Elegía a un muchacho vasco muerto en Inglaterra

Si llegara hasta ti bajo la hierba

Joven como tu cuerpo, ya cubriendo

Un destierro más vasto con la muerte,

De los amigos la voz fugaz y clara,

Con oscura nostalgia quizá pienses

Que tu vida es materia del olvido.

Recordarás acaso nuestros días,

Este dejarse ir en la corriente

Insensible de trabajos y penas,

Este apagarse lento, melancólico,

Como las llamas de tu hogar antiguo,

Como la lluvia sobre aquel tejado.

Tal vez busques el campo de tu aldea,

El galopar alegre de los potros,

La amarillenta luz sobre las tapias,

La vieja torre gris, un lado en sombra,

Tal una mano fiel que te guiara

Por las sendas perdidas de la noche.

Recordarás cruzando el mar un día

Tu leve juventud con tus amigos

En flor, así alejados de la guerra.

La angustia resbalaba entre vosotros

y el mar sombrío al veros sonreía,

Olvidando que él mismo te llevaba

A la muerte tras de un corto destierro.

Yo hubiera compartido aquellas horas

Yertas de un hospital. Tus ojos solos

Frente a la imagen dura de la muerte.

Ese sueño de Dios no lo aceptaste.

Así como tu cuerpo era de frágil,

Enérgica y viril era tu alma.

De un solo trago consumiste

La muerte tuya, la que te destinaban,

Sin volver un instante la mirada

Atrás, igual que el hombre cuando lucha.

Inmensa indiferencia te cubría

Antes de que la tierra te cubriera.

El llanto que tú mismo no has llorado,

Yo lo lloro por ti. En mí no estaba

El ahuyentar tu muerte como a un perro

Enojoso. E inútil es que quiera

Ver tu cuerpo crecido, verde y puro,

Pasando como pasan estos otros

De tus amigos, por el aire blanco

De los campos ingleses, vivamente.

Volviste la cabeza contra el muro

Con el gesto de un niño que temiese

Mostrar fragilidad en su deseo.

Y te cubrió la eterna sombra larga.

Profundamente duermes. Mas escucha:

Yo quiero estar contigo; no estás solo.

Luis Cernuda (1924-1962)

Las Nubes (1943)

Niños exiliados posando con ejemplares de ‘Solidaridad Obrera’. José es el tercero por la derecha de la fila superior.

Aunque no es el objeto de este artículo, necesito confesar algo muy personal. El pasado septiembre despedimos con este poema a Elvira Sobrino Riaño, la hermana pequeña de este niño, José. Este artículo que aquí se publica es parte de mi pequeño homenaje, en el que quiero acompañarla por siempre, más allá “de la vieja torre gris”.

Para poneros en antecedentes, Cernuda llegó a Londres en 1938, en plena Guerra Civil, allí se dedica al cuidado de los niños vascos exiliados. En este contexto conoce a José, el cual al poco tiempo enfermaría gravemente y fallecería. José rechazó los últimos sacramentos y el crucifijo que le ofreció un sacerdote. Sin embargo, pidió ver a Cernuda y le solicitó que leyera un poema. Cuando terminó dijo: “Ahora, por favor, no se marche, pero me voy a volver hacia la pared para que no me vea morir”. Cernuda y la enfermera española que estaba junto a la cama pensaron que era una broma macabra. Segundos después, José estaba muerto. El niño le regaló su último suspiro, gesto que inspiró al escritor en la creación de este poema que inmortalizó su despedida.

Y UNA CARTA TRISTE

Con esta triste carta que sigue se le comunica a una madre el final de los sueños de su hijo Pepe. Un chico con un futuro prometedor y brillante. Un ejemplo a seguir para los ojos de su hermana pequeña, que a pesar de que la última vez que le vio aún no había cumplido los 7 años, siempre le tuvo en su corazón, en sus recuerdos y en su salón.

Los indicados con una cruz son José (con camisa) y su hermano Luis en el exilio. Verano de 1937.

28 de marzo de 1938

Querida Sra. Riaño

U. ya habrá tenido noticias de la Secretaria del Comité local, Miss Vulliami, que José, la semana pasada entró en un hospital en Oxford, y que estaba muy grave.

Es con profundo pésame que ahora tengo que escribirle con las tristes noticias que José se murió esta mañana.

Durante la semana pasada, el chico ha estado muy enfermo y ha recibido toda la atención y cuidado que U. como madre hubiera querido que tuviese. Los dos médicos, de quienes se acordará quizás por estar en Bilbao para examinar a los chicos antes de la embarcación, vieron a José y nos avisaron de que su condición era tal que no había esperanza de salvarle la vida. Se murió de ictericia con complicaciones del hígado.

Comprenderá con qué pena le comunico esta triste nueva. Tuvimos la esperanza de poder entregárselo a U. fuerte y sano después de la guerra, y en vez de eso tengo que escribirle con estas tan tristes nuevas. De parte del comité quiero manifestarle nuestro más profundo pésame.

Quedo de U. atte. SS

Betty L. Arne

Secretaria

Presidiendo cualquier sobremesa en casa de Elvi, el retrato de Pepe aparece con una expresión seria y melancólica, su cabello aparece peinado hacia un lado. Se trata de una fotografía coloreada a mano en la que llevaba un traje formal con una corbata roja de motas irregulares y camisa blanca. Parece que observa todo lo que hacemos desde su sitio privilegiado en la pared.

En muchas de esas sobremesas Elvi me contaba historias de su vida y de su familia, también historias de José, Pepe para ella. La familia de estos hermanos emigró de tierras riojanas. Su padre trabajaba en la fábrica de Santa Ana, y aunque sus tres hermanos mayores habían nacido en Casalarreina, ella siempre presumía de haber nacido en la Casa del Río. Era una familia enraizada en las colinas de Bolueta con la fortaleza de La Rioja.

Foto de la fábrica de Santa Ana de Bolueta (1955).

Cernuda en su verso número tres evoca un paisaje cargado de nostalgia y simbolismo, donde la naturaleza y las construcciones toman un significado espiritual y emocional. Cuando leo este párrafo me viene a la mente una fotografía antigua de la fábrica de Santa Ana, lugar en el que Pepe vivió sus últimos días en familia antes de partir al exilio. Es obvio que el poema del autor explora estas imágenes desde una perspectiva emocional y simbólica, pero a mí me gusta pensar que es el destino que nos hace un guiño.

Esta imagen de su tierra, esta comparación me hace pensar cómo los paisajes, ya sean literarios o visuales, pueden estar conectados entre sí desde diferentes perspectivas. Mientras que Cernuda utiliza su paisaje para meditar sobre la pérdida, la memoria y la muerte, sin él saberlo describe el hogar de Pepe.

Al comparar este fragmento con su hogar, me surgen interesantes puntos de encuentro y contraste. En la imagen, las áreas verdes y los espacios abiertos evocan el “campo de tu aldea” que menciona el poema, mientras que las edificaciones industriales (con sus chimeneas) representan una reinterpretación moderna de la “torre gris”.

El poema también alude a una interacción entre luz y sombra, como en “la amarillenta luz sobre las tapias” y “el lado en sombra” de la torre. Este contraste se refleja en la fotografía a través de las áreas iluminadas, en oposición a las sombras que proyectan las chimeneas.

Puede que esta coincidencia solamente sea perceptible para mí y Cernuda se inspirara en Faringdon Folly para la creación de estos versos, una torre de 43 metros ubicada en Folly Hill, cerca de Faringdon construida en 1935, con vistas panorámicas del Valle White Horse.

Así como el poema describe “la vieja torre gris, un lado en sombra”, este capricho arquitectónico se alza como un vínculo entre pasado y presente, proyectando sombras que evocan las historias de generaciones que empezaban a escribirse en esos años. Ambas, torre y poema, comparten la capacidad de conectar con el entorno rural.

Con su historia como fortaleza y puesto de observación, simboliza también la idea de “una mano fiel que te guiara por las sendas perdidas de la noche”. Más que una construcción, es un símbolo que invita a reflexionar sobre el tiempo, el paisaje y las historias.

Recuerdo una historia que Elvi contaba sobre su hermano Pepe, cuando trabajaba de aprendiz de relojería poco antes de que estallase la guerra. Una tarde, el dueño de la relojería en la que trabajaba, le pidió que le dijera a su madre que se pasara por la tienda para hablar con él. Cuando llegó a casa y se lo comentó a su madre con toda la tranquilidad, no tenía ni idea de la que le iba a caer encima. La inquietud de su madre era más que evidente, no entendía el motivo y Pepe no sabía qué explicarle. Pepe, con su expresión tranquila, juraba que no había hecho nada. Pero su madre Rosa, escéptica, lo arrastró hasta el establecimiento entre collejas y tirones de orejas, preguntándose de camino, qué clase de problema habría causado su hijo mayor del que nunca antes había tenido queja y sintiéndose avergonzada solo de pensarlo.

Cuando llegaron a la tienda el relojero le sacó un cuaderno, allí había bocetos y escritos hechos por Pepe: dibujos detallados de engranajes y relojes, dibujos de paisajes, retratos y fragmentos de historias y reflexiones. El dueño no tenía queja alguna de Pepe: trabajaba muy bien, era responsable, dedicado, paciente y detallista. Le había llamado porque creía que tenía un talento especial. Para decirle que, si pudieran, y si tuvieran los medios, deberían buscarle un sitio donde pudiera desarrollar su talento.

Finalmente, la enfermedad truncó el futuro de Pepe. Su madre Rosa nunca pudo ayudarle en su formación porque por amor tuvo que separarse de él y de sus hermanos mandándolos al exilio, para salvarles de la guerra. Muchos años después me enteré que lord Faringdon, un aristócrata británico conocido por su labor filantrópica y su apoyo a los refugiados de la Guerra Civil española, incluyendo el reconocimiento a su labor solidaria que le llevó a convertir un edificio de su propiedad en la Casa Vasca, asombrado por su inteligencia, pensó en enviarlo a un colegio privado a su costa, oferta que Pepe rechazó. Él tenía otro proyecto de futuro; aún no sabía que el destino tenía otros planes para él.

Allá donde estés Pepe, si en algún momento, tal y como dice Luis Cernuda llegaste a pensar que tu vida es materia del olvido, me enorgullece ser la persona que ochenta y siete años después atesore parte de tu legado. Imagino ese apagar lento y melancólico que desde la distancia se vivió fugaz e inesperado, pasando tan solo tres días desde que, en tinta roja mecanografiada, miss Vulliamy, una mujer cuyo coraje y determinación no solo la llevaron a cuidar de niños desplazados, sino también a convencer al reticente lord Faringdon de ceder una de sus propiedades para alojarlos, notificase tu repentina enfermedad y tu ingreso en el hospital de la Universidad de Oxford, hasta que llegara otra carta, esta en tinta negra con la triste noticia de tu adiós. Según la última carta recibida, toda la colonia acudió a tu despedida que se celebró en Oxford, junto con gente inglesa de la ciudad y el delegado vasco en Londres, Jose Ignacio Lizaso. El ataúd fue llevado en hombros de los chicos hasta la tumba y al descender el féretro cantaron varios himnos, tomaron la palabra varios de los que te acompañaban y se despidieron con lágrimas en los ojos en la que pensaban que sería tu última morada solo hasta el fin de la guerra. Pero no volviste jamás. Ni tú, ni tus restos, solamente tus recuerdos.

La autora: Paula García Bugedo

Ingeniera de profesión y apasionada exploradora de las raíces familiares, más allá de los lazos de sangre. Aunque su trayectoria profesional ha estado ligada al ámbito técnico, un profundo proceso de duelo la llevó a descubrir una nueva pasión: honrar y preservar las historias que dan forma a su legado personal y emocional.