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Eleanor Roosevelt y el eco vasco de la libertad

Los vascos Irala, Ynchausti y Lombana buscaron también en la primera dama una posible aliada para hacer frente mundial a la dictadura de Franco

Eleanor Roosevelt y el eco vasco de la libertadONU

El 12 de mayo de 1947, en un despacho parisino, un delegado vasco redactó una carta que buscaba atravesar los muros de la dictadura franquista con las únicas armas posibles entonces: la palabra, la diplomacia y la apelación a la conciencia moral de Occidente. Su autor, Antonio de Irala, representante del Gobierno Vasco en el exilio y miembro del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en Estados Unidos, dirigió aquella misiva a Eleanor Roosevelt, la viuda del presidente Franklin D. Roosevelt y, según se estimaba en la época, una de las voces más influyentes del nuevo orden mundial que surgía tras la Segunda Guerra Mundial.

En 1947, al parecer, Roosevelt era mucho más que la ex primera dama. Como delegada de Estados Unidos ante las Naciones Unidas y presidenta de la comisión que redactaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, su nombre simbolizaba “la defensa de la justicia, la libertad y la dignidad humana frente a los totalitarismos”, valoraba la hemeroteca. Por ello, Antonio de Irala no le escribió solo a una figura política, sino a “una conciencia universal”.

La relación entre el Gobierno Vasco y Eleanor Roosevelt no se limitó a esta carta a la que DEIA ha tenido acceso. Según confirma David Mota Zurdo en su estudio La delegación del Gobierno Vasco en Nueva York durante la Guerra Civil (1936-1939): las labores de lobbying ante la NCWC y el Departamento de Estado, Eleanor se reunió en Nueva York con varias comisiones del PNV, como la dirigida por José Luis de la Lombana, y también con figuras como Manuel María de Ynchausti. Mota Zurdo apostilla: “La delegación del Gobierno vasco, a principios de septiembre de 1939, inició una serie de gestiones en el medio católico con el objetivo de recabar apoyos para crear la sección americana de la LIAB. Se entrevistó primero con el padre jesuita y profesor de Georgetown University, Wilfrid Parsons, con John LaFarge (editor asociado de la revista America), con Eleanor Roosevelt (primera dama de Estados Unidos y activista política proderechos humanos) y con Henry Taft (hermano del expresidente de Estados Unidos, Howard Taft)”.

La carta de Irala, por su parte, toma comienzo con el siguiente discurso: “Tomo la libertad de informarle que envío el siguiente telegrama al señor Wilson Wyatt, presidente de Americans for Democratic Action”. Desde la primera línea, el jeltzale muestra su propósito: internacionalizar la causa vasca y conectar la lucha contra el franquismo con los valores democráticos que los aliados acababan de reivindicar en Europa.

El contexto de la misiva era la huelga general de mayo de 1947 en Euskadi, un levantamiento obrero sin precedentes desde el fin de la Guerra Civil. Miles de trabajadores, especialmente en Bilbao y en las zonas industriales de Bizkaia y Gipuzkoa detuvieron la producción para protestar contra las condiciones de vida, la represión y la falta de libertades.

Irala explica en su misiva que la huelga fue “un acto de protesta contra la tiranía política del régimen de Franco, unánimemente condenado por los países democráticos”. Añade que el paro fue organizado por el Consejo de Resistencia Vasca, que aglutinaba a católicos, socialistas y nacionalistas, y que representaba “la unanimidad de decisión y de coraje de los trabajadores vascos”. La reacción del régimen franquista fue brutal. Según denuncia Irala, la policía “proclamó su victoria declarando públicamente que habría represalias si los trabajadores volvían al trabajo, arrestando a cientos de obreros y tratando a todos con brutalidad”. Aquella represión fue el motivo principal de su apelación a Roosevelt: la necesidad de que las democracias occidentales alzaran la voz frente al silencio cómplice de la posguerra.

Anton Irala.

El Gobierno Vasco en el exilio, presidido entonces por José Antonio Aguirre, que fallecería en 1960, mantenía una intensa actividad diplomática en América. Sin reconocimiento oficial, según valoraban, sus delegados buscaban influir en la opinión pública internacional para denunciar la dictadura española y mantener viva la legitimidad del autogobierno vasco. En este contexto, la carta de Irala a Eleanor Roosevelt representa un “ejemplo paradigmático de diplomacia moral, una apelación directa al humanismo norteamericano”. Irala abunda en ello: “Considerando que usted preside en Estados Unidos una organización que se opone a toda tiranía y defiende los estándares de justicia y humanidad, me tomo la libertad de solicitarle que intervenga ante su gobierno”. No pide ayuda militar ni recursos económicos, “una declaración pública por parte de su organización sería un gran estímulo para los valientes trabajadores vascos y una prueba del apoyo de los demócratas americanos a los ideales de justicia y libertad”, argumenta. La apelación es precisa: conectar la resistencia vasca con el espíritu de la recién nacida ONU y con la causa universal de los derechos humanos.

Según voces de la época, Eleanor Roosevelt había demostrado, en su vida pública, compromiso con los oprimidos. “Fue defensora de los refugiados de guerra, impulsora del sufragio femenino y promotora de la igualdad racial en Estados Unidos. Su correspondencia con figuras del exilio europeo muestra que escuchaba con atención a quienes buscaban reconstruir la libertad desde las ruinas del fascismo”. Por ello, no es casual que Antonio de Irala se dirigiera a ella con esperanza: “Le escribo convencido de que un esfuerzo personal suyo, por su bien conocida devoción hacia quienes sufren, podría servir eficazmente para disminuir las injusticias padecidas por los trabajadores vascos”. A juicio de Irala, los valores democráticos proclamados tras la guerra debían aplicarse también a España.

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La misiva no fue un hecho aislado. Durante los años cuarenta, el PNV y el Gobierno Vasco en el exilio mantuvieron contactos con congresistas, sindicatos, organizaciones religiosas y comités antifascistas en Estados Unidos. Intentaban “convencer a Washington de que la dictadura de Franco era una anomalía en la nueva Europa democrática”. Las reuniones previas con Eleanor Roosevelt, incluyendo las de 1939 señaladas por Mota Zurdo, demuestran que el Gobierno Vasco buscaba consolidar un contacto estable con la primera dama y defensora de los derechos humanos. Sin embargo, “el inicio de la Guerra Fría y la utilidad geopolítica del régimen franquista como aliado anticomunista frustraron muchas de esas esperanzas”.

Aun así, la carta a Eleanor Roosevelt conserva su valor histórico. Es testimonio de un intento de construir puentes diplomáticos entre la pequeña nación vasca y la gran potencia americana, a través de la figura más emblemática de los derechos humanos del siglo XX.