La Vuelta atravesó Nafarroa en una etapa sin ambiente. No hubo ni autógrafos en Iruñea, ni aficionados abarrotando las cunetas de San Miguel de Aralar, ni público golpeando las vallas en la deseada llegada a Lekunberri. La situación de la pandemia impidió vivir una auténtica fiesta del ciclismo y las calles quedaron prácticamente vacías en los 151,6 kilómetros de una etapa que se desarrolló íntegramente en territorio navarro.

Desde primera hora de la mañana, la caravana de la Vuelta se instaló en el parque de la Runa de la Rochapea, en una burbuja inexpugnable para los escasos aficionados que se aproximaron a la zona. El alcalde de la ciudad, Enrique Maya, fue de los pocos que pudo acercarse a una salida en la que varios colectivos aprovecharon para mostrar sus reivindicaciones. Los hosteleros volvieron a manifestarse después de que el Gobierno Foral decretara el cierre al público de todos los locales. Decenas de hosteleros silbaron al paso de la carrera y enseñaron proclamas como el ciclismo está bien, pero la caña después es otro rollo. Fue en la salida neutralizada por la parte vieja donde más público se vio.