AL estilo del London Eye, esa gran atracción situada en el South Bank del río Támesis, una noria de menor escala, situada junto al inmortal carrusel de aire francés ubicado frente a La Concha, saludaba al gentío que, desde primeras horas de la mañana, iba acercándose al puerto de Donosti. El destino era, en verdad, la desembocadura de la rampa, epicentro de todas las emociones. Hasta allí llegó, cuando todo estaba resuelto, un desfile de alegrías -la mención al alarde era inevitable- en el que no faltaban algunos seguidores de la Ama Guadalupekoa vestidos al viejo estilo del Alarde de Hondarribia -el desfile nació, tal día como ayer, en 1639 en agradecimiento por la liberación del asedio al que la ciudad fue sometida tras un cerco francés de 69 días durante la Guerra de los Treinta Años...-, que celebraba ayer su día grande. También lo hizo la propia regata de La Concha, fundada en 1879 según narran los libros de historia y recordaba el speaker de los altavoces, hace ya 140 años.

En la fiesta no faltaron el champán y los confetis de los seguidores del verde pálido, los besos sentidos y el manteo a los remeros-Galder Ezpanda voló por los aires una y otra vez...-; el saludo de Adrián González, remero de Hondarribia, con su hermano Marcos González, sentado en la tosta de Zierbena; el animoso jaleo de los seguidores de la Sotera, un punto desinflado a las primeras de cambio, cuando el patrón, Cristian Garma, se acunó hacia babor a la calle en la que se encontraba Zierbena, obligando al juez de mar a intervenir para evitar un posible toque de palas. Al grito de ¡Miralá, miralá, miralá! resucitarían poco después para animar a los suyos, con la alcaldesa, Aintzane Urkijo, al frente de un desembarco potente.

A Portaletas, Las Vegas del remo en Donosti, ha llegado la modernidad. No en vano, una pantalla gigantesca congregó a niños y apostadores cuando los semáforos dieron pie a las regatas. Vieron, primero, el triunfo de las aguiluchas, que tiñó las aguas de amarillo. La afición de Orio, omnipresente durante todo el día en mil y un formatos diferentes -amaiketakos, con camisas amarillas de aires hawaianos, pegados a un transistor y comiéndose las uñas cuando sacaba cuatro segundos en la ida a Hondarribia y todo era posible aún, abanderados en talla XXL o en la rampa, animando a los suyos, cuando ya solo quedaba el consuelo a los guerreros caídos...-, impuso su ley amarilla hasta el desenlace de la regata, cuando los pañuelos de dulce de Hondarribia lucieron esa elegancia plácida y suave que tanto gastan.

De vez en cuando se mezclaban con los gritos de ¡ru, ru, ru, Ondarru!, los pronósticos (en la mesa de las corazonadas Orio era favorita, pese a que el trece de Hondarribia que bogó ayer es inmortal hasta hoy, no ha perdido ni una sola regata este año...) que iban y venían, la tranquilidad de un Urdaibai que vino de fiesta y sin presión ni esperanza alguna o la pequeña desilusión de Zierbena, que por un traspiés se salió del paraíso de los cuatro primeros. A la contra, la Donostiarra exhibió más músculo que nunca en los últimos años, lo que hizo que la afición de casa celebrase su victoria en la primera regata en alegres biribilquetas. “¡Qué estalle ahora un temporal!”, rogó una voz anónima antes de que iniciase la txanpa de honor, como si pidiese un milagro.

Perros vestidos con pañuelos de todos los colores arraunlaris, bacalaos ajoarrieros, tortillas de patatas y algún que otro paraguas a modo de quitasol. Una mirada general al retablo de La Concha demostraba que allí se juntaron sensibilidades de todo tipo: de quienes aspiraban a enriquecerse vía Retabet a quienes acudían a un día de fiesta, fuese el que fuese el color de la ruleta. Hubo gestos y gestas. A Gurutz Aginagalde, por ejemplo, se le vio llevando los remos de Hondarribia y Joseba Amunarri y Gorka Aranberri intercambiaron un abrazo de saludo y reconocimiento ya fuera de la rampa, como dos generales que se han batido a fuego y se reconocen sus valores fuera del campo de batalla.

Fue pisar tierra firme y los remeros de Hondarribia dieron un salto del agua al cielo, zarandeados, manteados y sacados a hombros por los suyos. Apenas tuvieron tiempo de cruzarse un saludo con las remeras de Orio (bajaron a la rampa las damas, todo un gesto caballero, si es que se me permite decirlo así...) y de saludar a su gente, tan serena como alegre, que ayer alargaron la noche hasta váyase a saber cuándo.