DE tanto intentarlo con aquellos pelotazos morrocotudos que surcaron, casi, la estratosfera (su juego parecía nacido en aquellos días negros de Gernika, de Dresde, de tantas y tantas ciudades acribilladas por el fuego llovido de los bombardeos...), Iker Irribarria tocó el cielo con la yema de sus dedos. Lo logró en el desenlace de la final del Manomanista que hubiese firmado cualquiera de los más avezados guionistas de Hollywood. En el último tanto, con el trepidante 21-20 en los cartones, Mikel Urrutikoetxea se lanzó en plancha hacia la que hubiese querido que fuese su penúltima Numancia, una defensa más de las muchas a las que se aferró con uñas y dientes a lo largo de un partido sin tregua. Rodó por el suelo Mikel y viendo Iker que aquella pelota se estrellaba en el colchón también cayó. Rendido. Los dos pelotaris había firmado una epopeya. El frontón Bizkaia estalló como hubiese estallado en el desenlace contrario. El partido supo a gesta y era hermoso ver tanta gloria por los suelos.

Volvamos a los orígenes, a los vaticinios de los preámbulos, donde se especulaba con la mano de hierro de Iker y la solidez de Mikel, un roble al que no doblega el tiempo. La lluvia de las previas había desangelado el clásico pastoreo de los corrillos previos en la explanada. Llegaba, casi al trote, Txema Vázquez Eguskiza y Jon Ortuzar para guarecerse, casi al esprint Peio Bilbao, con sabor a Giro aún en sus piernas; casi al cruce, como el rayo, Mikel Bustinza. Ellos y otros miles -el frontón se reventó hasta el no hay billetes...- huían de las inclemencias sin saber que pronto iba a estallar una tormenta de interior.

A cuentagotas iban llegando, también, las autoridades. El diputado general de Bizkaia, Unai Rementería, primero; el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, despues, y el lehendakari, Iñigo Urkullu, acompañado por Lucía Arieta-Araunabeña en tecer lugar. Junto a ellos, posaron para la fotografía Kepa Badiola, hombre fuerte de La Caixa; el consejero de Cultura, Bingen Zupiria; la diputada foral de Cultura, Lorea Bilbao, y el concejal Koldo Narbaiza, que hubieron de inmortalizarse a la altura de las taquillas. Al tiempo llegaban el presidente del EBB, Andoni Ortuzar, junto a Roberto Serrano, Emilio Camaño e Iñaki Azkorra.

El partido comenzó como si hubiesen retumbado las campanas del Apocalipsis. Ya el primer tanto anunció tiempos de guerra, con los dos pelotaris cruzándose guantes con un “¡Toma esta!” y la respuesta del “¡Toma tú esta otra!”. Para la primera igualdad en los cartones, el 2-2 (hubo en total siete, la última en aquel 18-18 taquicárdico...) ambos pelotaris ya se habían sobrepasado. No fue hasta el 7-4 de Irribarria que cambió la tendencia, cuando la cátedra ya vaticinaba un ¡cuerpo a tierra! de Mikel al verle pedir el primer descanso. Un buen grupo de mujeres próximas al pelotari de Zaratamo (June Castañeda, Nerea Basagoiti, Leire Basagoiti, Bego Urrutikoetxea, Guadalupe Agirre Urrutikoetxea, Ane Marín y Ohiane Lekue entre otras...) desenfundaban la esperanza pero el hombre no tenía buena cara en la silla. Equivocó a quien se fijó en el detalle.

Porque parecía que escuchase los consejos del espíritu de un botillero invisible. No en vano, Urrutikoetxea se levantó de la silla con la idea cambiada: tenía que jugársela por abajo, lanzando manos duras a los riñones de Iker. Bajó sus pelotazos e Iker fue doblándose hasta el 7-12, una tacada de ocho que encendía el ala vizcana de las gradas. Testigos de lo que les cuento fueron Dioni Alarde; el cocinero multiestrellado Eneko Atxa, Ricardo Lamadrid, Anotz Argote, Juan Castro, Antolín Yurrebaso, Josu Silloniz, Antonio Ibargüengoitia, guardián de Roca Dragón (perdón, de San Juan de Gaztelugatxe...), desde Eneperi; el aizkolari Aitzol Atutxa, Florentino Martínez, de Luberri, Erik Jaka, Gorka Iglesias, Joana Martín, Idoia Olaba rria, Pablo Bersaluze; la presidenta del BBB, Itxaso Atutxa, Aitor Esteban, Karmelo Ariznabarreta, Asier Atutxa, Xabier Lapitz y así cienes y cienes de pelotatzales más.

A cada cual le latía el corazón de un manera: en cada tacada, en cada empate. Era el reino de los saques y el infierno de las apuestas. Tras la última igualdad, 18-18. Mikel se avalanzó a por una pelota con apetito tan voraz que acabó comiéndosela. Parecía el requiem del partido pero un saque largo de Iker devolvió la intensidad hasta el 21-20, cuando el tiempo de detuvo. Con los dos en el suelo, Asier García, la plata de Río de Janeiro en baloncesto adaptado, bajaba con la txapela en la mano. Para la coronación.