Donostia - Con el vencedor ya de camino al podio, apenas tres minutos después del desenlace de la Clásica, se encontraron en el Boulevard dos de sus compañeros. Descansaba en meta Enric Mas. Y llegó en un grupo algo más rezagado Dries Devenyns. Cruzaron miradas. Intercambiaron gestos de incredulidad. Y se echaron a reír. Casi a carcajadas. Lo de Remco Evenepoel, en el Deceuninck Quick-Step, se lo toman con humor. El belga de 19 años conquistó ayer en Donostia su primera victoria de categoría World Tour. Semejante precocidad no encuentra precedentes en el mundo del ciclismo. Este chico tiene tres años menos que Egan Bernal. Y no es que ya sea capaz de ganar. Es que gana como gana. Lo de ayer en Donostia aparentó sorprenderle. Él se echaba las manos a la cabeza. Pero en realidad está acostumbrado a tirar de épica.

Remco fue futbolista antes que ciclista. Jugó en las categorías inferiores del Anderlecht. También en las del PSV Eindhoven. Alcanzó la internacionalidad sub’16 con Bélgica. Hasta que apostó por la bicicleta. Bendita decisión. Su nombre enseguida comenzó a sonar en los mentideros ciclistas, entre otras muchas cosas gracias a una aparición estelar en la Bizkaiko Itzulia de 2017. La confirmación de que Evenepoel iba en serio, sin embargo, llegó en septiembre del año pasado, en el Mundial de Innsbruck. Ganó la contrarreloj juvenil. Y días después se llevó la prueba en ruta tras sufrir una caída en el pelotón, a 70 kilómetros de meta. Perdió tres minutos por culpa del incidente, que le obligó a cambiar una rueda. Arrancó de nuevo, remontó y se escapó para llevarse el arcoíris con un minuto y medio de ventaja sobre el segundo.

Visto lo visto, el Deceuninck decidió este invierno pasarle directamente a profesionales. Ni sub’23 ni gaitas. La apuesta generó recelo. Pero el chaval lleva toda la temporada respondiendo con resultados. Desde su buen papel en Argentina, hace ya seis meses, hasta su histórico triunfo de ayer, pasando por las victorias en Vuelta a Bélgica y Adriática Ionica, esta hace solo una semana. El caso es que por el momento, solo por el momento, la victoria del Boulevard supone la guinda de su carrera, un punto culminante que él mismo rubricó con autoridad pero también con cierto aire de improvisación. “Alaphilippe ha sido muy honesto cuando, mediada la carrera, ha visto que no tenía el día y ha preferido retirarse”, explicó Evenepoel durante la rueda de prensa posterior, en la que se bebió cinco botellines de agua. Ahí, cuando el francés echó pie a tierra en Andoain, empezó a fraguarse su éxito.

Fue la Clásica de 2019 una prueba de eliminación. Una Clásica de resaca francesa. Cuando llega julio y el Tour asoma en las sobremesas televisivas, los comentarios de los no duchos en ciclismo apuntan siempre a la misma dirección. “Es que no atacan”. Como si fueran despacio. Que le pregunten al propio Alaphilippe, a Egan Bernal o a Mikel Landa si la ronda gala, recortes incluidos, se ha hecho o no dura. Los tres fueron cayendo por el camino. El líder del Deceuninck, agotado por el desgaste y la tensión del amarillo. Bernal, víctima del ritmo del Movistar en Erlaitz. Landa, porque lleva afilado desde principios de mayo, cuando arrancó el Giro en Bolonia. Entre que muchos favoritos venían directos de los Campos Elíseos, que el equipo telefónico endureció la carrera y que la organización había hecho lo propio añadiendo subidas al trazado, se plantó en Orio a 30 kilómetros un pelotón cabecero de apenas 25 ciclistas.

Fue ese el momento de la verdad. Pero entenderlo pasa por comprender también lo antes sucedido. La fuga del día, un grupo de nueve ciclistas con Markel Irizar (Trek), Fernando Barceló (Euskadi Murias) y Jon Irisarri (Caja Rural), Grosschartner (Bora), Cerny (CCC), Bole (Bahrain), Bouwman (Jumbo Visma), Madrazo (Burgos BH) y Lemoine (Cofidis) apenas superó los cuatro minutos de renta. El ritmo de carrera siempre fue sostenido. El recorrido, más exigente. Y el calor hizo el resto. Así que, cuando en la carretera de Usurbil y Aginaga todo apuntaba a trámite previo al pie de Murgil, se vio que en realidad los depósitos estaban casi en la reserva. Todos menos el de Remco Evenepoel.

El belga, que en la subida previa había sufrido un problema mecánico, llegó al gran grupo desde atrás y terminó lanzando una ofensiva junto al letón Toms Skujins (Trek). No hubo fuerzas en el pelotón para contrarrestar a la joven locomotora, a quien su compañero de ataque apenas podía relevar. En Igara, 40 segundos de ventaja. Mediada la subida, 50. Para cuando Konrad (Bora) y Valverde se pusieron nerviosos y quisieron mover el avispero, con más voluntad que vigor, delante Evenepoel ya cabalgaba en solitario hacia una victoria que nunca olvidará. El sprint para la segunda plaza se lo llevó Van Avermaet (CCC) y tercero fue otro joven prometedor, Marc Hirschi, este vigente arcoíris en versión sub’23. Gorka Izagirre, cuarto, y Markel Irizar, retirado a lomos de una bici coloreada con la ikurriña, le pusieron la nota local. Pero el guiño del Boulevard tuvo como destinatario al Mundial de Innsbruck. Al ciclismo del futuro. Nosotros lo vimos. Se lo contaremos a nuestros nietos.