LA visita del lehendakari, Iñigo Urkullu, a Alemania para respaldar las capacidades y la disposición a transformar la planta de Mercedes en Gasteiz para garantizar su futuro ha coincidido con una paralización de la producción fruto de la convocatoria de huelga secundada mayoritariamente. La dinámica de polarización y desencuentro degenera en una espiral de conflicto como fórmula de empoderamiento que ni garantiza los derechos laborales ni asegura el empleo. Canalizar el pulso entre necesidades de producción y reivindicación laboral hacia la negociación y el diálogo social ha propiciado en el pasado avances en los derechos laborales. En el caso de Mercedes-Gasteiz hay una circunstancia coyuntural que amenaza con condicionar un proyecto de viabilidad futura: la negociación del convenio en una coyuntura económica inestable versus la inversión milmillonaria que transforme la planta asegurando su sostenibilidad en el nuevo esquema de producción de vehículos eléctricos. No responde a la realidad responsabilizar a los trabajadores de la realización o no de esa inversión, como tampoco lo hace el discurso de que se haría a costa de derechos laborales. Ninguna de ambas afirmaciones es plenamente veraz. La adaptación de las condiciones laborales que se pone sobre la mesa no debe deteriorar las mismas ni su inmovilidad cuestionar el futuro de los 5.000 empleos directos y 30.000 indirectos que orbitan en torno a la actividad de la planta. Los dos emblemas de la divergencia tienen letra pequeña. El primero es el relativo a la subida del IPC –un caballo de batalla entendible ante el temor a perder poder adquisitivo– pero las propuestas de una subida del 5% y una paga adicional deberían facilitar una base de encuentro. El segundo es la sexta noche de producción semanal, pagada o compensada y sin aumento de jornada anual, según ofrece la empresa, y que la parte social denuncia como un deterioro de derechos. Es el viejo debate de la flexibilidad y la seguridad del empleo. La primera es una constante que han sido capaces de incorporar con consenso a sus modelos laborales las economías más avanzadas; la segunda está cada vez más ligada a esa versatilidad. No es tiempo de empleo sin derechos como no lo es de dogmatismos aferrados a condiciones que imposibiliten el empleo.