La gloria y la miseria comparten colchón en el Giro. La puerta grande o la enfermería anidan en Mikel Landa. El mejor Landa, el que voló en Sestola, se hizo añicos a cuatro kilómetros de Cattolica. No hubo piedad para él. El escalador de Murgia se astilló en una fea caída que le dejó sin ninguna opción en la carrera italiana. Landa tuvo que abandonar el Giro de Italia en ambulancia. Las sirenas de la desgracia gritaron su adiós. El ciclista vasco quedó tendido, ovillado, en posición fetal, quebrado por el dolor del impacto, en medio de la carretera. No pudo ponerse en pie el de Murgia, un ciclista valeroso al que persigue sin desmayo el infortunio.

Landa dice así adiós a una carrera que había comenzado de forma esperanzadora en el primer contacto con la montaña. Su destino cambió en un día de calma, en el que nada pasaba. En jornadas así suele esperar, agazapado, el luto. Siempre al acecho. A Landa le agarró cuando el pelotón volaba hacia el esprint. Landa, tan genial como maldito, se cayó donde nadie lo esperaba. En realidad, le derribó Dombrowski. Nunca descansa el mal fario para el alavés, que dejó el Giro con la clavícula izquierda y varias costillas del mismo lado fracturadas. Landa pasará en observación la noche en el hospital. El liderato del equipo recae ahora sobre los hombros de Pello Bilbao.

La mirada torva del destino tiró de la pechera a Landa, que se estrelló de mala manera por una maniobra temeraria de Dombrowski. Fue un tremendo impacto. Fundido a negro. El de Murgia, inmovilizado en la camilla, con collarín, fue trasladado en ambulancia a un centro hospitalario donde le realizaron un escáner para conocer el alcance de las lesiones. Sufre una fractura de clavícula y varias costillas. Landa nunca perdió la consciencia, pero sus gritos y su posición corporal advirtieron sobre la gravedad del impacto.

La caída de Landa se produjo en una recta en la que sobresalía una bifurcación señalada por un comisario de la organización. Dombrowski, vencedor en Sestola, cambió de dirección en el último instante e impactó con él y se llevó a Landa por delante. El norteamericano provocó el accidente. Aunque dolorido, Dombrowski pudo seguir adelante y concluir la etapa. No así Landa, que fue evacuado al hospital Riccione, en el que determinaron las lesiones producidas por la dura caída. En ese instante el pelotón volaba en busca del esprint. Landa no lo vio. En la meta sonrió Caleb Ewan. A Landa le quedó el llanto.

VELOCIDAD Y ADRENALINA

El río Rubicón, que cae en el Adriático y serpentea a través de Emilia-Romaña, era una frontera. La ley no permitía a ningún general cruzarlo con sus ejércitos armados. Julio César lo atravesó y cambió la historia. Alea jacta est. La suerte está echada. Como la de Landa. Era uno de los generales del Giro, pero no pudo sortear el Rubicón del destino. El Giro buscaba un balneario después del vía crucis de Sestola, de la tempestad del sufrimiento, de los pasajes dolientes. El aroma del Adriático marcó la ruta. Se asomó al mar la carrera para encontrar la paz. Necesitaban los ciclistas apoyarse en la barandilla de la calma para otear el horizonte sin más pensamiento que un cielo azul espumado por alguna nube. El placer de no hacer nada. Il dolce far niente. En lugar de esa sensación, Landa encontró la crucifixión. Un latigazo al alma para un ciclista que había mostrado su mejor perfil cuando la carretera elevó los cuellos almidonados del orgullo un día antes.

Pero el ciclismo es una ruleta rusa. Siempre hay una bala en el tambor del revólver. Cuestión de suerte. La detonación tumbó a Landa en las tripas del pelotón, a un palmo de Cattolica. Antes había eliminado a Sivakov. La hija pequeña y tímida de Rimini parecía un lugar para el recogimiento, donde nunca pasa nada extraordinario. La entrada al pueblo avisó con estrechamientos y curvas diseñadas por el diablo. Locura. Se olía el peligro. Velocidad y adrenalina. Es ese ecosistema, estallaron las esperanzas de Landa en la Corsa rosa. Ángel caído, golpeado, dolorido, se lo tragó el asfalto. Inmovilizado, los sanitarios se lo llevaron al hospital. El último sonido que Landa escuchó fue el de las sirenas que anunciaban su despedida. El ulular del mal fario. Su réquiem. La fatalidad persigue a Landa.