Laeducación es la llave maestra que abre todas las puertas. En tiempos de dictadura, la educación es una, la de quien impera. Euskadi sur tardó en matricularse en democracia, pero no hicieron falta llaves maestras. Todo lo contrario: maestras llave. Andereños llave “hacia la libertad”, llave para transmitir futuro, llave para cerrar a doble vuelta dictaduras como la franquista. Una de aquellas maestras republicanas fue María Camino Oscoz Urriza (Iruñea, 1910), asesinada vilmente por los enemigos de la democracia legítima durante los primeros días del golpe de Estado militar español que derivó en Guerra Civil en julio de 1936.
Maestra en el municipio navarro de Güesa (Valle de Salazar), afiliada al Partido Comunista, al sindicato FETE-UGT y asistente en Socorro Rojo Internacional, fue detenida a sus 26 jóvenes abriles por el bando faccioso el 31 de julio de 1936. Poco después, fue de las primeras hechas desaparecer. La despeñaron. En su caso, el 10 de agosto. Antes de cumplirse un mes de la sublevación.
La persona que quizá más ha investigado la figura de esta docente crítica que se carteaba con el literato de la generación del 98 Pío Baroja es Joseba Eceolaza, autor del libro Camino Oscoz y otras historias del 36 (Cénlit Ediciones), con prólogo de la exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena. Son del miembro del sindicato CCOO las siguientes palabras: “Era una mujer militante con cierta relevancia en aquel momento. Por ello fue detenida tan rápido. No se sabe seguro si la raparon, pero sí que la pasearon por las calles y que acabó con la ropa rota. No se ha demostrado que la violaran, pero los hechos apuntan a que hubo agresión sexual”, agrega el investigador. Todo ello ocurrió con el beneplácito de las autoridades religiosas católicas.
Libertad y asesinato
En los días que fue hecha presa, trataron de que se arrepintiera de su ideología y que se confesara ante un cura. Oscoz se negó, fiel a su dogma. Acabó puesta en libertad. Sin embargo, lo que debiera ser una buena noticia acabó en muerte. A la salida del centro penitenciario, Eceolaza relata que “cinco falangistas la estaban esperando”. Los fascistas la condujeron al Balcón de Pilatos –también llamado Mirador de Urbasa– y, viva, la empujaron al vacío. El cuerpo acabó en la zona del pueblo de Baquedano al libre albedrío. Hasta hoy no se ha hallado a pesar de intentos de búsqueda para darle una sepultura digna y para que su familia sienta que cierra el círculo del duelo.
Algunas fuentes aseguran que la joven primero fue fusilada, pero “no es cierto, fue despeñada viva”, ratifica Eceolaza, quien apostilla que “los propios falangistas volvieron a Pamplona chuleando de ello. Por esa razón, hay constancia de ello”.
Los Oscoz-Urriza fueron una familia totalmente destrozada por la Guerra Civil, que, a juicio del autor del libro, nos debe hacer reflexionar. Ya antes del golpe de Estado, la pequeña Camino perdió a su madre y padre que murieron por la pandemia de gripe de 1918, que terminó con la vida de 200.000 personas en el Estado. Ella y sus hermanos fueron criados por familiares. Con todo, la republicana fue asesinada. Su hermano Jesús sufrió las penalidades de un campo de concentración nazi al que sobrevivió. Otra hermana buscó el exilio en Canadá.
La educación
Camino fue una mujer comprometida con las causas justas. Hay cartas suyas a través del Socorro Rojo Internacional en las que aboga y defiende reformar la educación y valores de la época. “Le preocupa la igualdad de género. Informa de que va a buscar materiales modernos. Me gusta su energía e ingenio”, subraya el investigador, quien sonríe al ilustrar que la multi-militante se carteó con Pío Baroja tratando de que este se afiliara al Partido Comunista. El escritor, “muy antipático y misógino, calificaba a Camino como la maestrita de Güesa, es decir, tratándola con paternalismo”.
Casi nueve décadas después de aquellos hechos, la exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena estima especialmente interesante y acertado que se haya querido escoger, como figura clave y conductora de la reflexión sobre asesinatos y vejaciones, a la maestra de 26 años Camino Oscoz. “Y esto es importante no solo por el perfil de esta joven navarra sino porque en la tragedia de esta maestra se evidencia el carácter progresista de las políticas de educación de la República, que murió defendiendo. Esa rememoración tan necesaria es, por fin, un acto de justicia”. Eceolaza, por su parte, aprecia que es necesaria “la memoria de los detalles”, e insiste en que aquellos fascistas “la intentaron hacer desaparecer tirando al vacío. Es decir, fueron a por ella, la esperaron, decidieron darle muerte física haciendo desaparecer su cuerpo. Por todo ello, nuestra mejor venganza es hablar de ello”.
Para enriquecer y abundar en este pensamiento, Joseba complementa que hablar de esos detalles de la memoria, poner nombre y edad y rasgos a las víctimas de la Guerra Civil ayuda a ponernos en su lugar. “La antesala de esa empatía es hablar de lo que pasó y hablar de esa mujer, de sus 26 años, de cómo era. Todo ello ayuda muchísimo a ser conscientes de la magnitud de la represión franquista”. Y el autor va aún más allá. Estima que, en esa triada de verdad, justicia y reparación, la verdad, además de derecho, es “una cualidad de la convivencia. Y esta es la gran asignatura pendiente de la democracia española. La verdad construye una convivencia más solvente, con mejores valores y mejores, al mismo tiempo, para las víctimas”. Así, pormenoriza a DEIA que en víctimas o familias que no han tenido derecho a la justicia y en el que la reparación ha sido muy tardía, “la verdad es un instrumento que restaura todo el daño sufrido durante los años de desaparición y de asesinato”.
El libro aporta una inmejorable frase sobre el tan lamentable como denunciable caso de Camino Oscoz y de los millares de personas aún desaparecidas tras el golpe de Estado de 1936: “Buena parte de la sociedad andaba queriendo pasar una página que no habíamos leído lo suficiente”.