Hace una semana, Donald Trump y Benjamin Netanyahu eran dos líderes aislados por la inmensa mayoría de los países de las Naciones Unidas, alineada en el reconocimiento del estado palestino y en la denuncia de la masacre de Gaza . En un sorprendente giro de guión tan característico en Donald Trump, el presidente de Estados Unidos ha presentado un elaborado, concreto y minucioso plan de paz para poner punto final a la ofensiva israelí a cambio de la entrega de los rehenes y la desmovilización definitiva de Hamás y otras milicias que operan en la franja. Presentado como un proyecto de reconciliación que garantizará la pervivencia palestina de una Gaza reconstruida con ayuda internacional y gobernada por una dirigencia tecnócrata bajo el control de Donald Trump, ha contado con el apoyo inmediato de Benjamin Netanyahu, un dirigente que, sin embargo, ha declarado de forma tajante que no permitirá bajo ninguna circunstancia la creación de un Estado palestino soberano. Es una afirmación que desmonta cualquier pretensión de solución al conflicto, pese a que la propuesta de Trump sí reconoce la aspiración palestina, eso sí, aplazada a un futuro indeterminado. De hecho, se trata de la parte más ambigua del plan y queda a expensas de que “se den las condiciones para un camino creíble hacia la autodeterminación”. Llama la atención la velocidad con la que la comunidad internacional ha dado la bienvenida a la propuesta, empezando por la propia Autoridad Palestina, siguiendo por los países árabes del entorno y los principales estados de Europa y sus intituciones comunitarias. La ONU no se pronuncia por ahora. Una iniciativa que contribuye a frenar el genocidio palestino, que permite recuperar los rehenes secuestrados y favorece el renacimiento de un territorio devastado merece impulso y compromiso para su éxito. Pero hay algo perverso en el plan. Su implementación queda a expensas de lo que decida Hamás, que sabe que si lo acepta significará su final. Si dice que no, Netanyahu tendrá carta blanca para culminar su obra criminal. Es inaceptable convertir a la población civil palestina en rehén de esta diplomacia de casino. Y causa perplejidad que Trump y Netanyahu, que ayer fabulaban con la limpieza total de la franja para levantar en su lugar una urbanización de lujo para millonarios del mundo, aparezcan ahora como promotores de la paz.