El Real Madrid aprovechó ayer su alma de depredador, su ausencia de piedad a la mínima oportunidad de hundir colmillo en la yugular rival, para superar a un buen Barcelona y conquistar el primer billete de finalista de la Supercopa, atalaya desde la que espera al ganador del Athletic-Atlético de Madrid de hoy. Los de Carlo Ancelotti sacaron tajada de las carencias defensivas azulgranas para adelantarse dos veces en el luminoso, pero estos, voluntariosos, se revolvieron para enviar el partido a la prórroga, donde los blancos resolvieron con otro zarpazo al contraataque materializado por Fede Valverde.

Los blancos guionizaron la contienda con un argumento perfecto para su ADN. Cedieron metros y balón a los de Xavi para aprovechar sus errores y salir a toque de corneta contra la portería rival con un Karim Benzema soberbio, pero su rival aguantó cargando el juego sobre Ousmane Dembélé y creciendo cuando orbitaron junto a él Ansu Fati y Pedri. Pero al Barça, más entero de lo esperado, le sigue costando un mundo correr hacia atrás, dejó demasiados huecos en su retaguardia y acabó ajusticiado.

El Real Madrid permitió desde el arranque que el Barça amasara el balón. Se sentía cómodo esperando, barruntando el fallo azulgrana para salir al galope porque su rival carecía de circulación rápida de bola y sus intentos de rondar la portería de Courtois eran endebles. Avisaron Benzema, tras una pérdida de Dani Alves, y Asensio y en el minuto 25 llegó lo inevitable: el gol blanco. Benzema, enchufadísimo, arrebató un balón por detrás al lentísimo Busquets en el círculo central, sirvió a la carrera a Vinicius y este, de certero zurdazo, envió el balón a la red de Ter Stegen. El Barça trató de recomponerse cargando el juego sobre el costado izquierdo con Dembélé, único efectivo capaz de aportar electricidad a las parsimoniosas transiciones ofensivas de su equipo. Dos cabezazos de Luuk De Jong a las manos de Courtois sirvieron de aviso a la zaga de Ancelotti. El Real Madrid parecía muy entero, pero ocurrió lo improbable. En otra acometida de Dembélé por la banda, Militao, horrible ayer, despejó mal su centro, el balón impactó en De Jong y la igualada subió al marcador poco antes del ecuador de la contienda.

En la reanudación, con Pedri y Abde sobre el césped, el Barcelona gozó de ocasiones para adelantarse, pero le faltó puntería. El Real Madrid le siguió concediendo terreno y su verticalidad ganó enteros, pero los remates de Dembélé y Pedri se marcharon fuera. Pero esos minutos fueron un espejismo. En el momento en el que los blancos volvieron a estirarse, regresó el temblor de piernas y el crujir de dientes al engranaje defensivo de su rival. Benzema avisó en el minuto 69 con un zurdazo que se estrelló en el poste, pero tres minutos después no perdonó, desnudando las limitaciones de la zaga catalana. Mendy superó por la izquierda a Alves, cedió al francés y su remate lo despejó Ter Stegen. El balón fue a parar a un Carvajal libre de marca que volvió a meter el balón en la olla para que Benzema, más listo que nadie, rematara a gol.

Parecía que el Barcelona no tenía ya ni argumentos ni fuerzas para revolverse y que al Real Madrid le bastaba con mantener el orden para llevarse el partido, pero en el minuto 83 Ansu Fati, totalmente libre de marca, cabeceó a la red un preciso servicio de Jordi Alba y el duelo se fue al tiempo añadido. Asumieron riesgos los de Xavi, adelantando líneas y volcándose sobre la portería de Courtois, pero los blancos volvieron a desnudar sus carencias. Aprovechando un balón perdido por el Barça cerca del área enemiga, los blancos salieron en estampida en el 98 para asestar la dentellada definitiva a un rival demasiado pesado para correr hacia atrás. Condujo Casemiro, habilitó a Rodrygo, Vinicius dejó pasar el centro de su compatriota y Valverde certificó la presencia blanca en la final.