AL margen de la validez política de los dos aspirantes a la presidencia de Estados Unidos, el espectáculo del recién acabado juicio contra el expresidente Trump demuestra que ni las bananas ni las repúblicas que llevan su nombre se limitan a países sureños o a economías subdesarrolladas.
La sentencia condenatoria contra el expresidente Donald Trump llenó de gozo a los seguidores de su rival y actual presidente, Joe Biden, y rasgó las vestiduras de los partidarios del expresidente, quienes reaccionaron abriendo sus bolsillos con ayudas generosas a la campaña electoral de Trump. En estas primeras reacciones a la primera condena de un expresidente en la historia del país, dominan el entusiasmo, la desesperación y el revanchismo.
Entusiasmo entre los partidarios del actual mandatario demócrata, Joe Biden, porque creen que su rival Donald Trump verá cerrado su retorno a la Casa Blanca en las próximas elecciones; desesperación entre los partidarios del expresidente, a quien consideran injustamente perseguido y condenado, y revanchismos entre votantes de ambos partidos, que ven llegado el momento de responder por cualquier medio a sus rivales políticos.
El juicio recién acabado contra Donald Trump, declarado culpable de los 34 delitos graves que se le imputaban, era el que contenía los menores cargos contra el expresidente, quien todavía deberá responder en otros tres procesamientos, por interferir ilegalmente en el proceso electoral de 2020, por intentar falsificar el recuento en el estado de Georgia y por llevarse documentos secretos al dejar la Casa Blanca.
De estos casos, donde los fiscales tenían más posibilidades de obtener una condena que paralice su campaña es en el juicio recién concluido de Nueva York , en buena parte porque era un proceso estatal y no federal, fuera del alcance del
Tribunal Supremo o incluso de futuras acciones de Donald Trump si resulta elegido presidente.
A cambio, el caso de Nueva York era tan débil que ya lo habían descartado otros juristas y las posibilidades de anularlo en apelación son muy grandes.
Al margen de las otras tres acusaciones contra Trump, que posiblemente no se presentarán a juicio antes de las elecciones, el panorama político norteamericano ha cambiado para siempre y se han abierto las compuertas del revanchismo, las venganzas políticas y el descenso a niveles antes inimaginables en los sistemas democráticos occidentales.
Si esta situación es una prueba de los cambios en la sociedad norteamericana, podría ser también una indicación de nuevas corrientes que afectarían no solamente a Estados Unidos, sino a todo el mundo occidental: o sigue bajo el paraguas –y la cada vez más peligrosa norteamericana– o busca nuevas fórmulas políticas para evitar que lo arrastre el torbellino que ahora vamos a vivir al oeste del Atlántico. En ambos casos, el cambio es tan inevitable como inescrutable.