Hace unas semanas se presentó el libro titulado Joaquín Portillo García, gudari desde el comienzo. La obra, una aproximación a la Guerra Civil en Karrantza, hace un repaso a la situación política durante los años que duró la República y de los inicios del movimiento nacionalista vasco en el valle encartado. Documentos inéditos, como partes de Miñones elaborados en 1932 y 1933, reflejan las ansias de libertad de un pueblo que acaba de salir de las dictaduras de Primo de Rivera y Dámaso Berenguer.
En el seno de una sencilla familia karrantzarra nació en 1908 Joaquín Portillo, eje conductor de esta publicación. Para el matrimonio compuesto por Felipe y María ocho hijos eran muchas bocas que alimentar, por lo que Joaquín se vio obligado a solventar la situación económica familiar buscando trabajo en un Bilbao que comenzaba su expansión.
Encontró su primer oficio en una carpintería ubicada en las inmediaciones de la actual Misericordia de Bilbao, propiedad de la familia Santisteban, originaria de Karrantza. En julio de 1932, como muchos obreros provenientes de otras localidades rurales de Bizkaia, se sumó a los trabajos de construcción del puente de Deusto. Para entonces, ya era militante del Partido Nacionalista Vasco y del sindicato Solidaridad de Trabajadores Vascos (STV).
El hogar de una prima de Joaquín le dio acogida y, a la vez, le brindó la oportunidad de entablar una buena relación de amistad con el también militante nacionalista y médico D. Julio Atucha Hernaiz y su esposa, Inés Altuna Villota. Aquella prima trabajaba como sirvienta en casa de este matrimonio que, aunque ambos habían nacido en Abando, eran descendientes de familias karrantzarras.
En los años 30 se inicia en Karrantza un tardío –en comparación de otras localidades– nacimiento del nacionalismo vasco. En tan sólo cinco años, desde las elecciones municipales de abril de 1931 a las elecciones generales de febrero de 1936, el PNV pasó de tener escasos doscientos votos –que permitieron que Inocencio Gómez Bodega fuera el primer y único edil jeltzale– a contar con más de 2.100 sufragios en las últimas elecciones celebradas antes del inicio de la Guerra Civil.
Junto a Inocencio Gómez, Agustín y Antonio Etxebarria, Ángel y Carlos Santisteban, Manuel Gil, Manuel Goikoetxea y Ramón Altuna configuraron el primer grupo de abertzales que contó con un batzoki abierto en el verano de 1932. De aquel centro fue su presidente Carlos Santisteban, quien en la guerra sirvió como cabo en el batallón Irrintzi. La sede, que nunca fue inaugurada, se situaba en las proximidades de la plaza de la casa consistorial, junto al puente, y tenía unos enormes balcones en uno de los cuales se izó por primera vez la ikurriña en el municipio.
Los miembros de la primera directiva del batzoki de Karrantza alquilaron el edificio a Francisca Palenque Lezcano. Aquellos locales dieron cobijo a las actividades del grupo de txistularis (con 14 jóvenes), un grupo de mendigozales llamado Betibizkor y otro de 60 mujeres pertenecientes a Emakume Abertzale Batza, presididas por Mª Cruz Irastorza Irastorza.
El domingo 30 de octubre de 1932 tuvo lugar en la plaza Sainz Indo en el núcleo de Concha un mitin del PNV; concretamente del grupo de los Mendigoixales EMB (Euzko Mendigoixale Batza). Así relata lo acontecido aquel día el parte de Miñones: “Llegaron sobre las diez de la mañana en cuatro autobuses. En total, vinieron unos 250 militantes acompañados de decenas de ikurriñas y amenizando la plaza con txistus y tamboriles. Tras comer en los establecimientos locales, en torno a las cuatro y media de la tarde una persona del grupo se subió al antiguo templete de la música y les dirigió un discurso. A los pocos minutos de empezar el mitin, el comandante del puesto de Miñones de Carranza, José María García Bezares, les requirió para que no continuaran, ya que carecían de la autorización necesaria para dicho acto, a lo que los militantes accedieron sin al parecer perturbarse el orden en ningún momento”.
Después de las elecciones generales de febrero de 1936, celebradas entre el 16 de febrero y el 1 de marzo y que tuvieron como vencedor al Frente Popular, se generó una profunda discordia política. En Karrantza esa tensión se tradujo en la rotura de la urna del colegio electoral de San Esteban. Matías Ruiz de La Hidalga recopilaba en su libro titulado Una vida marcada por la Guerra este episodio: “Uno que le llamaban el Chileno rompió una urna, vinieron los guardas de asalto de Bilbao dando leña. Hubo un follón terrible, empezaron metiendo leña y la gente corrió. Se metieron en la panadería de Damián. La mujer se plantó en la puerta con los brazos levantados y no dejó entrar a la policía. A uno de La Calera que le pescaron fuera le pegaron una paliza que le hundieron”.

El 18 de julio de 1936, el inicio de la Guerra Civil Española movilizó a numerosos voluntarios en defensa de la República, entre ellos Joaquín, quien se unió al Euzko Gudarostea. El 5 de agosto, los primeros 500 gudaris desfilaron en Bilbao. Joaquín y otros jóvenes acudieron al cuartel de Chalet Urrutia en Güeñes, base del batallón Abellaneda, que quedó conformado en diciembre de 1936 con voluntarios de Las Encartaciones.
En 1937, el Abellaneda defendió el frente Maroto-Jarindo ante la ofensiva franquista de Bizkaia. El 31 de marzo, Joaquín resultó herido por metralla en un bombardeo de la aviación nazi sufriendo a posteriori la amputación de su mano izquierda, hecho que lo salvó de participar en la devastadora batalla de San Roque de Koli-tza [en Balmaseda] en julio, donde su batallón fue diezmado.
El 26 de abril de 1937, Joaquín fue testigo del bombardeo de Gernika, que arrasó la villa y dejó un panorama devastador. A pesar del horror, los gudaris colaboraron en las labores de rescate. Tras nuevas pérdidas, el batallón fue replegado a Durango mientras Joaquín continuaba su recuperación en el hospital de sangre de Molinar en Karrantza. Con el avance franquista fue evacuado a un hospital de retaguardia ubicado en Solares.
El 3 de agosto de 1937, en el repliegue del Eusko Gudarostea, Joaquín fue evacuado junto a otros 38 mutilados. Su hermana, su novia Joaquina y su madre caminaron desde Karrantza hasta Santoña para despedirlo antes de su partida al exilio en Iparralde. Un documento del 7 de mayo de 1938 indica que los supervivientes del batallón Abellaneda, probablemente incluido Joaquín, denunciaban su precaria situación. En septiembre de 1938, aparece registrado en el Hospital de La Roseraie en Ilbarritz (Bidart) como “inútil total” debido a la amputación de su mano. Tras casi dos años en este centro sanitario, Joaquín recibió el alta el 26 de agosto de 1939 e intentó regresar a Karrantza. La paz en Iparralde era incierta debido al inminente comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Represión
Tras salir de Ilbarritz e intentar cruzar la muga, Portillo fue detenido y enviado al campo de concentración de San Pedro de Cardeña donde fue clasificado como “no útil” para trabajos de fuerza. Posteriormente fue trasladado al campo de Miranda de Ebro, donde soportó cinco meses en duras condiciones antes de ser liberado el 5 de febrero de 1940 por buena conducta. Por fin, pudo regresar a su querida Karrantza.
En 1941 se casó con una prima, Joaquina Portillo García. Fruto del matrimonio fueron sus dos hijos: Javier y María José. En la década de 1950, el matrimonio Portillo Portillo intentó abrir una tienda en los bajos de su casa, pero se enfrentó a la denuncia de dos vecinos, uno de San Esteban y otro de Concha, que derivaron en el cierre del negocio. Sin embargo, la familia no se rindió. Recogieron más de 400 firmas de apoyo, incluida la del arcipreste de Karrantza, Manuel López Gil.
El comercio de Joaquín se convirtió en un punto de encuentro en el barrio de San Esteban, conocido como el bar de el Manquillo. Allí, los vecinos jugaban a las cartas y socializaban en un ambiente ameno. Joaquín dejó una impresión duradera en Karrantza, siendo recordado por su amabilidad y generosidad. Joseba Ahedo, un vecino, recuerda con cariño cómo Joaquín repartía gominolas a los niños que jugaban cerca de su casa.
En 1976 Joaquín volvió a cruzar la muga para ir hasta Lourdes, acompañado por su esposa, su hijo, su nuera Mari Luz Allika y su nieta Iratxe. Sin lugar a dudas este viaje marcó a toda la familia al visitar Ilbarritz.
Cuando a las diez de la mañana del 20 de noviembre de 1975, Televisión Española inició su programación con la noticia de la muerte del dictador Franco, Joaquín se encontraba con su hija María José junto a la chapa que preside la cocina del hogar. Joaquín, con el alma fatigada, tal vez cansado por tantos años de lucha y con el recuerdo de todos los compañeros que quedaron en el camino, dejó escapar un ¡Gora Euskadi!. Lo pronunció con un deje de tristeza, casi como un susurro, pero aquella consigna, que su hija guarda en la memoria de ese día, resonó como un trueno sordo, profundo y poderoso, a pesar de su sencillez.
Desde 1977 los gudaris del batallón Abellaneda y Muñatones se juntaban anualmente en el batzoki de Güeñes donde recibían un merecido homenaje. Allí, en Güeñes, tras el actual ayuntamiento y antiguo cuartel, hay un monolito en recuerdo de los gudaris encartados. Además de Joaquín, también acudían a la cita, entre otros, los ex gudaris carranzanos Daniel Barreras y Manuel Sagastibeltza, ambos del barrio de Pando.
El 6 de octubre de 1990 se inauguró en Ambasaguas el actual batzoki con la intervención de varios militantes en un acto político en el que no faltaron referencias y recuerdos a su actividad anterior a la guerra. Habían pasado 58 años de la apertura de su primer batzoki en Concha. Joaquín estuvo presente en el acto del verano de 1932 y en el del 6 de septiembre de 1990, siempre en primera fila. Por ello, aquel día tuvo el honor y, por qué no decirlo, el derecho, de izar la ikurriña de la nueva sede nacionalista.
Aquel hombre, pequeño en estatura pero grande en espíritu, conocido como el Manquillo o Carrancita encarnaba como nadie dichos valores en el Valle de Karrantza.
El libro recopila los valiosos testimonios de Begoña Rozas Gómez y Merche García Gómez, quienes dan cuenta de la represión que sufrió la población civil una vez finalizada la guerra por parte las familias afines al bando golpista. Personas que fueron fieles a sus ideales vieron cómo les cortaban el pelo al cero o eran obligadas a beber dos vasos del poderoso laxante conocido como agua de Carabaña.
Los autores pretenden que esta obra sirva para hacer un repaso a la vida de Joaquín y, a la vez, sea un homenaje y reconocimiento a todas las mujeres y hombres que sin quererlo se vieron involucrados en este oscuro capítulo de nuestra historia más reciente. Su lucha ha servido para recuperar los valores de una sociedad más justa.