bilbao - El Tour de Francia, la carrera indomable, siempre amó a los valientes, a tipos corajudos que tienen ojos de loco y en los que laten corazones guerreros. Esa estirpe de ciclistas para el recuerdo y la memoria. A ella pertenecen Mikel Landa y Thibaut Pinot. A través de ellos entró en trance la carrera francesa, desbocada en el cierre pirenaico, pura pirotecnia en las cumbres, agigantadas por el valor del alavés y el francés, dos ciclistas que pedalean con el instinto y el alma. Comparten Landa y Pinot el lenguaje de los irreductibles, de los rebeldes, de los outsiders. “El landismo nunca ha muerto”, lanzó después el escalador de Murgia tras su reivindicativa y enérgica actuación en Foix, donde venció Simon Yates. En su ciclismo habitan el tremendismo, la pasión y el arrebato. Dos hombres libres, dos buscavidas. Ese carácter efervescente, el frenesí y la valentía desanudaron el Tour en una jornada apoteósica en la que Landa y Pinot fueron vasos comunicantes. El francés y el alavés llegaron de la mano a meta medio minuto después de Simon Yates, vencedor de una jornada que dignificó el cierre pirenaico de la Grande Boucle. Pinot y Landa jugaron a ganar y endosaron algo más de un minuto a Alaphilippe, que se cuarteó en el último puerto. “Esperaba un día muy duro. Lo di todo para proteger el maillot amarillo y controlar la carrera. Al final lo he logrado y estoy feliz”, analizó el líder, que perdió color. Se dejó 1:16 con Landa y Pinot, pero también cedió 58 segundos con Bernal y Buchmann y 27 respecto a Thomas y Kruijswijk. Peor le fue a su compañero Enric Mas, un naúfrago. Se hundió hasta el fondo antes de que la etapa cogiese altura.

Desde el cielo se impulsó Landa con la pértiga de su clase. En el Mur de Péguère, a 40 kilómetros de meta, despegó su rabia y enlazó con la gran estrategia de Movistar. “Hablar de la victoria es demasiado, pero el podio todavía es posible”, anunció el alavés. Amador y Soler alimentaron el sueño del escalador de Murgia. “Andrey y Marc han dado todo por mí”. Pinot, sin la obligación de un ataque lejano, esperó más. Se mostró en las rampas de Foix Prat d’Albis. Allí se rompió la camisa. Al igual que en el Tourmalet, Gaudu le abrió el paisaje. Le desbrozó la ascensión. Pinot solo dejó cenizas en una subida infernal, donde se descubrieron las costuras del líder. Alaphilippe soportó como pudo la tortura. Sacaba la lengua, pero no vacilaba. En la ascensión definitiva se rebeló Pinot, pero al líder también le señalaron el resto de favoritos de una carrera abierta en canal.

Pinot tuvo a Bernal y Buchmann de acompañantes hasta que se despidió a la francesa. O sea, con el turbo metido, hasta que enlazó con Landa, que venía tras recorrer su aventura a lomos de su colérico entusiasmo. El mismo que descontó a Quintana, otra vez retratado, perdido en sí mismo tras enganchar la escapada del día. El colombiano, el hombre que habla con los codos para exigir relevos pero que apenas concede un meñique para el tajo compartido, se plegó cuando Landa, salmón corriente arriba, se puso en paralelo. Ni un solo gesto de complicidad. Ni una palmada de ánimo. Un muro les separa. Quintana, que no tenía ninguna posibilidad, no hizo ademán ni de prestarle sus piernas durante un segundo. Landa no las echó de menos. Inquieto, al asalto, con esa pose tan suya de esprinter de las cumbres, tiró hacia arriba con vehemencia. La etapa se le había escurrido porque Simon Yates no se diluyó, pero Landa no desistió.

la ofensiva de pinot Perseguía Landa y, a sus espaldas, en la reunión de jerarcas, el Jumbo leyó la partitura. Sin el Ineos imperial que fue el Sky, la muchachada de Kruijswijk tomó el joystick de la persecución de Landa, que no mira para atrás ni para aparcar. Foix Prat d’Albis adquirió aspecto de una lúgubre carnicería. Brotó el salvajismo de Gaudu, que muerde las montañas. El joven alfil de Pinot, como hiciera en el Tourmalet, ahogó a Fuglsang, Urán, Porte? Determinó una dieta extrema para adelgazar la reunión de nobles en la que resistían su jefe Pinot, el líder, Thomas, Bernal, Poels, Buchmann y el inmortal Valverde. El resto se fue disgregando, desgastados por la lijadora de Gaudu. En cuanto el francés completó su limpieza con silenciador, tronó Pinot. La danza de la lluvia. Relinchó el escalador francés y conmocionó a Thomas, desenfocado, borroso. El líder supo de inmediato que le tocaba padecer en un rincón. No cejó Pinot, que cargó de nuevo, la boca abierta buscando oxígeno mientras incendiaba la carrera. Pirómano. Alaphilippe no tenía extintor para combatir el fuego de Pinot, un ciclista incandescente. Bernal y Buchmann se alistaron a la batalla promovida por el escalador francés. El alemán levantó la bandera blanca, incapaz de sostenerle la mirada a Pinot.

Bernal, apurado, se agarró con los dientes al francés, que corría furioso, zarandeando la bici, una bandera pirata al viento en busca de Landa, más académico y estético sobre la bici, pero tremendamente vibrante. Pinot, enloquecido, anestesió a Bernal, que perdió su rebufo. El francés era un cohete que alcanzó a Landa. Ambos manejan los mismo códigos. Hablan el mismo idioma. Compartieron cordada. Por detrás, Bernal y Buchmann emparejaron su esfuerzo, mientras Thomas, que remontó guiado por Poels, se erizó a falta de dos kilómetros para dejar en soledad a Alaphilippe. Al galés le siguieron Kruijswijk y el interminable Valverde. Simon Yates entró en el kilómetro definitivo atusándose como una estrella. El inglés se puso guapo para la foto, la segunda en lo que va de Tour en dos jornadas pirenaicas. Algo que no sucedía desde Hinault. Medio minuto después, Landa y Pinot continuaban acelerados mientras el Tour caía en cascada. Danzaban sobre el claqué de su arrojo tras desanudar el Tour y deshilachar a Alaphilippe. Pinot y Landa desatan la tormenta.