Repleto de inquietudes, voraz lector, estudiante de ADE, a Iñigo Elosegui (6 de marzo de 1998, Zierbena) le atrae la cultura japonesa. Estudia japonés y devora los cómics manga. Le apasiona Japón, el país del sol naciente. Busca Elosegui un nuevo amanecer en 2022 después de un año quebrado, sombreado por los problemas de salud que imposibilitaron su floración en la segunda campaña en el Movistar. “Ha sido una año muy complicado para mí entre las lesiones y el coronavirus, tanto físicamente como mentalmente”, concede Elosegui, que accedió al profesionalismo desde el recuerdo de la memoria de José Antonio Momeñe, su abuelo, -4º en el Tour de 1966; ganador de etapa en Giro y Vuelta-. Se esperaba mucho del vizcaino, vencedor del Valenciaga y campeón de España sub’23. Sin embargo, la lesión de un tendón que une el glúteo con la cadera y el coronavirus, que le atacó con fuerza, convirtieron al talentoso Elosegui en un ciclista marginal, sin rastro ni huella.

Apenas sumó 20 días de competición el pasado curso Elosegui, que llegaba de un 2020 no menos complejo. El año en el que cambió el mundo por la peste pandémica del coronavirus, Elosegui, que vivió su primer confinamiento en los Emiratos Árabes, padeció unas molestias musculares en la zona de los isquiotibiales que horadaron su campaña. Además, las caídas en las clásicas del Norte le descompensaron su estreno en el Movistar. Parecía que 2021 situaba a Elosegui en un escenario en el que celebrar el cambio y encontrar el ecosistema ideal para ajustarse al profesionalismo tras un brillante currículo aficionado. No tardó en nublarse el horizonte para el vizcaino. “La borrasca Filomena me pilló en Madrid. Parecía un aviso. Ya en enero me tocó hacer cuarentena porque Miguel Ángel López dio positivo por covid y yo había estado con él, así que empece la temporada con menos entrenamiento que el resto”, rememora el vizcaino.

Debutó Elosegui en el UAE Tour a finales de febrero y se sostuvo en la carretera hasta el arranque de marzo. Eran días felices, donde dejó constancia de su capacidad en sendas escapadas que testaron su enorme potencia como gran rodador. Entonces tuvo que parar en seco. Mordido por una lesión, un problema en un tendón en la zona de la cadera le noqueó a comienzos de marzo. “Durante tres meses y medio estuve prácticamente parado. El tendón que une el glúteo con la cadera hizo crack y no podía hacer nada. Recibí muchas sesiones de fisioterapia para poder volver. Era todo ensayo error. Luego, poco a poco, fui saliendo en bici. Paseos de una hora. Nada más”, desgrana Elosegui.

Retornó el vizcaino a la competición el 10 de junio en La Route d’Occitanie con apenas una semana de entrenamiento. “Había un hueco y no me lo pensé. Necesitaba sentirme ciclista”, subraya el vizcaino, que creía haber enderezado el curso. Enganchó más tarde Elosegui con el calendario italiano a través de la Settimana Ciclistica Italiana. Fue su última carrera del curso. Era 18 de julio.COVID Y RECUPERACIÓN

“Regresé de Cerdeña a casa. Estaba contento con la carrera que hice. Tenía día de descanso y estuve con un par de amigos por el pueblo”, repasa Elosegui. Dos días más tarde su cuerpo comenzó a manifestar síntomas del covid. “Cayó toda la cuadrilla. El pueblo estaba lleno de brotes. Me hice una prueba PCR. Di positivo”. Todo empeoró. “Perdí el gusto y el olfato, aunque eso no fue lo peor. Me agarró mucho el pecho. Notaba una fatiga extrema. No podía ni hablar porque tosía cada dos segundos”, detalla de aquella experiencia que le deshabitó el cuerpo y le llenó la mente de pensamientos circulares. “Lo he pasado mal, pero creo que he aprendido a relativizar”, enfatiza.

Apagado el curso, conectó consigo mismo, inició su reconstrucción. Fue un viaje interior, consciente de que tenía que encolarse a pesar de las cicatrices físicas y mentales. “El mejor no es el que menos se cae, sino el que más veces se levanta”, reza el lema de su cuenta de twitter. Elosegui se puso en pie poco a poco. Rescató los trozos y los unió con paciencia del modo en el que lo hace el kintsugi, la técnica japonesa que sirve para reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Las cicatrices de la vida forman parte de la historia y deben mostrarse en lugar de ocultarse.

Elosegui necesitaba “oxígeno para dejar atrás la fatiga física y mental”. Lo hizo a través de los orígenes. Se abrazó a la aventura. Llenó las alforjas de esperanza y se encaminó a una ruta por los Pirineos, peregrino en bicicleta con la carta de navegación de la ilusión. Elosegui entrenaba mientras viajaba. Así fue despertando su capacidad física y ventilando su mente. “Ha sido la mejor decisión que he tomado este año”, certifica Elosegui, dispuesto a amanecer en 2022. “Después de dos años tan complicados, ya toca”, cierra el vizcaino.