Ronald Araújo es el último de una gran lista de jugadores que alzaron la mano y dijeron basta. Una decisión tan inteligente como inesperada, porque nadie esperaba que el capitán de todo un FC Barcelona deje al equipo durante semanas para curarse de una lesión, una que ni las pruebas físicas, ni los y las aficionadas ven, pero que duele como la que más.
El charrúa vivió una noche negra en Stamford Bridge. Su expulsión dejaba al equipo con diez y hacía que los azulgranas quedaran a merced de los londinenses. El error ha dejado muy tocado a un Ronald Araújo que ya arrastraba algunos problemas de salud mental, según informan diversos medios. Tras esto, el jugador solicitó a su club un periodo de descanso indefinido para recuperarse. Por otra parte, la entidad ha respetado y apoyado completamente la decisión del defensa, como muestran las palabras de su entrenador Hansi Flick y del director deportivo Anderson Luis de Souza 'Deco', donde han recalcado que el jugador se tomará el tiempo que él crea oportuno.
Un gesto valiente y que deja en evidencia la falta de visibilidad que tiene la salud mental en la sociedad, y más si cabe en un deporte como el fútbol. Los futbolistas son vistos a menudo como máquinas perfectamente programadas para rendir en un campo de fútbol cada tres días, y casos como el de Araújo ayudan a humanizar a estos, y a la vez a desestigmatizar los problemas de salud mental.
Araújo no es el único
El uruguayo no ha sido ni el primer, ni el último caso de esta dolencia. El ejemplo más evidente es Andrés Iniesta: justo en el pico de su carrera, tras ganar el triplete, el centrocampista cayó en una depresión profunda. Él mismo reconoció posteriormente que las victorias no le llenaban y que su único objetivo diario era que llegara la noche para medicarse y poder desconectar.
Otro de los casos más mediáticos fue el de Adriano Leire Ribeiro. Conocido como 'El emperador', llegó a ser uno de los mejores delanteros del mundo y con proyección de serlo en la historia del fútbol. Sin embargo, una llamada desde Brasil diciendo que su padre había muerto, hizo que su vida se derrumbara. Javier Zanetti (su capitán) cuenta que le vio tirar el teléfono y empezar a gritar de una forma desgarradora. Desde ese día, el brasileño cayó en la depresión y el alcoholismo y nunca volvió a ser el mismo. "Solo me sentía feliz bebiendo. Iba a entrenar borracho y me llevaban a la enfermería a dormir, y en el club decían a la prensa que tenía dolores musculares", llegó a declarar.
El fútbol ha aprendido a la fuerza tras tragedias como la de Robert Enke. El 10 de noviembre de 2009, el entonces portero titular de la selección alemana se quitó la vida en un paso a nivel cerca de Hannover. Tenía 32 años y un billete casi asegurado para el Mundial de Sudáfrica, pero por dentro libraba una batalla que nadie conocía. Su calvario había comenzado años atrás, durante su etapa en el FC Barcelona, donde un partido de Copa contra el modesto Novelda se convirtió en su sentencia. Tras la eliminación y las críticas públicas de sus propios compañeros, Enke desarrolló un miedo patológico al fracaso y al error.
El exportero sufría una depresión severa, pero se negó a internarse en una clínica. Su mujer explicó que él tenía un pánico atroz a que, si se hacía pública su enfermedad mental, los Servicios Sociales alemanes pensaran que un padre depresivo no estaba capacitado para criar a un bebé y le quitaran la custodia de su hija adoptada Leila. Sin embargo, lo que terminó de romper al guardameta fue la tragedia personal: la muerte de su hija Lara, de dos años, debido a una afección cardíaca.
Hoy los protagonistas se atreven a hablar claro. Un caso reciente es el de Richarlison, quien admitió públicamente haber buscado ayuda psicológica urgente tras el Mundial de Qatar porque sentía que había tocado fondo. Estos precedentes validan la postura de Araújo: parar a tiempo y pedir ayuda profesional ya no es un tabú, sino una medida necesaria para seguir rindiendo al máximo nivel.
¿Por qué pasa esto?
Si bien cada jugador es un mundo, hay razones comunes que pueden hacer que este fenómeno haya crecido en los últimos años. Los expertos coinciden en que el ecosistema del fútbol ha cambiado radicalmente en la última década, convirtiéndose en una olla a presión donde la desconexión es imposible.
El primer factor es la tecnología. Antes, la crítica se leía en el periódico del día siguiente. Hoy en día, un futbolista llega al vestuario, coge su móvil y se encuentra con miles de notificaciones que, que salvo errores puntuales, cruzan la línea del análisis deportivo para entrar en el insulto personal o la amenaza.
Esta exposición 24/7 se agrava con un calendario que no da tregua. Los organismos internacionales (FIFA, UEFA) han aumentado la carga de partidos hasta el punto de que los jugadores de élite compiten cada tres días durante diez meses al año. Esta saturación tiene un efecto directo: la fatiga mental. No existe tiempo material para procesar una derrota o disfrutar una victoria, ya que el siguiente compromiso exige rendimiento inmediato. El cerebro, al igual que el músculo, necesita periodos de descanso que la industria del fútbol actual ha eliminado.
Champions League, Eurocopa, Nations League... Los máximos mandatarios de este deporte, conducen el fútbol hacia el negocio, perdiéndose así el principal espíritu por el que se creó: la diversión. Ninguno de ellos se preocupa realmente por la salud física ni mental de los jugadores, sino por llenar los bolsillos de ellos mismos y de las federaciones que dicen defender.
El paso al frente de Ronald Araújo no es un signo de debilidad, sino todo lo contrario, es un grito de rebeldía frente a la impermeabilidad que muchos asumen en los futbolistas. Una acción que de seguro ayudará a millones de personas que estén pasando lo mismo, porque en estos casos una de las cosas que más reconforta es saber que no estás solo.