LLEVA semanas suplicando al Everton que le traspase al Chelsea en el mercado de invierno porque arde en deseos de mostrarse al mundo en un club, en teoría, superior, pero ni el club toffee se ha dado todavía por aludido ni el jugador se ha sentado sobre su maleta a esperar el tren. Al revés, se ha remangado para destapar su mejor fútbol tirando de corpulencia y olfato de gol hasta conducir a la entidad de Goodison Park a la condición de equipo revelación de la Premier League, el considerado cuarto pasajero tras los otros grandes. Hablamos de Maurice Fellaini (22-XI-1987, Etterbeek, Bélgica), que ha aprovechado la reorganización del vestuario desempeñada por el técnico David Moyes, una década ya en el banquillo, para erigirse en la cabellera más cotizada, imagen que además explota publicitariamente. Su última demostración, ante el Sunderland, con un gol antológico y una asistencia no menos esplendorosa.

Mediocentro con capacidad destructora en su origen, gusta de asociarse en corto y con solvencia, pero desde que el míster le ha ubicado de mediapunta, la fuerza y vitalidad que emanan sus centímetros han posibilitado que su figura se agigante. Para entrar a formar parte de las categorías inferiores del Anderlecht con apenas ocho años, desbordó con su inteligencia técnica y la habilidad en el control del esférico, que es santo y seña de la entidad de Bruselas. Adiestrado por un entorno familiar paciente que le instó a no pensar aún en el profesionalismo, y tras foguearse en el Mons, Royal Francs Borains y Sporting Charleroi; con 16 años y nada más recalar en el Standard de Lieja no se arrugó y demandó a los dos meses de estancia el primer aumento de sueldo, petición que fue respaldada para unirle a la generación de oro labrada en silencio. Aunque Mbokani, Witsel o Defour nunca demostraron falta de ego, su eclosión llegó con el entorchado liguero que le permitió ser galardonado como Mejor Jugador de origen africano -el Soulier d'ebene- del campeonato, en este caso de ascendencia marroquí. Sondeado por media Europa, 18 millones de euros le condujeron a Liverpool, al extremo azul de la ciudad, aunque por ello Moyes perdiera la opción de contratar dos delanteros para capear la ausencia de gol, apartado donde solo sembraba el ídolo Tim Cahill, ahora en la Liga estadounidense. Si bien Fellaini retrasó unos metros su posición, su sencillez en la distribución y el preciso toque le convirtieron en perfecto socio de Mikel Arteta, que luego le traspasó el bastón de la simpatía de la afición, esa que nutre de pelucas rizadas el graderío, entregada a sus largas piernas, lástima de una grave lesión en un derbi de 2010 en el que se fracturó el tobillo.

el bastión de wilmots Screech o Hairdo, como se le apoda, siempre ha estado destinado a mitigar las eternas dificultades financieras del Everton (30 millones ofrecen por él), pero la venta de una joven promesa como Rodwell logró detener el movimiento el pasado verano, cuando sonaba en la órbita del Real Madrid, multiplicando sus prestaciones ofensivas, como bien padeció el Manchester United o, recientemente el Fulham, donde dos balones caídos del cielo fueron templados por el cuerpo del belga para acabar en la red. Maurice piensa en disfrutar un día de la Champions y quizás en el Mundial de 2014 como referente de la incipiente selección belga de Marc Wilmots, la única capaz de poner algo de acuerdo a un país fracturado en sentimiento y lenguas.

Mientras, el equipo siempre recordado por la Recopa que ganó bajo las órdenes de Howard Kendall, antes de que el flemático inglés recalara en el banquillo del Athletic, se pega sucesivos homenajes viendo al Liverpool por el retrovisor de la clasificación -ayer empató (1-1) en campo del Chelsea, con goles de Terry, luego lesionado, y Luis Suárez-. Ello, a la espera de quizás poder reincorporar a comienzos de 2013 al veterano Donovan una vez termine la temporada con los Galaxy, e incluso al propio Cahill. Además, la aportación del croata de origen bosnio Nikica Jelavic, al igual que la de un desconocido Kevin Mirallas -belga que escogió esta estación en vez de irse al Arsenal precisamente tras una charla clarificadora con su paisano Fellaini-, ha acrecentado el potencial toffee. De las apetencias de Maurice por vestir otros colores azules, Moyes pasa de puntillas y lo achaca a la típica vanidad de los futbolistas. "Cuando viajan fuera con sus selecciones, a veces enseñan sus egos, hablan de estas cosas al dirigirse a una audiencia diferente, de cosas que creen que no tienen importancia", señaló el técnico en su día. Falta por comprobar aquello que dicte el tiempo, pero la caída de las hojas del calendario solamente enseña, de momento, una imagen: la estela de Fellaini elevándose hasta el cielo infinito, pelo al viento, y su golpeo tumbando a sucesivos adversarios. La cabellera más pretendida del concierto europeo.