Trabajar desde una concepción altruista, el “auzolana”, o dedicar esfuerzos en temáticas o ámbitos que interesan a las personas por voluntad es algo que ha habido y se ha hecho desde siempre. La cuestión es que a nivel global el asunto está tomando una dimensión con un impacto en la economía difícil de prever, hasta el punto de que, auspiciada por las posibilidades que dan las nuevas tecnologías, la producción social colectiva va camino de generar un volumen suficientemente significativo como para resultar en una alternativa a ofertas de empresas privadas o de entidades públicas.

En esta nueva forma de producción, distribución e intercambio de bienes y servicios, las personas aportan su trabajo, esfuerzo y dedicación de forma a veces desinteresada, otras abierta y gratuita, y a cambio de incentivos en los que no consta el dinero. Más allá del vil metal, aspectos como la reputación, satisfacción personal, contribución a una causa que trasciende a uno/a mismo/a, estatus o experiencia están adquiriendo un peso cada vez más notorio.

No es la primera vez que hablo de los conceptos de economía del acceso o economía del compartir. Que la propiedad de bienes y servicios está perdiendo fuerza a cambio de su disfrute es un fenómeno económico patente, pero esta vez me gustaría poner el foco en cómo distintas personas a nivel global están aportando contenidos, esfuerzo y dedicación a través de fórmulas diversas. Algunos futurólogos lo han denominado como economía del compartir.

Tal y como afirma Kevin Kelly, vivimos con tecnologías que descansan en la interacción social para que puedan resultar útiles, y está en internet está definiendo no solo la interacción entre personas, sino el propio espacio económico en la medida en que posibilitan que la comunicación y el trabajo conjunto distribuido apenas tenga costo.

A ello hay que sumar que cada vez estamos más acostumbrando a disfrutar y compartir soluciones / servicios sin pagar por ellos. A modo de ejemplo, la mitad de las páginas web en internet están alojadas en servidores que operan con programas Apache de código abierto (de libre acceso), y la cantidad de programas que están abiertos para su utilización gratuita y se utilizan como base para el desarrollo de nuevos productos y servicios va en creciente aumento. Y esto no trata solo del sector sin ánimo de lucro. Tres de las mayores cinco empresas actuales (Facebook, Twitter y Google) basan su modelo de negocio en las aportaciones que generan el intercambio “desinteresado” entre personas.

En verdad, los datos nos enseñan que el comportamiento de las personas en la red es proclive a compartir. Se estima que el número de fotos que se comparten en Facebook, Instagram o flicker ronda los 1,8 billones. Si pensábamos que no íbamos a pasar de compartir las fotos de Facebook, experiencias como la de “Patientslikeme” están demostrando que las personas intercambian sus informes médicos, los resultados de los tratamientos a los que son sometidos y prescripciones de todo tipo. Compartimos lo que estamos pensando (twitter), lo que estamos leyendo (Stumbleupon), nuestra situación financiera (Motley Fool cap), lo que nos interesa y lo que nos gusta (Facebook). De forma desinteresada y colaborativa se están creando enciclopedias (Wikipedia), Agencias de noticias, videos (Youtube) o software (Linux). Compartir es el elemento central de la cultura en la red, y está permitiendo el desarrollo de soluciones entre personas de diferentes partes del mundo que no se conocen.

Se estima que el desarrollo del programa Fedora Linux 9 de código abierto (gratuito) tiene un trabajo por detrás de 60.000 personas distribuidas a lo largo del planeta. Reddit, una plataforma social en la que los usuarios envían sus publicaciones tiene 542 millones de visitantes al mes y 10.000 comunidades activas al día donde distintas personas están aportando su conocimiento. Youtube suma 1 billón de usuarios aportando contenidos y videos que actualmente compiten con la TV, las series y el cine. Se estima que a la Wikipedia han contribuido alrededor de 25 millones de personas desinteresadamente, de los cuales 130.000 personas hacen aportaciones de forma regular. Instagram cuenta con más de 300 millones de usuarios activos, y los grupos de Facebook activos alcanzan la cifra de 700 millones. La empresa Local Motors de Phoenix fabrica vehículos a motor con aportaciones de más de 150.000 personas que hacen contribuciones de diseño y desarrollo a distintos componentes de un coche, triciclos o motos, etc. Otro elemento al que no hay que dejar de prestar atención son las iniciativas de financiación colectiva para el desarrollo de actividades de todo tipo (Crowdfunding). Actualmente esta fórmula de financiación capta alrededor de 34 billones de dólares que difícilmente serían financiados de otra forma. Mientras que kickstarter e Indiegogo son las plataformas principales, existen otras específicas para la producción musical (PledgeMusic, SellaBand), para organizaciones sin ánimo de lucro (Fundly, FundRazr), emergencias médicas (GoFundMe, Rally) y para el desarrollo científico (Petridish, Experiment). Otras plataformas se especializan en dar financiación a iniciativas ya en curso (Patreon, Subbable). Aunque parezca extraño, cada día un mayor número de temas que pensábamos nunca compartiríamos con otros de forma desinteresada y/o gratuita se están creando a toda velocidad. Al parecer, de los hechos se deduce que con los incentivos adecuados, la tecnología precisa y las condiciones adecuadas, se está comenzando a compartir prácticamente todo?

Es indudable que la economía de mercado ha aportado avances a todos los niveles muy por encima de los intentos de economía centralizada, pero la emergencia de la tecnología social colaborativa se está convirtiendo en un filón más que interesante, y puede ser la vía para dar cauce a los problemas sociales y económicos que el libre mercado ni la acción de gobiernos no está siendo capaz de solventar.