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La caída de Bilbao: entre la resistencia vasca y la conquista franquista

88 años después, Euskadi aún pone pie en pared al fascismo y recuerda la dignidad de los republicanos que defendieron durante 80 días la capital de Bizkaia

La caída de Bilbao: entre la resistencia vasca y la conquista franquistaMuseo Memorial del Cinturón de Hierro

El 12 de junio de 1937 marca el inicio del desenlace definitivo para Bilbao en el marco de la Guerra Civil. Tras la rotura del Cinturón de Hierro por los franquistas, no prevista por el Gobierno vasco, se desencadena ante Bilbao una semana de intensa resistencia que culminará el 19 de junio con la entrada de las tropas sublevadas en la capital vizcaína. “El lehendakari pensaba que el Cinturón iba a resistir y no fue así”, explica Aitor Miñambres, director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango. Sin embargo, ante la irrupción franquista, el Gobierno vasco solicita a sus batallones “el sacrificio en Artxanda para poder ganar tiempo y proceder a la evacuación y retirada en dirección a las Encartaciones y a la provincia de Santander”, que décadas después sería Cantabria.

Durante los días siguientes, la resistencia vasca se concentra en puntos clave como Artxanda y Santo Domingo. Batallones como el Gordexola del PNV o el UGT-8 Jean Jaurès protagonizan una defensa destacada. “La resistencia en el alto de Santo Domingo y en la ermita de San Roque fue durísima”, señala Miñambres. “Hubo bombardeos sobre el casino de Artxanda y combates incluso en las cercanías del campo de fútbol”.

Aunque en algunos discursos y relatos posteriores se ha hablado de una entrega negociada, la caída de Bilbao fue, en palabras del propio José María de Areilza, primer alcalde franquista de la ciudad, “una conquista por las armas”. Según Miñambres, “él mismo, falangista, proclama que ha habido vencedores y vencidos, que conquistar Bilbao les ha costado mucha sangre”.

Algunas unidades vascas, atrapadas en la ciudad tras la evacuación de las autoridades, negociaron su entrega con mandos franquistas, como el coronel García Valiño. Pero, como aclara el investigador, “un mando de batallón no tiene autoridad para entregar una ciudad; la villa ya había sido evacuada previamente por las autoridades vascas”.

Los últimos en abandonar Bilbao fueron los consejeros Leizaola, Astigarrabia y Aznar, junto al general Gámir Ulibarri –apunta Miñambres-. “Se retiran a Trucíos la madrugada del 19 de junio, cuando las tropas vascas ya se han retirado del cordal de Artxanda y se cierra el cerco sobre la capital”.

“El lehendakari pensaba que el Cinturón iba a resistir y no fue así”, explica Aitor Miñambres, director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro

Allí se había trasladado tres días antes el conjunto del Gobierno vasco. Desde esa nueva sede se emite el conocido como manifiesto de Turtzios. En él, el lehendakari afirma que “el territorio habrá sido conquistado, pero el alma del pueblo vasco no lo será jamás”. También en los días previos a la caída, se decidió destruir algunas infraestructuras estratégicas para evitar su aprovechamiento por el enemigo, “aunque sin una devastación total. Eso lo acuerdan el lehendakari y Gámir Ulibarri”, indica Miñambres. Un ejemplo fue la Universidad de Deusto, que finalmente se salvó por su valor cultural tras la intervención de Leizaola. “También por orden de Leizaola los prisioneros derechistas fueron puestos en libertad y pasados a las líneas enemigas”, agrega.

Durante la madrugada del 18 al 19 de junio, hacia la una o dos de la noche, los dinamiteros del Ejército de Euskadi vuelan los puentes sobre el Ibaizabal. “Fueron voladuras oficiales, ordenadas, controladas. No espontáneas ni adjudicables a los anarquistas en calidad de desmanes”, diferencia Miñambres.

El éxodo fue masivo. “Unas 200.000 personas salieron de la ciudad, más los casi 40.000 niños y niñas evacuados previamente”. Aun así, “mucha gente se quedó encerrada en sus casas, temiendo saqueos o simplemente por miedo a lo que pudiera pasar”.

Gudaris en el frente.

La entrada de las tropas franquistas se produjo por Bilbao la Vieja. “Al encontrar los puentes volados, un soldado cruza nadando la ría con una bandera rojigualda. Luego empiezan a pasar con botes y a construir puentes provisionales”, relata el de Berango. Hacia la tarde del 19, las tropas también van descendiendo desde Arraiz, algunas se concentran en zonas como la Plaza Elíptica y toman posesión de edificios oficiales.

El Carlton

Uno de los gestos simbólicos más fotografiados fue la retirada del rótulo del Gobierno vasco en el Hotel Carlton. “No les impedía el paso, pero era un símbolo”, asiente Miñambres. El episodio fue inmortalizado por fotógrafos que captaron ese momento, convertido en icono fascista de la conquista de la ciudad.

La entrada de las tropas se produce sin una bienvenida popular masiva. “En las fotos se ven seis o siete personas saludando, nada que ver con lo que ocurrió en ciudades como Santander”, compara. “Los propios cronistas franquistas reconocen que los bilbainos que se quedaron los miraban con mal disimulado enojo”.

A pesar de que en las elecciones de 1936 una cuarta parte de la población de Bizkaia votó a la derecha, Miñambres rechaza interpretaciones de reconciliación. “No podemos hablar de guerra entre hermanos, de fratricidio. La propia propaganda franquista habla de conquista, de vencedores y vencidos”.

Los últimos en abandonar Bilbao fueron los consejeros Leizaola, Astigarrabia y Aznar, junto al general Gámir Ulibarri

Los medios franquistas desplegaron una intensa campaña tras la toma de la ciudad. “Hubo celebraciones en toda la España franquista, publicaciones especiales, fotografías de tropas victoriosas... Llegaron con camiones regalando pan como gesto propagandístico”, indica. Las imprentas locales fueron asumidas por el nuevo régimen, y la propaganda franquista se encargó de presentar la ocupación “como una liberación”.

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En los días y semanas posteriores, se detectaron casos de colaboracionismo por parte de particulares y empresas. “Hubo negocios que se publicitaban como posicionados desde siempre al servicio de la llamada España nacional”, señala Miñambres, que defiende el uso de ese término. “Colaboracionismo –precisa– significa eso: poner tus infraestructuras, recursos e información al servicio del ocupante”.

Con la entrada de los sublevados ya franquistas y la caída del frente norte, Bilbao entró en una nueva etapa bajo el control franquista, marcada por la represión, el cambio de símbolos y una reconfiguración forzada de la vida pública. “El general Mola esperaba ganar Bilbao en tres semanas y no llegó a verlo, tres meses después”, concluye Aitor Miñambres.