REAL MADRID: Diego López; Essien, Varane, Carvalho, Arbeloa; Khedira, Xabi Alonso; Özil, Callejón (Min. 58, Modric), Cristiano Ronaldo; y Benzema (Min. 63, Higuaín).

BARCELONA: Pinto, Dani Alves, Piqué, Puyol, Jordi Alba, Busquets, Xavi, Cesc (Min. 85, Thiago), Pedro (Min. 76, Alexis), Iniesta y Messi.

Goles: 0-1, m.50: Cesc. 1-1, m.81: Varane.

Árbitro: Amonestó a Carvalho, Callejón, Xabi Alonso, Piqué, Alves y Puyol.

Incidencias: Unos 83.000 espectadores en el Santiago Bernabéu.

bilbao. Intercambios de interpretaciones en el juego, de estilos: el Real Madrid, encomendado a lo físico y más que solidario en la presión, armado al contraataque, y el Barcelona, a lo suyo, el vicio de la posesión; también paridad en ocasiones, aunque en esto el cuadro catalán desperdició más. La ida de la semifinal de Copa (1-1) fue un encuentro de fases en el Bernabéu: el Madrid pudo adelantarse y no lo hizo, el Barça pudo sentenciar y tampoco aprovechó. Quizás porque los más desequilibrantes, Cristiano y Messi, se vieron atenazados, seguramente, por sus propias megalomanías, por sus propias voracidades, engullidos por la expectación que invocan.

El Madrid saltó al campo eléctrico, chispazos para el Bernabéu más que la corriente estable, regular, que pretende el Barça. Para desarticular el hermanamiento de los Xavi, Iniesta, Busquets y compañía el equipo blanco hizo del mediocampo un embotellamiento, el espacio de recreo para perros de presa, una oda a ejercicio de la presión. Acechó sobre la salida del balón culé y para ello adelantó la línea de su zaga. El resultado: dos equipos ocupando un tercio del terreno de juego. Los de Roura quedaron asfixiados, sin espacios para el control y circulación del esférico; los de Chamartín plasmaban el capricho de Mourinho, que, con una defensa de relevo, no quería compromisos atrás.

El problema es que la tropa de Mou, empeñada en alejar la pelota-peligro de su área, se saltó su etapa mediocampista -prueba de ellos fueron los saques de puerta en largo de Diego López-, la de creación, la del sosiego, la de reflexión, y se apresuró a colocar balones en el ascensor; desapareció cualquier atisbo de creatividad de Xabi Alonso o Khedira, ambos encomendados a la fatiga, y solo Özil se salvó como fantasista. Estuvo superlativo en el ingenio, aportando cordura a la sobreexcitación local.

El Madrid se desvivía por imprimir ritmo, a costa de sacrificar eficacia en el pase. Si bien, la salida fulgurante blanca se hizo efectiva y el Madrid gozó de unos 10 primeros minutos de dominio neto. Saltó calentado al césped; el rival era un figurante, un sparring. Fe dio Cristiano, que disputados 30 segundos, no se plantó solo ante Pinto porque Piqué le frenó con tarjeta amarilla.

Pero el Barcelona es paciente en su empeño. Y el balón terminó donde le quieren. Iniesta, con un sombrero, asistió a Alba, que se cebó al golpear en el minuto 12. Era la primera trenzada catalana; el asentamiento era una firmeza. Fue la antesala de unos minutos de equilibrio. Ambos conjuntos, liberados de tensión escénica, intercambiaron golpes: Cristiano (min. 19) y Benzema (26) por un bando y en dos ocasiones Xavi (20 y 23) por el otro. Hasta entonces, paridad.

Pero el desarrollo de la primera mitad, por antojo de cada propuesta, fue determinante en el segundo acto. El Barcelona juega con esa baza. Sabe que sus rivales se rinden extenuados al tratar de prolongar éstos la generosidad en su presión. Por imposición llegó el predominio culé. Y eso que comenzó percutiendo el Madrid con volea de Benzema.

Sin embargo, fue Fábregas, al aprovecharse de una pelota encontrada y favorecida por el rebote, quien adelantó al Barça tras batir en mano a mano a Diego López. Corría el minuto 50 y el Madrid respondería con un Cristiano víctima de la ansiedad -aunque Messi tan siquiera asomó para marcar-, antes de quedar a merced del bajón anímico. El gol, su resaca, hizo trizas al Madrid, que titubeó como lo hace un boxeador maltrecho, que se tambaleó hasta poder decir adiós a la Copa. La autoridad esférica se impuso. Un dato: el Barcelona sumó más de 60 minutos cometiendo una sola falta, la de Piqué en los primeros 40 segundos de partido.

El demérito en el tino blaugrana colaboró en la supervivencia blanca. Ocurrió una sucesión de perdones protagonizados primero por Fábregas (69) y seguido por Pedro (72) que bien pudieron comprometer a los locales, movidos por la vaga inercia de sus piernas. Arbeloa era un pasadizo catalán hacia el gol, ese túnel por donde se cuela el enemigo.

No obstante, Varane, el mejor vestido de blanco junto a Özil, su asistente, empató el encuentro de ida de las semifinales con un testarazado en el 81. Fue una medicación para la crisis emocional madridista, aunque Alba pudo remediar con su empeine, pero el debutante Diego López atajó la ocasión para prolongar la igualdad hasta el próximo 27 de febrero.