Quince días más de vida y hubiera conocido el sabor de la libertad. El corazón de Pascual Askasibar Iriondo no logró seguir latiendo hasta ese día. Natural de Elgeta, falleció el 17 de abril de 1945 en el campo de trabajo esclavo de Wöbbelin, uno de los 85 campos satélites del central de Neuengamme, el mayor almacén nazi de humanos del noroeste de Alemania. El de Wöbbelin está ubicado a 190 kilómetros de Berlín, junto a la ciudad de Ludwigslust, y fue el escenario, el pasado mes de mayo, de un emotivo acto en recuerdo a los hombres y mujeres que lo padecieron. Dos de ellos fueron vascos: el guipuzcoano Askasibar y el navarro Víctor García-Serrano Retegi. En aquel escenario se celebró el mes pasado un emotivo acto cargado de simbolismo vasco que, a juicio de la familia de Askasibar, ha pasado inadvertido.
El pasado 2 de mayo, el día en el que se cumplían exactamente 80 años desde la liberación del campo por las tropas americanas, se replantó en aquel lugar de memoria un vástago del Árbol de Gernika, de más de dos metros de altura. Gozó del privilegio de ser el primer retoño de una estirpe de robles de siete siglos de antigüedad que crecerá en Alemania, en una tierra trágicamente abonada hace ocho décadas con los cuerpos de los fallecidos en la masacre nazi ocurrida en Wöbbelin. “Ese ejemplar de roble representa la esperanza e ilusión de todos los miembros de la Amical Española de Neuengamme (AEN) de que eche profundas raíces en ese suelo del Memorial de Wöbbelin, en el mismo suelo en el que se integraron los restos físicos de nuestros queridos parientes y los de todos los que allí murieron y fueron indignamente enterrados”, valora a DEIA Jesús María Txurruka, sobrino-nieto de aquel deportado.
El acontecimiento, impulsado por la AEN y, en especial, por el pariente de Askasibar, contó con la asistencia de una nutrida representación de autoridades: la primera ministra del land de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, el comisario del condado de Ludwigslust-Parchim, el alcalde de Ludwigslust, la directora del Memorial de Wöbbelin, el cónsul de España en Hamburgo, la directora general de Memoria Democrática del Principado de Asturias, la presidenta de la Amical Española de Neuengamme, etc. “La representación vasca estuvo reducida exclusivamente a tres personas, un representante por cada una de las tres comunidades políticas en las que está dividida Euskal Herria: una navarra, un vizcaino y un lapurtarra. Nadie más”, valora la familia de Askasibar, que va más allá: “Aunque el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, Gogora, fue expresamente invitado, no envió a ningún representante. En todo caso, hay que agradecer que financiara la compra y el envío del árbol desde Bizkaia hasta el Memorial de Wöbbelin, por un importe de algo menos de mil euros, un desembolso económico que, según nos hace saber el tesorero de la AEN, hubiera supuesto un serio golpe para la economía de la asociación. Por supuesto, todos los familiares asistentes pagaron de su bolsillo los gastos generados”, matizan.
Txurruka sintió orgullo por el logro y también “vergüenza”. “¿Qué pensarían las autoridades alemanas al constatar que, después de hacer énfasis en la importancia histórica de esta estirpe de robles de siete siglos como símbolo de las libertades individuales y colectivas del Pueblo Vasco, no había ninguna autoridad vasca presente?”, cuestiona este exdocente de la UPV/EHU, con el deseo de que su reflexión quede impresa en este diario. “El año que viene —avanza— se instalará una placa explicativa junto al retoño. Espero que esta vez alguien responda en consonancia con lo que ese árbol representa”, apostilla.
Txurruka había deseado que un cuarteto del coro de voces graves de Algorta, Bihotz Alai, cantara el Agur Jaunak y el Gernikako Arbola durante el acto de plantación en Alemania. No fue posible: no hubo financiación institucional para materializar tal deseo. Aun así, la coral al completo registró ambas canciones y fueron amplificadas durante el evento, junto con un extracto de la Novena Sinfonía de Beethoven, en la versión del Himno a la alegría de Miguel Ríos, arreglada por Waldo de los Ríos.
Se estima que en aquel subcampo permanecieron, al menos, los dos vascos citados: Pascual Askasibar y Víctor García-Serrano Retegi (Bera, 1916). Pascual, natural de Elgeta, llegó al mundo el 7 de mayo de 1903, hijo de Andresa Iriondo Etxabe y de Mateo Askasibar Azkarate. Según el acta de nacimiento del registro civil, residía en el caserío Galarraga Erdikua, donde nació. Las investigaciones de Ana García, publicadas en la revista Antzina, no han aclarado hasta la fecha desde cuándo ni dónde residía Pascual en Francia. Sí se sabe que fue deportado en tren desde Compiègne el 21 de mayo de 1944 al campo de concentración de Neuengamme, donde fue matriculado como preso político con el número 31181. De allí, en fecha indeterminada, fue conducido al subcampo de trabajo forzado —esclavitud bajo el régimen nazi— conocido como Kommando Wöbbelin.
En aquel lugar comenzaban a erigir un campo para los prisioneros de guerra, pero con el avance del ejército aliado, en febrero de 1945, aquel centro nazi se transformó en un punto de evacuación de los distintos campos dependientes de Neuengamme. “El campo —detalla García Santamaría— estaba sin terminar. Escaseaban los alimentos y las condiciones higiénicas eran indescriptibles, lo que incidió en que cientos de prisioneros perecieran en los últimos días de la guerra”. Entre ellos, Askasibar, quien finó el 17 de abril de 1945, dos semanas antes de que el campo fuera liberado por las fuerzas aliadas, el 2 de mayo. El día de su muerte, además, faltaban 20 días para que hubiera cumplido 42 años. En los archivos no destruidos por los nazis antes de su huida de Neuengamme se hallaron algunos objetos personales de los reclusos. Entre ellos, un reloj que perteneció a Pascual. Actualmente esa pertenencia se exhibe en el Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica y la Resistencia de Intxorta, con sede en Elgeta. La familia lo donó con el fin de colectivizar su valor histórico y humano. La pieza, de metal plateado, lleva inscrito en la tapa interior su nombre completo y su número de prisionero: 31181.

No fue esa la única muerte que la familia sufrió entre guerras. Ocho años antes de que Askasibar —no hay constancia en ninguna nómina del ejército vasco de que fuera gudari o miliciano— fuera detenido y deportado, su madre, Andresa Iriondo Etxabe, fue asesinada en Elgeta en 1936. Según relatan sus familiares, en aquellos tiempos en los que vivía sola, una noche abrió la puerta de la pequeña construcción donde se había refugiado porque una bomba había impactado en su caserío, y salió a por algo con un candil en la mano; soldados golpistas la divisaron y abrieron fuego, dejándola gravemente herida. Al día siguiente fue trasladada al hospital de campaña habilitado en el municipio, donde murió. Este trágico suceso constituye parte de los hechos que respaldan la querella presentada por el Ayuntamiento local contra los crímenes del franquismo. A pesar del tiempo transcurrido, cuando se le da cuerda, el reloj de Pascual - de quien no se conserva fotografía alguna- vuelve a funcionar ocho décadas después en el centro memorialista de su pueblo natal, marcando las horas con pulso firme y alma republicana “y suponemos que, también, abertzale”, concluye Txurruka.