bilbao - El ciclismo posee vasos comunicantes de lo más llamativos. En Alemania, en su vuelta, Remco Evenepoel, un muchacho de apenas 19 años, la última sensación, causó un destrozo enorme. El belga, un superclase, bicampeón del mundo júnior, estuvo escapado 100 kilómetros ante la atónita mirada del pelotón, que desgañitó las reservas de las escuadras más solventes y poderosas para poder derribarle a tiempo. El episodio quedará grabado en los anales del ciclismo y su enciclopédica memoria. Esa sensación única, de asistir a algo extraordinario, fuera de lo común, difícil de explicar, se trasladó a Mas de la Costa, una cuesta de cabras. En la Vuelta de las paredes, los muros y las llegadas que son rampas de garajes, Alejandro Valverde, que también es campeón del mundo y que dobla la edad del muchacho, que bien podría ser su padre, derrotó sin miramientos a Primoz Roglic, Miguel Ángel López y Nairo Quintana, vacunados por el increíble murciano, el inmortal en una Vuelta que respira en medio minuto. “A mi ritmo sabía que era el más rápido de los cuatro”, concretó Valverde. “Estoy contentísimo. Este año está siendo muy bueno, pero una victoria en la vuelta, tal y como ha sido y los corredores que estábamos es una alegría tremenda. He ido regulándome”, dijo Valverde.

El ciclista que no tiene edad, que es mejor cada año, completó otra exhibición entre un cuarteto que se jugará la Vuelta. Una muesca más en su revólver, un extenso currículo de victorias para Valverde, que es un palmarés andante. Un Benjamin Button a pedales. Rejuvenece el murciano a medida que arranca hojas al calendario. El mundo al revés. “Muchas veces me sorprendo a mí mismo. Voy a cumplir 40 años y sigo estando al máximo nivel”, indicó Valverde. Mejor cuanto más viejo. Cuando Valverde venció su primera etapa en la Vuelta, acumula catorce, Nadal ni tan siquiera había vencido un partido en Roland Garros. Han pasado 16 años desde entonces. Lo nunca visto. A este ritmo, sin que se le atisbe el final, ni Evenepoel le sobrevivirá. Valverde puede con todas las generaciones. Es el enterrador. No hay relevo para él. Infalible francotirador, Valverde sino su 127ª victoria en su vida ciclista, el murciano mantiene intacto el olfato ganador. Donde pone el ojo pone la bala. El Bala no solo ha adquirido experiencia y temple, dos ingredientes necesarios para sumar tantas sonrisas, sino también ha sabido mantener la chispa y explosividad necesarias para continuar contando triunfos. Ni la edad le impide superarse. Valverde es infinito. “Soy el abuelo de la Vuelta. Ganarla diez años después sería la leche”, imaginó el murciano.

En Mas de la Costa, un puerto concentrado en su propia dureza, de rampas tremebundas, por encima del 20% de desnivel, la carrera llegó incendiada con las antorchas del Astana, precedidas por la pólvora del Movistar. Los kazajos devoraron a los resistentes Gilbert y Sergio Henao, los últimos mohicanos. Para entonces, Dylan Teuns, el líder, había descabalgado en el Salto del Caballo, uno de los puertos de la jornada, que vio a Supermán López nuevamente de rojo. El colombiano es el líder intermitente. Despejada la entrada a Mas de la Costa por el relinche del Astana, el Jumbo pasó a la ofensiva con el demoledor Kuss al frente. El norteamericano, arengado por Roglic, trituró el grupo que sobrevivía a una etapa rapidísima, disparada la media. Apenas respiraron una docena de dorsales en el tramo inicial de la ascensión, un directo al mentón.

el destrozo de quintana Entre los ilustres jadeaban, Valverde, Roglic, Quintana, López, Majka, Ion Izagirre, Pogacar, Aru, Bennett, Mikel Nieve, Chaves u Óscar Rodríguez. Mas de la Costa, despiadado con sus desplomes, se convirtió en la hoguera de las vanidades, sobre todo cuando brotó la ambición de Quintana, impecable su aportación para relanzar el asalto a la cumbre. El colombiano se activó y lo que era una alineación de fútbol pasó a ser una partida de póquer entre los mejores tahúres de la Vuelta. “En la subida apretaba para probar y ver qué pasaba con los rivales, mientras que Alejandro ha ido guardando para rematar”, expuso Quintana. Roglic, Valverde, Supermán y el propio Nairo se sentaron a la mesa con las miradas desconfiadas, los pulmones ardientes y las patas de palo. La subida, en ocasiones a cámara lenta, retorcidos los ciclistas de puro esfuerzo, estatuas de sal, descascarillados los músculos, los rostros informes, era una tortura. Pura supervivencia. A cada metro envejecían un par de días los corredores. Valverde, el hombre que no tiene edad, que sabe más por viejo que por diablo, se encontraba en el paraíso. Roglic, López y Quintana se vigilaban. El murciano comenzó a crecer a medida que el puerto adquiría altura. En su distancia, Valverde giró la cabeza para situarse. Era el anuncio de su triunfo, una radiografía certera antes del letal ataque. Arrancó Valverde y solo Roglic fue capaz de sostenerle el pulso. Quintana y López renunciaron ante el empuje de Valverde y la potencia del esloveno. El murciano y Roglic marcaron un nuevo récord en la subida a Mas de la Costa. Mejoraron en 29 segundos la ascensión de Contador, Froome, Quintana y Chaves en 2016. En la esgrima por el triunfo, el Bala, que nació ganador, resolvió con contundencia. Valverde abrió los brazos de punta a punta y ondeó el arcoíris en Mas de la Costa.