Las “dos sesiones” reúnen al mismo tiempo la Asamblea Popular Nacional, órgano legislativo supremo de China y la Conferencia Consultiva del Pueblo, órgano consultivo en la que representantes de la sociedad china proporcionan asesoramiento al gobierno. Durante una semana, se fijan los objetivos y las prioridades para las políticas de este curso, marcando el rumbo del país para los próximos meses. Este año, señaladas por la tensión y la sospecha entre las grandes potencias, las dos sesiones cobran aún más relevancia, y más interés que nunca.
Muchos y diversos son los temas que se tratan en este cónclave del poder político y económico chino. Desde temas locales hasta decisiones económicas de gran calado. Para los medios internacionales, es una gran oportunidad para descubrir la situación real de la China actual, y sobre todo, para entender las líneas que seguirá el gobierno de Xi Jinping los próximos meses. Más si cabe en una situación en la que la tensión entre China y Estados Unidos está llegando a niveles hasta ahora desconocidos.
Tres han sido los grandes temas que han marcado el desarrollo de las “dos sesiones” este año. El primero, sin duda alguna, la economía. Tras la ralentización de la economía china, muchos son los que ya escriben sobre una futura crisis económica del país. En un momento histórico en el que su economía parece estar a punto de convertirse en la primera a nivel mundial, usurpando a Estados Unidos su hegemonía de las últimas décadas, parece que ese último sprint se le está atragantando a la apisonadora china. Desde la crisis del covid, la economía china parece incapaz de recobrar la senda de crecimiento continuo de las últimas décadas.
La reciente crisis inmobiliaria, junto a la guerra económica con los Estados Unidos parecen pasar también factura a una China que se ve ya incapaz de retornar a los dos dígitos de desarrollo que una vez consiguió repetir año tras año. Una economía que enfrenta graves problemas, como un paro juvenil del 25% que no logran rebajar, un crecimiento demográfico similar al de Occidente, que hace que la sociedad envejezca aún más año a año, y unos históricos problemas entre campo y ciudad, agravado por las condiciones en las que la mano de obra que llega del campo a la ciudad para trabajar en las fábricas se asienta en las grandes urbes. El gobierno chino niega un estancamiento económico, lanzando un mensaje tranquilizador, alegando que las futuras políticas económicas lograrán impulsar a la senda del crecimiento.
Entre los ámbitos económicos a impulsar, el del sector privado es el que más atención ha atraído, sector que contribuye en más de un 60% al PIB del país y, sobre todo, es uno de los grandes impulsores de la innovación tecnológica. Aquí sin duda está uno de los grandes objetivos planteados para el futuro por el gobierno de Xi Jinping. Ya desde antes de las sesiones, Xi ya había marcado como prioritario el desarrollo de lo que los mandarines del partido denominan “las fuerzas nuevas productivas”, es decir, la innovación tecnológica. Un impulso a la tecnología que no sólo será clave a la hora de aumentar la productividad de la economía, sino también puede ser clave en otros frentes importantes.
La guerra de los chips
Como explica Chris Miller en su fantástico libro Chip war, la guerra de los chips se está convirtiendo hoy en día en la gran pelea por la hegemonía mundial. Son los semiconductores los que controlan nuestro día a día, haciendo funcionar desde los electrodomésticos hasta los misiles más modernos que amenazan la paz mundial. La guerra de Ucrania ha desvelado el gran peligro de la dependencia de Occidente en energía respecto a países que se pueden convertir en enemigos, lo que se puede trasladar al campo de los semiconductores, más cuando gracias a la globalización Occidente recolocó sus fábricas tecnológicas en otros países para abaratar costes.
Xi Jinping, sin duda alguna, se ha vuelto el líder que más poder ha concentrado en la historia de China después de Mao
China también apuesta fuerte en este campo, entendiendo que por una parte será necesaria la innovación tecnológica para lograr el objetivo de un 5% de desarrollo para este año, y para continuar con una senda de desarrollo que le permita superar pronto a los Estados Unidos como potencia económica, pero también para que le permita afrontar la amenaza que puede suponer poner en duda la hegemonía mundial. Más si cabe en un momento en el que el orden internacional ha saltado por los aires desde la invasión rusa de Ucrania y en el que algunos autores ya hablan de una nueva era de “(Des)orden mundial”.
Aquí nos encontramos con el segundo de los grandes temas de las “dos sesiones” de este año. La situación de tensión que vive la comunidad internacional, sobre todo a la tensión entre chinos y norteamericanos, marca todo lo referente al futuro de China. Wang Yi, ministro de asuntos exteriores, no ha escondido la tensión existente entre ambos países. El mensaje de una China que intenta hacer valer la voz del Sur Global, buscando un orden multipolar, frente a unos Estados Unidos que no permite al resto de las naciones tomar parte en las decisiones a escala global, ha vuelto a repetirse una vez más a los medios internacionales. La usual retórica china en la que son víctimas del mundo unipolar marcado por EE.UU..
Las palabras de Wang Yi han sido estudiadas al milímetro para tratar de entender el futuro de las acciones exteriores de una China cada vez más agresiva no sólo en su retórica respecto a Taiwán, sino también en sus acciones, como los recientes incidentes con barcos filipinos en su eterna disputa por el control militar de las islas alrededor de su costa. Sin olvidar su apoyo tácito a la Rusia de Putin, principal desafío a Occidente en la actualidad. China trata de mandar un mensaje de calma en lo referente a la economía, pero sigue manteniendo la tensión en su política exterior.
El tercer gran momento ha sido el referente a Xi Jinping. Desde su ascenso a la cúspide del poder, Xi ha transformado la relación del partido comunista chino tanto respecto al estado como a la sociedad. El poder del partido se ha reforzado, redoblando el control sobre los mecanismos del estado y, sobre todo, respecto a la sociedad. El Partido Comunista Chino, con sus casi 100 millones de afiliados, ha vuelto a centralizar todo el poder sobre si mismo, a través de un Xi Jinping que, sin duda alguna, se ha vuelto el líder que más poder ha concentrado en la historia de China después de Mao.
Si los antecesores de Xi entendieron que una China con una mayor descentralización respecto al estado y la economía, y con mayores dosis de libertad individual, sin poner en duda al Partido como única autoridad política, era el camino a seguir, Xi ha conducido al país por distintos derroteros, convirtiendo al partido de nuevo en la autoridad suprema tanto en lo político como en lo económico. Sin olvidar tampoco lo ideológico, en el que el pensamiento de Xi Jinping parece haber resucitado la antigua omnipresencia de Mao en todos los ámbitos del país.
Xi encara la China del futuro y su desafío a la hegemonía mundial con un partido todopoderoso y con un líder con el control absoluto
Xi parece retornar a la vieja visión del partido que tenía Mao. Quizás en ello su pasado personal pueda tener mucha influencia. Hijo de un represaliado en la revolución cultural, Xi fue enviado para ser reeducado al campo, donde vivió durante años para resocializarse en el verdadero camino del maoísmo puro. Tras años trabajando en el campo, Xi logró su rehabilitación, labrando su ascenso en la lucha contra la corrupción dentro del partido, y en la búsqueda del retorno del poder total a las manos del partido. Un camino desde la reeducación hasta la dirección del partido en su retorno al poder más absoluto.
El control de Xi
Las dos sesiones han visto como ese control del partido en la persona de Xi se ha fortalecido. La propia Asamblea Nacional, ha autolimitado sus funciones respecto al partido y su líder, Xi Jinping. Si algo caracteriza el mandato del presidente de la República Popular China desde 2015 es el retorno del poder al partido y, sobre todo, a las manos de su líder. Xi Jinping encara la China del futuro y su desafío a la hegemonía mundial con un partido todopoderoso y con un líder con el control absoluto de la sociedad. Una visión que el propio Mao hubiese bendecido.
Pero para muchos expertos Xi y su visión del partido son contrarios a su objetivo de crecimiento económico. Para estos críticos, puede que el control absoluto del país signifique estabilidad y control, pero a nivel económico puede ser una losa para el crecimiento. Es más, para muchos expertos, el autoritarismo y la centralización que Xi lleva introduciendo son la causa de la falta de confianza de los propios chinos y los mercados internacionales. Para estos, la falta de libertad crea inseguridad en los inversores y coarta la iniciativa de la clase empresarial.
Xi encara una contradicción que resume la encrucijada en la que se encuentra China. Por un lado, necesita el sistema económico mundial y, sobre todo, los mercados occidentales, para legitimar el régimen a través de la riqueza y el crecimiento. Una economía que necesita descentralización e iniciativa para crear crecimiento. Pero, por otro lado, Xi y su visión de una China hegemónica, que aspira a superar a EE.UU. como gran potencia y recuperar Taiwan, retorna al autoritarismo total del Partido Comunista Chino de la era Mao. Una China controlada con mano de hierro que busca el pulso con Occidente, pero que necesita los mercados de ese Occidente y el libre comercio.
Economía y crecimiento, frente a autoritarismo y control. La contradicción que Xi Jinping cree poder superar devolviendo todo el poder al partido. Decía Mao que “los contrarios en una contradicción forman una unidad a la vez que luchan entre sí, lo cual impulsa el movimiento y el cambio de las cosas. En todas partes existen contradicciones…” Desde luego en la China de Xi aún existen esas contradicciones, lo que queda por ver es si ese cambio al que conduce la contradicción de Xi llevará a China al éxito o al fracaso…