El fútbol vive con el pulso congelado, angustiado desde hace semanas porque no sabe qué destino le deparará esta crisis sanitaria del coronavirus, y si se podrán completar los campeonatos iniciados el verano pasado, una situación antagónica a que la vive el siempre ajetreado FC Barcelona, pues mientras sus rivales se mantienen expectantes a lo que pueda pasar, el equipo catalán no puede contener la ebullición que agita su organismo.

Esta Semana Santa, la más triste en decenios para el fútbol, ha convertido al Barcelona en una de las principales distracciones informativas, dada la sequía de noticias deportivas que acontece en las páginas deportivas y franjas horarias de los medios.

Estos cuatro primeros meses del 2020, por ahora, van a ser recordados en la historia del club por muchos años; de cómo enlazar un problema con otro y no poder salir del bucle de crisis en el que entró la institución desde que Josep Maria Bartomeu, presidente de la institución, decidiese destituir en enero a Ernesto Valverde, cuando el Barça era líder en LaLiga, seguía vivo en la Copa del Rey y afrontaba los octavos de la Liga de Campeones como primero de grupo.

Pocos creen que el fútbol del Barça de Valverde diese para mucho más, y que si Valverde merecía salir de la entidad ello se debería de haber producido el pasado verano, cuando se creía que Bartomeu tenía claro el cambio en el banquillo, que después lo repensó. Por lo tanto, como si de una maldición se tratase, desde la salida de Valverde, el Barça no ha dado pie con bola, saltado de un problema futbolístico a otro institucional y de ahí a otro deportivo y así sin un volantazo que ponga a la institución en un lugar de estabilidad y aleje las crisis.

En estos tres meses largos, en lo deportivo, el equipo no ha mejorado con Quique Setién el fútbol desplegado bajo la dirección de Valverde, aunque a favor del cántabro, y a pesar de haber quedado eliminado de la Copa por el Athletic, el Barça volvió a recuperar el liderato, que aún ostenta.

Mientras, en lo institucional, Bartomeu más que impulsar la acción de gobierno de la entidad, ha estado dedicado en exclusiva a gestionar crisis, muchas de las cuales han saltado a los medios desde el club, siendo la última, la de las dimisiones en su junta, la que ha tambaleado la institución.

Desde que Radio Barcelona destapase hace unas semanas el 'Barçagate', la vida en el club catalán no ha sido la misma. Un trabajo periodístico evidenció que el club había pagado con precios fuera de mercado a una empresa para que hiciera trabajos para reforzar la imagen del presidente en los medios, y a la vez azotase a los críticos, incluidos jugadores, extécnicos, exjugadores, anteriores presidentes y aspirantes en las próximas elecciones, entre otros objetivos.

El Barcelona lo negó, la empresa en cuestión (I3 Ventures) hizo lo propio y, a la espera de lo que diga oficialmente la auditoría encargada a Price Waterhouse Coopers, a Bartomeu le han dimitido seis directivos en parte por esta crisis, y el presidente ha tenido que reformular las funciones de toda su junta y fichar a nuevos consejeros. Esto último se debería conocer hoy lunes o a más tardar mañana martes.

La crisis del 'Barçagate' ha estado latente desde que apareció en los medios, de que se divulgase que se habían hecho diversos pagos de unos 190.000 euros (hasta casi un millón de euros) para no pasar el control de la comisión delegada de la entidad y, por lo tanto, evitar a los directivos de mayor peso, y se estaba a la espera de que la auditora diese señales de vida.

Pero nadie esperaba que en el marco de la una Semana Santa atípica, con el pulso informativo congelado y sin agenda deportiva, Bartomeu hiciese suya 'La doctrina del shock', de la autora canadiense Naomi Klein, para colar una crisis con despidos de directivos en medio de un silencio informativo y pretender que con ello el club continuase sin más.

Lejos de este propósito, e igual que la crisis reciente de la bajada de sueldo de los futbolistas, que llevó a estos a mostrar su descontento con la directiva por cómo se había escenificado, y no tanto por la reducción de retribuciones, la invitación a dejar la junta que hizo Bartomeu a un grupo de directivos que se habían mostrado contrarios con su gestión, encabezados por Emili Rousaud, acabó con la salida de seis de ellos, en una de la crisis más profundas del último decenio en el club catalán.

A Bartomeu ha parecido que se le fue la mano, y aunque tras el silencio informativo la crisis del Barça lo ha convertido en el 'puchinball', donde todo el mundo se ha abonado a atizar al mandatario, incluso para pedir la dimisión del propio presidente y que adelante las elecciones del 2021 al próximo verano, la verdad es que, con su talante distante y pausado, ha vuelvo a sobrellevar un incendio a su alrededor sin perder la compostura y sin alterar su hoja de ruta, que no es otra que finalizar sus seis años de mandato.

Mientras desde fuera se aprecia cierta fragilidad tanto institucional, y concretamente en la directiva (ayer domingo uno de los aspirantes en las próximas elecciones, Víctor Font, habló de "quiebra económica y mora" del Barça), la realidad es que Bartomeu ha vuelvo a dar una lección sobre tancredismo, o cómo ser un hombre de hielo ante los problemas y mostrarse impertérrito ante cualquier peligro, por mucha presión que le pongan para que adelante las elecciones.

Hoy lunes, Bartomeu debería de informar a los que le quedan en la junta (trece miembros) cuántos mimbres va a reponer de las seis bajas (Emili Rousaud, Enrique Tombas, Silvio Elías, Josep Pont, Maria Teixidor y Jordi Calsamiglia), pero si no lo puede hacer, será mañana o cuando sea, ya que los que le van a seguir y los que se van a sumar van a validarle hasta el final de su mandato, y como el fútbol ha desaparecido del mapa, no aparecerá en el horizonte más próximo un partido en el Camp Nou con aficionados que le puedan volver a silbar y a pedir la dimisión. Así, para Bartomeu, ahora mismo la situación está controlada.

¿Y cuando se sepan los detalles de la auditoría y se desvele, como adelantó ayer Sport, que se trocearon los pagos para evitar el control de un sobrecoste en un servicio en las redes sociales que ha acabado siendo más un problema que una solución, y todo ello acabe dando la razón a Rousaud, quien una vez dimitido dejó entrever que "alguien podría haber medido la mano en la caja"?

Para entonces, Bartomeu sí que pueda tener un problema. Pero, como ya ha demostrado en otros ocasiones, el ruido en las redes sociales, de algunos opositores o de un sector de la prensa, no le van a hacer cambiar de opinión, sobre todo cuando una vez más, se habrá intentado rodear de leales en su junta directiva, con o sin su brazo derecho, el por ahora suspendido de funciones Jaume Masferrer, jefe del gabinete y señalado por ser el artífice de la crisis que vive el club.