Amaneció el mediodía del ocaso de la Dauphiné con la renuncia de Primoz Roglic. El líder intratable renunció a la jornada final. La caída del sábado le laminó el ánimo durante la noche y cuando corrió la cortina de la mañana, decidió que su cuerpo necesitaba resuello. Hizo las maletas, metió las postales del Dauphiné en la memoria y se largó de Francia con la promesa de volver en dos semanas al Tour. Fuera de plano el esloveno dictatorial, Mikel Landa era un hombre de podio, con apenas un retraso de una docena de segundos respecto a Thibaut Pinot, que sin Roglic en el reparto, era el líder sin vestimenta. Después tampoco se la pudo poner. El maillot amarillo vistió a Daniel Felipe Martínez. El desacople de Roglic de una carrera que su equipo, el Jumbo, gestionaba a su antojo, alumbró un nuevo mundo. Abierta la cárcel, Landa, que el sábado presionó a Roglic, imaginó un estruendoso asalto a la cumbre del Dauphiné. En Romme, un puerto duro para el organismo como un sol y sombra, el alavés alado saltó al vacío. Deseaba llegar a la gloria y tocar el sol. Sus alas se quemaron más tarde. Ícaro.Perdida la referencia del esloveno, finiquitado el ordeno y mando del Jumbo, se desató el caos. De repente, todo era distinto y novedoso, una aventura extraordinaria, un vergel de expectativas. La etapa definitiva mudó en una carrera de juveniles por eso del entusiasmo, el descontrol y la rebeldía. Landa encaja en ese escenario de rompe y rasga. Es un ciclista evidente. Camina o revienta. Imposible de camuflar. Al pensamiento del alavés se sumaron los jeques del Dauphiné. Pinot, otro corredor de la estirpe de Landa, leyó el pensamiento del alavés de inmediato. Piensan parecido. Ambos se expresan del mismo modo cuando se encorva la carretera. Con el día quitándose las legañas, el incendio era mayúsculo. El Dauphiné se arrancó la camisa que diseñaron los sastres de Jumbo. Nada de botones. Todo era festejo y algarabía. La celebración de la vida lejos del confinamiento impuesto por el equipo neerlandés.

En Romme, Landa era una sonrisa de felicidad a la que se sumaron Pinot y algunos de los favoritos que perdieron el hilo en el frenesí de un arranque picando rueda, sin más estrategia que la de los barrenadores. En Romme y su extrarradio se unieron Daniel Felipe Martínez, Miguel Ángel López, Dumoulin, Sivakov, Alaphilippe o Pogacar. En esa huida, aguardaba la Colombiere escupiendo la metralla de la fatiga. Eso fusiló a Landa, caído en combate. Sus ágiles piernas se quemaron, atrapadas por el trallazo de los calambres. Sobrecarga. Al alavés se le saltaron los plomos. Landa, acalambrado, cambió el gesto. El dolor le cinceló el rostro. El cuerpo negó a la mente. La impotencia le agarró de la pechera. También a Quintana que abandonó con la rodilla dolorida.

Por delante, el debate se producía a pecho descubierto, taquicárdico. Pinot tenía la carrera en el Aravis, donde se destacaron Sivakov y Alaphilippe, y dejó de tenerla en la subida a Domancy, cuando se agitó el avispero. Al francés le cayó la noche encima. Brillaba el sol para Daniel Felipe Martínez, entonces líder provisional, Miguel Ángel López, Sivakov, Pogacar y Kuss. La persecución se trasladó al aeródromo de Megeve, pista de aterrizaje para el vuelo rasante de Kuss. Otro Jumbo como un avión. Pinot se desgañitó persiguiendo, pero se quedó sin voz. Daniel Felipe Martínez, vencedor inopinado, gritó su felicidad. Landa llegó al aeródromo con 19 minutos de retraso. Electrocutado por los calambres.

Critérium del dauphiné

Quinta y última etapa

Mikel Landa

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