PUNTO final a la estrambótica situación del ya ex primer ministro británico Boris Johnson. La sucesión de escándalos éticamente indefendibles en el ejercicio del gobierno ha teminado por pasarle la factura definitiva. Pero, en el camino, Johnson se ha acreditado como el síntoma del deterioro de la política hacia el populismo más irresponsable y del riesgo de la capacidad de influencia que el marketing viral puede tener en la toma de decisiones de la ciudadanía cuando se renuncia a la pedagogía propia de la información veraz. La sucesión de crisis económicas, sociales y geoestratégicas de las últimas décadas ha facilitado el crecimiento del populismo de la posverdad. Logró propiciar el Brexit, hizo presidente de Estados Unidos a un millonario con perfil autocrático que ahora está señalado como golpista y sigue alimentando el desafecto de los modelos de democracia representativa y su institucionalización. Johnson ha sido paradigma de ese fenómeno. Medró por el destrozo en el Partido Conservador británico tras un proceso de descomposición interna motivado por la estrategia del Brexit y la crisis económica y social en el Reino Unido. Sin un programa con el que responder a los retos del momento, a este perfil de políticos le basta con abrazarse a un par de eslóganes con los que satisfacer un estado de ánimo creado ad hoc. Hoy, el Reino Unido es más pobre económicamente, más fracturado socialmente y más dependiente como potencia europea, precisamente por haber roto el vínculo europeísta que le alimentó durante décadas pese a negarlo. Johnson deja viejos problemas –la fractura socioeconómica, la integración de una población multirracial creciente, la demanda de independencia de Escocia– y ha creado otros nuevos –en su relación comercial y política con Europa, en la estabilidad de Irlanda–. Pero una dinámica perversa que ha primado detentar el poder frente a su ejercicio para solventar las necesidades de bienestar de la ciudadanía ha permitido que su partido le sostuviera hasta lo insostenible. Restaurar la confianza en las instituciones y el modelo democrático de equilibrios y separación de poderes es una condición fundamental para rescatar de la corriente populista a una opinón pública a la que se ha mentido hasta hacerla creer en fórmulas mágicas. Escarmentar en cabeza ajena sería un ejercicio inteligente.