La maquinaria educativa se pone en marcha esta semana para alumnos, profesores y familias con el arranque oficial del nuevo tiempo escolar. El curso de este año traerá la implantación definitiva de la Lomloe a todos los niveles de la enseñanza obligatoria, es decir, el desarrollo de un modelo educativo transformador basado, entre otras novedades, en la evaluación continua, la enseñanza por competencias y la ausencia de notas numéricas como elemento calificador. Este nuevo curso escolar pondrá a prueba también la capacidad del sistema educativo en la gestión de un problema social que ha estallado con la pandemia, como es el de la salud mental de los jóvenes, y que incide directamente en la comunidad escolar. Además, en el caso de la CAV, el curso está llamado a ser el del acuerdo para la aprobación de la nueva ley de Educación. Junto a estas cuestiones, empieza a abrirse paso en la agenda educativa una gran interrogante sobre la estrategia de digitalización de las aulas, es decir, la enseñanza basada en el uso de las pantallas y su influencia en el nivel de aprendizaje de las capacidades educativas básicas del alumnado, el de la comprensión lectora en particular. Ha sido Suecia el país que ha abierto la espita de este debate con su decisión de reevaluar el plan de digitalización de su sistema educativo ante las evidencias que arrojan la investigaciones del cerebro en niños y niñas, que muestran que no se estarían beneficiando del uso de las nuevas tecnologías frente al rendimiento contrastado del papel y la escritura manual. El Gobierno sueco va a invertir del orden de cien millones de euros con el objetivo de fortalecer el desarrollo del lenguaje, la lectura y la escritura de su alumnado. ¿Cuánto deben ocupar las pantallas en los colegios? ¿Su uso está afectando a la adquisición de competencias consideradas esenciales? Son preguntas pertinentes que aconsejan una evaluación del camino recorrido desde que se inició la digitalización de las aulas ante las alertas de voces autorizadas tanto del mundo de la enseñanza como de la ciencia ante el riesgo de estar creando una generación de “analfabetos funcionales”. No se trata de poner en cuestión la necesidad de universalizar el uso y el conocimiento en el manejo de las herramientas tecnológicas y digitales. Ahora bien, eso no quiere decir que automáticamente la educación y sus competencias esenciales, como son la lectura y la escritura, deban de vehiculizarse a través de estas herramientas.