La finalización del período de sesiones en el legislativo español aporta la engañosa sensación de que el curso se ha superado por el mero hecho de que el Gobierno ha llegado al final del ciclo pese a haberse tratado del período parlamentario con mayor confrontación y ambiente más tóxico. Los presuntos casos de corrupción se han interpuesto en la acción del gabinete de Pedro Sánchez, ocupando ante la opinión pública el lugar de atención que denodadamente ha intentado orientar hacia el desempeño económico y el perfil social de las iniciativas del Ejecutivo. Pero, en la práctica, lo que realmente ha obstaculizado su iniciativa normativa no es la oposición descarnada que practica la derecha de PP y Vox, sino la falta de cohesión de la mayoría de investidura. Sánchez ha llegado al verano en minoría selectiva, con respaldo suficiente para determinadas iniciativas pero con desmarques ruidosos en otras, sancionadas por la estrategia partidista de, fundamentalmente, Podemos y Junts. A esta debilidad se suman las demandas de reactivación de la legislatura tanto desde el desarrollo legislativo comprometido con sus socios, como con un proyecto de presupuestos negociable con ellos. El anuncio de ese compromiso es hoy solamente una declaración de intenciones, en tanto el parón veraniego ha llegado sin que el Gobierno inicie los trámites previos. La ausencia de cuentas no es un escenario positivo, por mucho que una nueva prórroga permitiría a Sánchez llegar al último tramo de legislatura. Los presupuestos son una herramienta de acción política y adecuación a un nuevo marco económico sobrevenido -que conlleva cambios sustanciales-, además de un mecanismo de cohesión de la mayoría diversa, en tanto permite negociar partidas a iniciativa de los socios externos al gobierno -PNV, EH Bildu, ERC, etc-. La tentación de reducirlos a un trámite formal condenado al fracaso sería una oportunidad perdida. Pero para que adquieran visos de viabilidad, tropieza con la pugna cainita a la izquierda del PSOE, que ha situado a Podemos en el frente de bloqueo de la derecha, y con la prioridad de la agenda particular de Junts, cuya simbología se impone a los márgenes objetivos de desempeño de los compromisos cuyo cumplimiento exige. Algo tendrá que cambiar en estos factores para que el otoño no prolongue el bloqueo.