fondos para la reconstrucción de la nación, una fuente de ingresos que representan alrededor del 43% del PIB del país, según el Banco Mundial.