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Una afición entregada

Gernika llevó en volandas al equipo desde dos horas antes y Urbieta explotó de alegría con el pitido final

Una afición entregadaBorja Guerrero

cOMO en las dos eliminatorias anteriores, Urbieta fue una olla a presión que llevó en volandas al equipo. De hecho, la afición comenzó su particular partido desde las 17.00 horas, 120 minutos antes del inicio del choque. A esa hora arrancó una kalejira desde la sede de la gernikarra Peña Piratak del Athletic, que transcurrió por la sede del club y por la de la peña Komando Gernika, desde donde encararon el paseo hasta Urbieta, donde se citaron unos 1.500 aficionados.

El 0-1 logrado en la ida hacía presagiar un sufrimiento menor que en las rondas anteriores, en las que tuvieron que apelar a la heroica para levantar dos eliminatorias que tenían cuesta arriba. Pero era el último paso, el definitivo para alcanzar la división de bronce. Una final, en definitiva, y la tensión que ello conlleva. La rebajó el gol de Carracedo, en el minuto 15, que supuso toda una explosión de adrenalina. El Gernika tocaba el ascenso con la punta de los dedos.

A medida que avanzaba el reloj, Osasuna Promesas avanzaba metros y los locales retrasaban posiciones, pero las ocasiones no llegaban y la parroquia vivía el duelo con relativa tranquilidad. Los cánticos solo dejaban de sonar para protestar los lances en los que se entendía que el colegiado debía señalar falta a favor de los forales.

Los decibelios aumentaron del minuto 77 al 83, cuando Berasaluze estuvo fuera del campo por una brecha y se jugaba con un hombre menos. Como el juego no se paraba, el futbolista, preparado en la banda, no podía regresar, lo que enfureció a la hinchada, que pitaba.

La tragedia se mascó en el descuento, después del gol visitante. El público, de pie, se desgañitaba pidiendo la hora. “Cuando ha llegado el 90 y nos veíamos en Segunda B nos ha entrado el canguelo y casi nos cuesta un disgusto”. Lo resumía bien el míster, Jabi Luaces, tras el final. Por fortuna, por unos centímetros, el drama no se produjo.

Con el pitido final, los más jóvenes invadieron el campo, llegaron los abrazos, los manteos, las duchas con ropa y el paseo en camioneta por toda la villa. Los gernikarras no fallaron y se echaron a las calles para agradecer al equipo su esfuerzo, su brillante temporada.