Rompedora. Revolucionaria. Líder. Referente. Feminista. Nudista. Iconoclasta. Antifranquista. Gitana. Valiente. Anarcosindicalista. Vocablos como estos y más se han utilizado para vestir la figura de Casilda Hernáez Vargas. A ella, había términos que no le gustaban como el de miliciana. Prefería envolverse en locuciones como combatiente. Dos décadas después de su fallecimiento, las bibliotecas, la hemeroteca, internet… mantienen con vida a esas denominaciones. En el 111 aniversario de su natalicio, diferentes personas que la conocieron de puertas adentro de su hogar aportan a DEIA sus visiones al respecto de su figura histórica.

Mikel Orrantia recurre a “austera”, “más bien seca, pero de afectos constantes”, “muy de CNT”, “de vida interior muy intensa”, “de vida casi monástica”, “muy trabajadora”. Eugenio García, por su parte, la distingue como “muy seria”, “comprometida”, “cercana”, “pragmática”, “buena”.

No obstante, ¿quién fue esta mujer nacida en Zizurkil el 9 de abril de 1914 y fallecida en Lapurdi el 31 de agosto de 1992 a causa de un cáncer y baja en alegría desde que finara su compañero en 1982, una década justa antes que ella? En su lápida se aprecia la leyenda atribuida a su amiga Begoña Gorospe: “Andra! Zu zera bukatzen ez den sua!” (¡Mujer! ¡Tú eres el fuego que no se acaba!). Ella se presentaba a sí misma como nieta de una mujer gitana que vivía en un carromato cíngaro. De ahí su apellido materno: Vargas. “Yo era de una familia magnífica, de esas que tienen todos los colores”, precisaba en un libro de Luis María Jiménez de Aberasturi, impreso en 2012 y bajo el título de ‘Casilda miliciana, historia de un sentimiento’. “Aquella abuela y sus tíos anarquistas influyeron en esa militancia que le encaminó a participar en las primeras huelgas que las obreras vascas llevaron a cabo en la capital de Gipuzkoa”. De hecho, existe un ensayo divulgativo titulado Anarquismo gitano, obra de Silvia Agüero y Nicolás Jiménez. Estos autores estiman que la “gitanología clásica está cargada de estereotipos que considera esta cultura como anarquista por sus características”. El estudio recoge la impronta de seis personalidades romanís —o así consideradas— que han tenido una participación en el anarquismo estatal durante la primera mitad del siglo XX: Casilda Hernáez Vargas, Casto Moreno Vargas, Catalina Junquera y Valencia, María de la Salud Paz Lozano Hernández, Helios Gómez Rodríguez y Mariano Rodríguez Vázquez. Un cómic de Rubén Uceda, datado en 2022, también difunde su biografía.

Tomando como referencia la enciclopedia del anarquismo español, de tres tomos, a quien también se citó como Casilda ‘Méndez’ Vargas le citan como una rebelde e idealista, feminista total, iconoclasta, de las Juventudes Libertarias y que se hizo popular en las barricadas donostiarras de octubre de 1934. Antes de ser detenida por aquellos hechos, asambleas anarquistas evocan que aquella vasca era hija de madre soltera. Creció en el barrio donostiarra de Egia. Aprendió a leer y escribir en la escuela pública de Atotxa. En aquellos tiempos en los que la guipuzcoana rompía con el puritanismo católico bañándose desnuda en la playa de Gros, fue detenida por repartir pasquines y por posesión de explosivos. Acabó condenada a 29 años de prisión por lo que fue internada en el fuerte de Guadalupe y en Madrid. Recobró la libertad con la amnistía de febrero de 1936 del Frente Popular. Se destacó en las luchas de julio de aquel mismo año tras el golpe de Estado. Luchó en Donostia y en la batalla de Irun tras la que quedó en Iparralde. Entrada por Catalunya, marchó a la defensa de Madrid y a su vuelta, combatió en una brigada anarquista en Aragón.

Fotografía a modo de retrato de Casilda Hernáez Vargas.

Fotografía a modo de retrato de Casilda Hernáez Vargas.

En mayo de 1937, Hernáez estuvo en Barcelona junto a quien pasaría a ser su compañero de vida, el anarquista Félix Likiniano, artista autor del anagrama de ETA, organización con la que tuvo contacto, aunque no formó parte de ella. Cruzada al Estado francés, Casilda sufrió el campo de Argelès-sur-Mer y residió un tiempo en Lorient, región de Bretaña. Su casa fue refugio de saboteadores antinazis. En octubre de 1943, la pareja se asentó en Biarritz y su domicilio ubicado en la calle principal de la comuna labortana se convirtió en centro de operaciones antinazis y antifranquistas, con organización de grupos en la selva navarra de Irati. “Ante la decadencia confederal, el matrimonio se sintió solidario con la lucha de ETA, al tiempo que las relaciones entre la pareja se agriaban, debido a que se ha dicho que Likiniano era muy libertario, pero mucho menos anarquista, y Casilda entró en una fase depresiva de la que parece se recuperó más tarde”, según el investigador Miguel Iñiguez.

Diferentes personas la recuerdan bien de haber estado en su hogar como por su compromiso político. En este último grupo están personas como Iñaki Astoreka, histórico memorialista de CNT Bilbao. “Yo no conocí personalmente a Casilda. Las referencias eran de compañeros veteranos como el fallecido Luis Arrieta que contaban hechos acaecidos en 1936 en la defensa de Donostia contra la sublevación fascista, en la que tomó parte activa. Luego a través de los estudios sobre su memoria es importante resaltar el papel que ella y otras mujeres desempeñaron en la lucha por las libertades y desmontar las falsedades que sobre ellas se vertieron”.

Los históricos Mikel Orrantia, de Balmaseda y vecino de Forua, y Eugenio García, que trabajó durante casi cuatro décadas en la Imprenta Luna de Bilbao, trataron con Hernáez y Likiniano. “Recuerdo a Casilda en su casa y que solía ir a ayudar a una amiga a trabajar en un mercado”, comienza García y continúa: “Era una tía muy seria y comprometida a nivel de CNT. Era cercana y por su casa pasaba todo el mundo”. El encartado, por su parte, conoció a la antifascista en dos tiempos. Primero, tras su salida de ETA en 1971 y a continuación, tras el fallecimiento del recordado revolucionario. “Casilda era de trato reservado y más bien seca. Cerrada en sí misma con una vida interior muy intensa a raíz de las barbaridades cometidas por los golpistas en Donostia, por lo sufrido en la cárcel y el exilio. Era corta en relaciones con la gente, muy solidaria y altamente comprometida, como también lo era Likiniano”. A juicio de Orrantia, la ácrata era “más de Juventudes Libertarias y del anarquismo tipo Durruti que otra cosa”. De ahí que piense que Hernáez “no fue una líder política. Eso sí, las primeras armas que ETA tuvo fueron de los anarquistas. Liki y Casilda se las entregaron porque creían que ETA iba a ser sucesora de la FAI”.

García valora que eran muy diferentes. “Yo recuerdo a Casilda como una mujer muy pragmática y muy buena persona siempre dispuesta a ayudar, y a Félix, por su parte, como un poco idealista. Ella, más seria”. Murió a los 78 años.