Hijo de la lluvia, del viento y del frío, Ion Izagirre sonrió en medio de la tempestad su triunfo en la corona de Formigal. De regreso de su caída en el Tour, Izagirre, valiente y rebelde, se quedó con un triunfo reparador, que mitiga aquel dolor profundo. El guipuzcoano completó una actuación soberbia a medias con su hermano Gorka, luz y faro del alzamiento de Ion. Todo quedó en familia. “Era una fuga muy numerosa. Yo iba guardadito, controlando los cortes. Gorka me ha guiado y me ha facilitado las cosas y he podido rematar”, expuso Ion, agradecido a su hermano mayor. José Ramón, ciclocrossista, es el aita de Ion y Gorka. Los hermanos aprendieron a ser ciclistas en el barro. José Ramón fue su alfarero, el hombre que les dio forma con sus manos.

De ese cordón umbilical surgió Ion Izagirre en medio de la tormenta que desató la Vuelta. Hombre del barro, Ion necesita el agua para vivir. Al sol, el barro se seca, se agrieta y se convierte en polvo. En el Tour, Ion era de ceniza. Se golpeó duramente y se astilló. Salió de la carrera en ambulancia. Con esas urgencias de las sirenas que ululan y alumbran emergencias, Izagirre, que emergió de una fuga, alcanzó el cielo en Formigal, la montaña que reemplazó al Tourmalet, devorado por el coronavirus. En ese escenario dantesco, Roglic padeció. Carapaz le borró el liderato.

En estos tiempos extraños, Izagirre se reconstruyó de aquellas grietas. Agua para coser las heridas. “La etapa había sido durísima y todos íbamos muy justos. He visto la incertidumbre que había y entonces he decidido darlo todo y hasta meta”, explicó sobre su incontestable triunfo en la tormenta. Agua bendita para el de Ormaiztegi. La lluvia revitalizó a Ion, que completó el círculo en la Vuelta. Antes había ganado una etapa en el Giro y otra en el Tour. “Es una satisfacción tener etapas en las tres grandes”, dijo el guipuzcoano. A Ion no le asusta la lluvia, la baila, le alegra. Cantando bajo la lluvia. Le encanta chapotear.

Feliz como un niño que pisa los charcos, el de Ormaiztegi asaltó la cumbre cuando muchos tiritaban y maldecían en una carrera con la calefacción de la emoción encendida. Para Ion, la borrasca es un paraíso. Formigal supuraba agua. Tenía aspecto infernal. A la montaña le abrazaba la niebla. El hogar de Ion. Izagirre, que en escenarios así corre en zapatillas de casa, rasgó ese telón húmedo, esa nebulosa, para abrir los brazos y abrazar un triunfo que le alivió el bautizo de la Vuelta en Arrate, donde el guipuzcoano perdió pie.

En Formigal, de entre las aguas, rescató su mejor versión Ion Izagirre. En ese escenario que invocó al dios de la lluvia, en un día de perros, Roglic se decoloró. “Tuve problemas con el chubasquero y en ese momento hubo un acelerón”, se defendió el esloveno. Le mudó el color al líder, que ya no lo es. El esloveno se encogió en la lluvia, difuso en la niebla, perdida su pedalada profunda, su cadencia rítmica. Richard Carapaz, que es el rostro de la guerra en la Vuelta, provocó el incendio entre seres de agua.

El ecuatoriano era una hoguera. La antorcha para prender la montaña. Con ese calor se quedó con el maillot de líder. Lució una prenda seca y bien planchada en el podio de la alegría. La de Roglic era una zamarra empapada de sufrimiento. En ese tiroteo ciego, sin un equipo que le sostuviera, al esloveno le adelantaron Carthy y Dan Martin, que hurgaron en la crisis de Roglic, que ahora es cuarto a 30 segundos de Carapaz. Eso ocurrió a espaldas de Ion Izagirre, encantado con Gorka, el inductor del festejo de su hermano pequeño. Ion Izaguirre sonríe en la tempestad.