La figura del Tío Tomás sigue cabalgando sobre el imaginario colectivo de Euskal Herria. Al publicarse estas líneas, el libro que se presentó en la Feria de Durango ya tiene en la calle la segunda edición. De nuevo, la polémica sobre su papel histórico: ¿fue un militar español, absolutista y reaccionario, o bien, fue un defensor de los Fueros y libertades vascas que se planteó incluso proclamar la independencia en las cuatro provincias?

Tuñón de Lara ya dejó sentado que “el rasgo esencial y original que tiene la guerra carlista en Euskalherria es su dimensión popular que viene a ser, ni más ni menos, que el primer signo de formación de una conciencia nacional”. Sin embargo, los últimos años la historiografía españolista ha impuesto la primera visión, llegando incluso a resumir en sesudos tratados que, frente a la razón y el librepensamiento de la revolución liberal, hubo en el Norte “unas gentes más cercanas a los monos antropoides y a los simios”, que “demostraban esa condición salvaje tomando en masa las armas en defensa del absolutismo y la teocracia”.

La prensa inglesa reflejaba así la entrada del Ejército en las aldeas vascas.

La prensa inglesa reflejaba así la entrada del Ejército en las aldeas vascas.

Así pues, no hubo ni fueros, ni mucho menos independencia, sino solo ignorancia y animalidad. Según estos eruditos, nadie formuló “la idea de la independencia política del País Vasco” hasta la llegada de Sabino Arana, un extravagante al cabo.

Las cartas de Zurbano y de Harispe

Zumalacárregui fue nombrado jefe de la rebelión en Estella, con el compromiso, según consta en el acta, de defender los derechos de “Carlos octavo de Navarra” y por su fidelidad “a los fueros y leyes de este Reino”. Seis meses más tarde, Zumalacárregui era dueño del país. “Era el ídolo de su pueblo y se hablaba sin reparo de alzarlo con la corona de Navarra y hacerlo rey de los vascos”, escribió el prusiano Laurens y lo mismo repiten docenas de testigos. “La guerra en Navarra es para aquellos habitantes una guerra nacional, y con corta diferencia lo es igualmente en las tres provincias exentas”, dijo el virrey de Navarra al Gobierno español. Manuel Irujo escribió que, al inicio de la guerra, cuando el general Castañón anunció en Bizkaia la abolición de los Fueros, “el pueblo se levantó en masa” por el carlismo. Tan solo las familias aristocráticas y los grandes comerciantes tomaron partido por el Gobierno.

Pero seguían sin noticias del rey en cuyo nombre luchaban, que se hallaba en Portugal y luego en Londres, bajo custodia del Gobierno inglés. Y es en ese momento, primeros de abril de 1834, cuando aparece la carta que descubrió el historiador Mikel Sorauren en el Archivo de Navarra. En ella Antonio Zurbano, representante en Madrid de la Diputación liberal, le escribe al secretario de la misma, José Basset, avisándole de que acababa de llegar una proclama de Zumalacárregui diciendo que dado el abandono de Don Carlos hacia su causa, “se declara el Reino de Navarra y provincias vascongadas en República Federal y para ello se convocarán a los estados luego que las circunstancias de la guerra lo permitan”. Los Estados del todavía Reino de Navarra, se entiende.

Más interesante aún es la carta que un mes más tarde el general Harispe, vasco de Baigorri, diputado y consejero General de Francia, escribió al Gobierno de París: “Hoy me llegó desde vías diferentes y bastante seguras, una noticia muy particular: la Junta de Navarra al ver que Don Carlos abandona el juego, estaría de acuerdo con Zumalacárregui en proclamar la independencia de Navarra y las tres provincias y para formar una república federal. No se puede negar que la separación fuera algo muy fácil e incluso muy popular en estas provincias, que están unidas a España tan solo por vínculos muy débiles”.

Noticia en todo Europa

Por si no bastaran estos rotundos documentos oficiales, tenemos dos fuentes que los respaldan y les dan total verosimilitud: la prensa de todo Europa y los numerosos libros que dejó la pléyade de militares, periodistas y viajeros presentes en el conflicto. En el libro se citan más de 30 periódicos que dieron la noticia de la República Federal Independiente. Tres meses más tarde, la prensa europea seguía hablando de lo mismo, tiempo más que suficiente para haber sido desmentida la noticia de no haber sido cierta.

Por otra parte, los libros generados en aquellas sazones dan cuenta de esos ideales independentistas o bien recrean el ambiente que los hacía posible. Escritores de todo Europa insisten en las motivaciones nacionales de los vascos, en un momento en que se estaban construyendo nuevos estados. De ahí las continuas comparaciones del País Vasco con las naciones emergentes, como Suiza, Polonia, Bélgica o Hungría. Coinciden en resaltar que los Fueros hacían a los vascos los europeos más libres y que ellos eran los verdaderos republicanos y liberales, de ahí su derecho a formar una nueva República en los Pirineos. El gran Prosper Mérimée, de ideología liberal, llegó a escribir que “entre Burgos y Vitoria hay al menos cuatrocientos años de civilización”. “No es una guerra de sucesión monárquica –escribió Marquis de Custine– y el combate solo terminará en la independencia de Bizcaya y las provincias limítrofes del Ebro”. Los testimonios son tan abrumadores y evidentes, que sorprende que hayan estado ocultos tanto tiempo. ¿Casualidad o mala intención?

El mismo concepto de República Federal era algo revolucionario para la época. Faltaban 14 años para que Suiza se proclamara como república federal y 40 años para la primera república española. Intentar crear una república en una Europa totalmente monárquica era una aventura. Ninguna monarquía la apoyaría y perdería el apoyo de las potencias, como Prusia, Rusia y Austria.

Aquella alternativa independentista duró exactamente tres meses. El pretendiente Carlos salió de Inglaterra, cruzó Francia y se presentó en Urdax. Para Zumalacárregui cambió la ecuación: tendrían un rey, estarían homologados por Europa y se mantendrían los Fueros.

Sin embargo, la opción republicana siguió manifestándose tras la muerte de Zumalacárregui. Son los “barruntos” independentistas de los que habla Pirala y de los que dejaron constancia los espías que trabajaban para los gobiernos implicados, como Lataillade para el francés o Aviraneta para el español. Este último dio cuenta al final de la guerra de cómo los mandos carlistas presentaron a Maroto una propuesta de “independencia de las cuatro provincias bajo un sistema republicano foral, y que él [Maroto] fuese el presidente de la república, expulsando a don Carlos y a su familia del territorio peninsular”.

Singular paradoja que Maroto, tildado de traidor a los vascos, hubiera pasado a la historia como el primer presidente de una república vasca. The Times (20.IX.1839) recogía unas palabras de Maroto a Espartero que dejan entrever aquella posibilidad independentista: “en cuanto al mantenimiento de los Fueros de las Provincias Vascas, prométame que serán respetados y eso me basta. Si, poco a poco, esas provincias se convierten en una nacionalidad polaca, peor para ellas”.

La importancia de los Fueros

Para las gentes humildes, los Fueros significaban una forma de vida mucho más digna que la que le ofrecían los ricos liberales. ¿Cómo no iban a tomar las armas para defenderlos? Nada más perderse la primera guerra, la frontera del Ebro fue trasladada a los Pirineos, perdiéndose el libre comercio con Francia y encareciéndose los productos. Aumentaron las contribuciones y los estancos. Los navarros primero y el resto de vascongados unos años después, serían obligados a acudir a quintas, lo que produjo numerosas machinadas contra los sorteos. Para comprar sustitutos, pagar las deudas de guerra o aplicar las leyes desamortizadoras, los ayuntamientos tuvieron que vender, generalmente a los ricos liberales, los comunales de los que dependía el equilibrio económico y social. Eran las tierras y los pastos, con los rebaños que abastecían las carnicerías comunales; los molinos harineros y panaderías. Eran comunales las minas, pozos de hielo, trujales, y todo cuanto daban los montes: leña, cal, esparto, helechos, agua, piedra, caza... Sobre todo en Navarra, la privatización de los comunales fue motivo de grandes movilizaciones populares durante toda la Restauración, demandas de tierra que llegaron hasta la Segunda República y se resolvieron trágicamente con las matanzas de 1936.

Bizkaia por su independencia… en 1854.

Acabada la primera guerra hubo intentos sucesivos de reanudar la rebelión, siempre bajo la bandera foral. “¡Vasco-navarros! ¡Al grito de LAURAC BAT álcese como un solo hombre las cuatro provincias!” decía una proclama de 1846. Euskal Herria se sentía amenazada y reafirmaba su nacionalidad como los demás pueblos emergentes. El territorio se reconoce en una nueva cartografía que agrupa a las cuatro o a las siete provincias; la prohibida txapela se hace símbolo del país y el Gernikako Arbola, recién estrenado por Iparraguirre, es el himno nacional que emociona a las masas.

Tanta euforia alertó a las autoridades. Manuel Mazarredo era un militar bilbaíno, anticarlista, ministro de la Guerra, uno de los fundadores de la Guardia Civil y capitán general de las Vascongadas. Lo primero que hizo fue expulsar a Iparraguirre de “las provincias” creyendo que así se olvidaría el himno nacional. Ocurrió lo contrario. En 1856, poco antes de morir, Mazarredo dejó un manuscrito en el que advierte que los carlistas “creen haber llegado el momento de llevar a cabo el proyecto de declarar Vizcaya independiente, bajo el protectorado de Francia”. De las tres provincias, sigue Mazarredo, “en la que con más ahínco se ha fermentado el espíritu carlista y de oposición a toda aveniencia de su régimen foral con el gobierno de Madrid, ha sido en Vizcaya”.

Corroborando el extraordinario testimonio de Mazarredo, ignorado por tantos historiadores, tenemos una proclama que, bajo el título “Vascongados”, apareció en 1855, reclamando la independencia: “es llegado el día de que el país vascongado vuelva a ser lo que un tiempo fue: lo que sus instituciones, sus costumbres, su lengua, su historia, su misma denominación acreditan: tierra apartada”. El pueblo vascongado constituye “una nacionalidad muy compacta, su amor a los fueros es unánime” y si Mónaco y San Marino eran naciones libres, ¿por qué no el País Vasco? Faltaban todavía nueve años para el nacimiento de Sabino Arana y 36 para que escribiera Bizkaya por su independencia. Los carlistas se le habían adelantado.

Nuevo Estado Vasconavarro

La última guerra carlista (1872-1876), se centró en las cuatro provincias, que volvieron a organizar un “estado chico” como le llamó Unamuno, con sus aduanas, emisión de moneda y sellos de correos; servicio de telégrafos y ferrocarril; Real Tribunal Superior Vasco-Navarro de Justicia; Universidad Vasco Navarra de Oñate; elección de Ayuntamientos y Diputaciones; servicio sanitario; fábricas de armas y un Ejército Vasco-Navarro de 40.000 hombres.

Manuel Irujo lo contaba así: “A la falaz e hipócrita fórmula de la ley de 25 de octubre, respondieron los vascos con las estrofas del Gernikako Arbola, entonado por los batallones carlistas… dándose el caso, trágicamente cruel, de que aparecieran como fuerzas de la reacción, los hombres que ofrecían sus vidas con la emoción del ideal de solidaridad humana recogido por Iparraguirre en aquel himno que termina con la estrofa: ‘Que el fruto del árbol de la libertad, sea otorgado a todos los pueblos de la tierra”.

Tampoco faltaron los amagos independentistas en esta guerra, que dejaron constancia muchos viajeros. “¡Antes turco que español!”, decía un folleto repartido aquellos días. “¡Idos con Francia!” respondían desde otro folleto liberal: “Español es nombre que ofende vuestro oído e irrita vuestro corazón: os hace más grato efecto el de francés o el de chino”. La prensa vasca llegó a hacer referencia, en 1873, a un acuerdo entre autoridades carlistas y liberales, “a excepción hecha de la independencia absoluta de las Provincias Vascas y Navarra, que parece ser la única dificultad que aún resta por vencer”.

Esta vez tampoco pudo ser. 160.000 soldados, “Ejército de Ocupación” lo llamaron ellos mismos, arrasaron el país y los fueros fueron arrancados, casi de cuajo.

¿Qué quedó del carlismo vasco del siglo XIX?

Derrotados, queda para la historia la imagen de miles de soldados carlistas entrando desfilando en Baiona y cantando el “chant national des Basques: Guernicaco Arbola”, según informó a su Gobierno el prefecto Comte Remacle. Tras cuatro años de guerra, “estas valientes personas acababan de caminar ciento veinte kilómetros de pie y con el estómago hueco… Uno no podía evitar admirar su resistencia física y moral”.

Aquella entrada épica en Baiona inauguró una nueva época: de aquel carlismo, hegemónico durante un siglo, se fueron desgajando las ramas que cubrieron el paisaje político el siglo siguiente. Un gran sector se fue con Sabino Arana, abandonando la senda foral y abrazando el independentismo con impresionantes resultados. “Hijo de buen carlista, buen nacionalista” se decía entonces. Y Sabino lo era, como Manuel Irujo, Telesforo Monzón y tantos otros.

El sector más proletario y social del carlismo (“socialistas blancos” les llamaban) se decantó hacia las nuevas corrientes de izquierda. Sobre todo en Navarra, protagonizaron las grandes revueltas comunaleras o bien se concienciaron en los socavones de las minas vizcaínas. La Revolución rusa acabó por hacerles rojos del todo. Dirigentes de izquierdas como Dolores Ibarruri, Tomás Meabe, Jesús Monzón y hasta anarquistas riberos como Lucio Urtubia eran de familias carlistas.

El resto, una minoría más apegada a la monarquía, la religión y los prejuicios, llegó hasta 1936, a pelear al lado del mismo ejército español al que había combatido durante un siglo. Pero esta es otra historia.